lunes, 21 de noviembre de 2011

Marta Díaz Petenatti-Zona Rural de la Provincia de Santa Fe, Argentina/Noviembre de 2011




LA MIRADA


La tristeza de tus ojos derribó la barrera de mi egoísmo.

No me reconocí. Me sentí la antítesis del proyecto de vida que imaginé a tu lado. Te llevé por un camino donde las piedras, que sin darme cuenta puse, te laceraron alma y espíritu.

No pensé en vos.

La soberbia me cegó. Fuiste la herramienta de mis deseos. Mi carta de presentación.

Recuerdo la alegría de tus ojos, la pureza de ese amor que sentías y lo demostrabas con cada mirada que me dirigías.

¡Pero no las veía! Te miraba, sí, pero no las veía.

Sólo me importaba ser reconocido, admirado, económicamente poderoso.

Esa arrogancia que sentía era para apagar el fuego que me producía mis carencias, mi pobreza de alma y ahora ¡necio de mí!, me doy cuenta del desprecio de tus ojos por mis actitudes.

Sólo vos supiste ver mis miserias, porque las sufrías, y quizá, día a día en tu corazón iba bajando los escalones que en un momento me llevaron a la cima.

Lo comprendo porque sé que te perdí. Me doy cuenta que la grandeza no se mide por el tamaño del bolsillo sino por el del alma.

“Ser grande de alma”. Esa debió ser mi consigna a seguir. Pero la obvié, o peor aún, la ignoré.

Por eso me quedé solo, por mi narcisismo y porque no supe leer el mensaje que me daba “la tristeza de tus ojos”.

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