martes, 27 de septiembre de 2011

Alba Bascou-Argentina/Septiembre de 2011

                             Vuelta al corazón

                                                                 A mi querida vieja.
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        Es un día de verano, y bajo mis ojos se dibujan las montañas en zigzag, revestidas sus cimas de un blanco celestón. La hora hace que dentro del azul del cielo, vislumbre el rosáceo del atardecer. Amarrada al asiento del avión, me pasean nerviosos Santiago, el volcán de Villarrica, Pucón con sus artesanías de madera y las flores rojas que me llevo,  pensando que alguna vez, las imaginaste para mí. Nuevas caras se me asoman en los flashes que tengo desfilando y entre ellas,  las de mis hermanos. El  otoño, con ocres, dorados y rojos quedó atrás, pero lo recuerdo porque forma parte de mi otoño. Otra mano, la de mi compañero, aprieta la mía.
         Hace mucho tiempo que no te escribo. Es mi segunda carta, ya que de chiquita lo que hacía era hablarte cara a cara con la foto de la mesita de luz. Esa foto similar a la que debes seguir teniendo al frente de tu última cama.
          Ya no puedo decirte papá porque me gusta más viejo, ya que hoy, me siento tu padre, y vos llevás casi una centuria en la aparición.
           Como verás, te escribo desde el mismo lugar interior y exterior. Desde mi corazón que siempre estuvo y quedó en el barrio de Belgrano. Pero a partir de un 25 de agosto de hace dos años, algo cambió en mi relación con vos. Ya no me carcomen las dudas ni me lastiman las sorpresas, sino que asisto a tu nueva llegada desde otro lugar, de manera distinta. Será que una foto de mi infancia, también parejita con la de la casa de mi vieja, encastrada en un antiguo reloj longines de cadena hizo que se me arrugara el corazón. Mi corazón está lleno de heridas pero siempre tiene la fuerza de revitalizarse y continuar funcionando en este mundo en el que vivo, que no es el que elijo, ya que espero otro diferente.
            Aquél día, dos hombres engendrados por tu sangre me entregaron el viejo recuerdo que guardaban desde ese 16 de octubre del 56. Pensaron que me correspondía a mí, porque estaba en él y porque debiste algunas veces llevarme en tu bolsillo. Guardada. Como toda mi vida y la tuya. A Oscuras. Porque hasta el fondo de un bolsillo no llega la luz, sólo cuando querés ver la hora. Y las horas las viste. Vaya, si las viste. Lo que sucedió es que el famoso reloj, tenía dos tapas. Y yo permanecí sepultada en la que no llegaba la irradiación del día ni de la electricidad, ni aún de las lámparas a querosén.
                Sólo después de tantos años, ellos, me buscaron y me encontraron y conocí huecos enormes de tus andadas, que me hicieron reír porque se me acabó la época del llanto. Y ellos también rieron con el manojo de las anécdotas que guardaba de tus aventuras de hombre picado por la araña negra, como dicen los chilenos,  relatadas por el anecdotario familiar.
                Hace un año, uní tres puntos importantes de tu historia, posiblemente me falten otros tantos. Buenos Aires, lugar elegido para la aventura con una bailarina amante de mi abuelo, y más tarde donde conociste a MI vieja, la amaste, me diste vida. Montevideo había sido tu lugar de nacimiento y adonde regresaste, cercano al adiós,  buscando quizás las raíces o por simple espíritu aventurero. Santiago donde también te refugiaste y fecundaste a los hombres que hoy me toman de sus manos. Y fue como un viaje en globo. Inflado, temeroso, imponente, sentada en la escotilla, avistando lo inesperado. Temblando.
             Las Malvinas y los hielos del Atlántico Sur y del Pacífico distrajeron y llegaron a entretener mi emoción, alejándome de pensamientos fantasmas que siempre tuve munidos a mi espalda, compañeros en el viaje de mi vida. La soledad de los fiordos chilenos y los atardeceres con la mirada perdida en figuritas de carne que andaban por los andariveles del barco que semejaban un museo de cera, sacudida por la caricia o la palabra de mi hombre, o la espera de noticias de parte de mi carne, me devolvía a la realidad.  El paisaje me acompañaba todo el tiempo como metido dentro de mí, para no escuchar quizás vocablos internos y desviar los ojos de los muñequitos yanquis que se movían ajetreados por cruzar el estrecho de Magallanes, llenos de collares y pulseras como si estuvieran por asistir a su fiesta nacional.
             Y Valparaíso apareció una mañana de sol, entre apurones de los que queríamos llegar a tierra y los despistados de siempre. Y allí, hubo cuatro manos agitándose antes del abrazo emocionado. Fue como si  esa incertidumbre mezcla de melancolía y miedo, empezara a despejarse. No sé, si fueron las lágrimas las que hicieron que no acercáramos más, o la potencia de unos brazos en los otros, apretando nuestros cuerpos, pero algo estalló que venía dormido desde muchos años. Desde que te buscaba y preguntaba por vos a tus hermanas, Cata y Tona, con mis escasos doce años consultas a las que ellas no contestaban. Desde mis juguetes regalados por mi madre y los abuelos y que me hacían creer que me mandabas, porque eras el Gerente de las Bodegas “El Globo”. En realidad, fue un cargo que nunca abandonaste, ya que viajaste en Globo, dentro de la realidad, raptando la hermana monasterial y llevándola al Brasil, encamándote con la Lupe, tu prima hermana,  apareciendo por televisión uniformado porque no tenías agallas para volver a la casa de tu madre, escondiendo en la guantera los pañuelos con la forma de los labios, impregnados de color rojo y que hoy lucen deslucidos y amarillentos junto a unas cartas en el ropero de la vieja. Y no sé cuántas cosas más. Haciéndote cargo de la fonda de mi abuelo con tu hermano, en el viejo San Telmo, sin pagos finales. Buscando los tesoros de los piratas por Coquimbo, que estarían entre las piernas de las lugareñas, y no dudo que serían preciosos y preciados; siendo juez de paz en Pucón o regenteando las líneas de colectivos de Villarrica a Temuco…Regresando a la tierra donde creciste y dejando otros dos frutos de tu esperma amoroso en Chile, mientras emprendías odiseas en la búsqueda de las fortunas de las goletas uruguayas, enterradas allá abajo, muy abajo, en la profundidad del mar.
            Algo pasó con vos. ¿O no? Los años, el amor por tus muchachos a los que acercaste caricias, abrazos, ausencias. La enfermedad. Elisa, la madre de ellos, tu otra mujer.  ¿Pero,  fue más fuerte  el grito de Ianoff?
        Debió haber sido muy poderoso recordar los 14 de julio, a las siete de la mañana, la Revolución Francesa con Gilberta, tu madre, metido en tus pantalones cortos,  mientras te obligaba a enarbolar el brindis con  una copa de champagne, al grito de la Marsellesa….
            Más allá de tus hazañas, creo que representaste para mí, la patria grande, sólo que me faltaría encontrar algún bolivariano que cerrara la ronda, o por qué no y en éstos años, una hermana del Matto Grosso que nos ayudase en nuestro   MERCOSUR.
            Viejo, el tiempo huyó. El abandono quedó abandonado en ese tiempo. Y el maltrato que produce tuvo su metamorfosis. Hoy, puedo contarte que no sé cuándo algún día o cierta noche, volveremos a encontrarnos transformados en partículas minúsculas que giran con el viento, empujadas desde el fondo de la tierra uruguaya y de cenizas extendidas en el Río de La Plata. Allá lejos, una ráfaga de aire fuerte te acercará a mí y con su silbido nos hará imaginar dos palabras, que se llevan desde que desembarcamos en este mundo: hija… y yo,  recién entonces lograré balbucear un pequeño y corto papá.
            Desde siempre, y hasta hace poco me preguntaba cómo iba a enterrarte, hoy sé que pude, que con mis pensamientos hice el hueco en la tierra, arrojé tu cuerpo y lo llené de flores. Siempre vivas.
            Pero sabés una cosa, hoy también depositamos el cajón de mi vieja en medio de la tierra y le pusieron una cruz, y estoy llena de dolor porque no veré más su carita arrugada y blanca, sus ojos grisáceos, chispeantes; no escucharé su voz ni contestaciones certeras y alzheimicas a la vez, pero la tengo adentro de mis venas, guardadita en mi corazón y en mi pensamiento. Y sin llamarla, todas las mañanas, me despierta.
            Me olvidé de decirte que se llevó con ella no sólo flores y recuerdos, sumados a nuestro amor sino una foto con vos, porque lamentablemente, ella no te pudo borrar de su memoria, como vos.
           Me falta contarte que sobre ella crece un pasto colmado de enamoradas del sol, y a los costados de su nombre se abren y cierran –constantemente -las siempre vivas. Pero, siempre vivas, por siempre.



Agosto de 2003. Bs.        

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