Raúl Barrozo-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011, soporte papel

Tuco y pesto

El cree que se despierta de un sueño. Pero no. El espacio de luz que vivió anoche todavía le puebla el alma, todavía le gana espacios. Será por eso que se tira nuevamente sobre la almohada. Pone a Serrat y se deja llevar, inevitablemente, hacia esos ojos verdes, oscuros como selvas. Y casi siente el temblor a flor de piel cuando escucha esos poemas profundamente guardados. Y recuerda las vidas contadas de a poco, de a sorbos “como se toman los buenos vinos…” diría, si estuviera despierto, porque es un placer recuperar bullicios y alegrías, mantel de papel y vino tinto de por medio. Rumor de voces esperanzadas. Y esa sensación de saberla ahí, mirarla desde el otro lado de la mesa. Tan rubia, tan clara, tan cerca tan inevitablemente linda. En Pipo, el restorán de la calle Montevideo, a media cuadra de Corrientes. Como en otro tiempo. Como en otro sueño. Entonces se despierta. Se levanta. Se prepara los mates. Casi como al descuido mira la camisa blanca sobre la silla. La mancha de tuco, ya grande y muy oronda, le confirma que no ha sido un sueño. Que los vermicelli con tuco y pesto existieron. Y se pone a escribir.

        Caricias

       

         Una mujer muerta en la ruta 7 a la altura de Luján donde chocaron de frente dos autos. Escucho la radio, y me altero, me conmociono, me asalta el pánico: ¿y si fuera mi mujer? Bueno, mi ex mujer, porque ya no es más mi mujer, es de otro, o nunca fue mía y tampoco nunca será de ese otro que ahora está herido junto a ella, y que vive en la casa que yo vivía, y duerme en la cama que yo dormía, y le hace los asados más ricos del mundo, (los mismos que le hacía yo), y maneja el auto que yo manejaba, y por ahí quien te dice, se distrajo en el momento del accidente, justo cuando ella le acariciaba la nuca. Como me lo hacía a mí cuando viajábamos juntos.