lunes, 26 de septiembre de 2011

Susana Osti-Buenos Aires, Argentina/Septiembre de 2011

No te acerques

Oscuridad inmensa, negrura atrapada entre las paredes, el moho depositado en cada objeto. Ni un solo susurro, ni un leve soplo de aliento, ni una mínima bocanada de aire.
        El silencio doloroso, atrevido, incapaz de escapar de su jaula. El aire espeso humedece, pegotea cada elemento. El polvo mugriento se deposita, se introduce en cada intersticio, se cuela entre cada pliegue. Todo está corroído, el agua fangosa discurre soberbiamente por cada grieta.
        La medianoche se acerca. Una mujer se aproxima, sigilosa, como intentando percibir algo que ni ella conoce, no sabe muy bien que hace allí, una nota en su escritorio la indujo a trasladarse.
        Entre la negrura, lánguidamente,  un hombre se acerca, la toma por el cuello y mientras ella trata de liberarse, la estrangula en un rápido movimiento. Su cuerpo cae sin vida sobre ese rejunte de lodo, humedad, en medio de esa inmensa oscuridad atrapada en las paredes.
        No se conocían.
        El era intérprete, habituado a estar rodeado de letrados, funcionarios o diplomáticos,  que necesitaban de su presencia en cada cumbre internacional para las comunicaciones urbanas o para las de índole financiera o comercial.
        Ella era redactora de un matutino de gran tirada, se encargaba de las notas editoriales. Era muy respetada en lo suyo por su objetividad y su compromiso.
        Un diplomático belga recién llegado al país, es recibido con los honores del caso y Francisco es requerido por su fluido francés,  para el intercambio cultural entre mandatarios. 
         Julieta es invitada por la embajada belga para escribir una nota en su periódico. Allí, entre las obras de arte y la majestuosidad de la embajada, Julieta y Francisco se topan en el recodo de una escalera, casi torpemente.
         Lo ridículo de la situación los hizo reír de buena gana y aflojar un tanto la solemnidad en el que estaban imbuidos. Finalizadas las mutuas responsabilidades decidieron salir a tomar  aire y caminar un poco por el verde, discurriendo de asuntos estrictamente laborales, primero y adentrándose en cosas más personales, después.
          Se encontraron unas pocas veces más pero la relación no prosperó y solo se saludaban amablemente si en alguna rara ocasión se volvían a encontrar.
          Julieta trabajaba arduamente en su oficina leyendo artículos, notas, reportajes, para redactar cada una de sus editoriales. Era muy rigurosa con su trabajo, no emitía opinión sin contemplar todos los puntos de vista, sin desentrañar lo dicho entrelíneas, sin analizar los mensajes corporales.
          Entre sus papeles encontró una nota sobre un asesinato ocurrido hacía varios meses. No entendía bien porqué estaba allí, ella no se ocupaba de las noticias criminales. Alguna empleada distraída seguramente equivocó el escritorio. Pensó en desecharlo pero por alguna razón, lo guardó en el fondo del cajón derecho, el único que tenía cerradura.
          Unos meses después revolviendo el cajón con cerrojo en busca de un documento importante, vuelve a surgir la nota criminal. Algo la impulsó a leerla más detenidamente.
         Una mujer había sido encontrada muerta en una finca durante su derrumbe,  para la futura construcción de una torre.  Sin duda, había sido estrangulada hacía ya varios meses por su avanzado estado de descomposición. Nadie había visto nada, ni oído nada. Ninguna huella se pudo obtener, no poseía ninguna documentación, nadie había reclamado su cuerpo.
           La nota volvió al cajón.
           Nueva visita diplomática y Julieta se encuentra con Francisco, al cual no veía hacía ya varios meses. Se alegraron de encontrarse y se reunieron a tomar una taza de café luego del trabajo.  Sin entender bien porqué, ella comentó el hallazgo de la nota en su escritorio. Francisco estaba al tanto del caso, lo había visto en los noticieros. Sabía de la falta de pruebas, evidencias o cualquier otro dato. Aconsejó olvidar el tema y ella lo desterró nuevamente al fondo del cajón.
          Pero era innegable que algo en este caso la atraía, ¿porqué no tirar al cesto de residuos un papel sin ninguna importancia para ella? Decidió, por su cuenta, averiguar algo más.
          Se puso en contacto con la gente de criminalística, no le pudieron decir mucho. Se hizo una escapada hasta el barrio donde había ocurrido el hecho, pero la mujer no era del lugar, nadie la conocía y había pasado tanto tiempo que ya casi nadie recordaba lo sucedido.
           Esos olvidos la pusieron más interesada aún. Como periodista no podía dejar de averiguar, estaba en su naturaleza llegar al fondo de las cosas. Estaba convencida de que todo tenía una explicación. El hecho de que  no la encontraran no significaba que no existiera. Solo hacía falta buscar más. Y estaba dispuesta a hacerlo.    
           En la policía, y gracias a sus contactos,  le dieron solo datos vagos, una lapicera en un bolsillo de la víctima y varios boletos de micro que la víctima parecía guardar. No era mucho pero podía servir.
           En su escritorio desplegó las copias de  los boletos para seleccionarlos. Tres líneas diferentes. La primera usada una sola vez, la segunda tres veces y la tercera línea con mucha asiduidad.
           Por supuesto empezó por la línea más usada. Tomó el micro durante varios días, se bajó en cada parada, habló con gente, hizo el recorrido en las horas que los boletos indicaban. Solo sacó en limpio cual podría ser su tintorería  preferida, el peluquero al que quizás asistía, el correo que podría usar con regularidad, la casa de modas de su preferencia. Solo conjeturas.  Nada fuera de lo común para una vecina común.
           La segunda línea no le aportó mayores datos, banco, manicura, masajista.
           Solo le quedaba la última línea. Estaba ansiosa por saber hacia dónde la llevaría ese único boleto, aunque realmente no esperaba gran cosa.   
           Cuando estaba por dirigirse hacia el nuevo destino, su jefe la solicitó para una entrega urgente, salió tarde del trabajo. Comió algo en un barcito en la esquina del periódico con un par de compañeros. Tomaron cerveza, se relajaron un poco.  El efecto de la cerveza se hizo sentir en Julieta. Primer síntoma, debía ir al baño urgente. Hacia allí se encaminó.   
           Luego de desagotar su vejiga,  lavó sus manos y al intentar secarlas se encontró con una nota que con letra muy difusa y desprolija decía algo parecido a “no te acerques”.  Descartó de plano que esa nota fuera para ella y la dejó en el mismo lugar donde la encontró.
            Achispada como estaba, se sentía con mucho vigor y energía, no quería dejar para otro día lo que había planeado. Tomó el micro y fue directamente hasta la última parada que el valor del boleto le permitió.  En la oscuridad, con los negocios ya cerrados, nada iba a encontrar, se dio cuenta de su tontería y decidió volver al otro día.
           Al cruzar la calle volviendo sobre sus pasos, una casa vieja abandonada atrapó su mirada. Sin ninguna lógica ni razón, solo por efecto del alcohol, decidió entrar al ver que la puerta cedía sin esfuerzo.
           Oscuridad inmensa, negrura atrapada entre las paredes, el moho depositado en cada objeto. Ni un solo susurro, ni un leve soplo de aliento, ni una mínima bocanada de aire.
           El silencio doloroso, atrevido, incapaz de escapar de su jaula. El aire espeso humedecía, pegoteaba cada elemento. El polvo mugriento se depositaba, se introducía en cada intersticio, se colaba entre cada pliegue. Todo estaba corroído, el agua fangosa discurría soberbiamente por cada grieta.
           La medianoche se acercaba.  Julieta se aproxima, sigilosa, como intentando percibir algo que ni ella conocía, no sabe muy bien que hace allí.
           Entre la negrura, lánguidamente,  Francisco se acerca, la toma por el cuello y mientras ella trata de liberarse, la estrangula en un rápido movimiento. Su cuerpo cae sin vida sobre ese rejunte de lodo, humedad, en medio de esa inmensa oscuridad atrapada en sus paredes.                  
      

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