EL CIRCO, DESPUES DE LA FUNCIÓN
¡¡¡Pasen señores, pasen¡¡¡. Mi memoria retiene dos circos. Les cuento como era el primero. Un circo itinerante, de función matinée y noche, llamado Sarrasani u otro nombre, que no puedo precisar. De una sola pista circular bajo carpa verde, afuera olor a orina, alimento y sudor de animales encerrados y dando vueltas, junto a las rejas de las jaulas. Y en medio de ello, aserrín pegado en la suela de mis Gomycuer, ansiosa cola para conseguir ubicación en la primera fila y ver pasar cerca los caballos blancos, que hacían el carrousel de comienzo del espectáculo con una marcha pegadiza. Orquesta de músicos uniformados multioficio, donde a veces uno le pasaba el instrumento al ventrílocuo para saltar al ruedo y ayudar al mago, al que se le había enfermado la partenaire de los pantalones ajustados y se le escapaban el conejo o la paloma.
Ahora que diviso en mi recuerdo aquél ambiente, comienzan a surgir los diferentes personajes que acompañaban la infancia dominguera del mundo circense : payasos que aparecían entre un número y otro y despertaban mas curiosidad por cómo manejaban el monociclo que por la gracia de sus morisquetas gastadas; acróbatas que formaban torres humanas donde todos esperábamos que alguno se cayera, para tener algo que contar a la abuela que se había quedado en casa porque “ le oprimía el pecho ver esas pruebas”; contorsionistas de piel brillante por efecto de vaya a saber que ungüento, malabaristas de varillas largas con balones azules girando en los extremos, tragafuegos que sabíamos nos engañaban pero nunca pudimos descubrir la treta. Muchos sonidos circenses me quedaron instalados hasta hoy en el vestíbulo del oído. Distintos dialectos europeos mezclados con voces criollas del interior, para quienes la llegada del circo representaba una changa extra a su trabajo matutino de albañil. Los gritos del presentador de galera. El latigazo del domador de casaca roja y botas, que hacía mover de un lado a otro a leones y tigres desganados que emitían rugidos diferentes a los de las películas de Tarzán. Chillidos de los monos, siempre dueños de las carcajadas de los mas chicos. Exclamaciones de terror cuando los trapecistas de purísimo blanco hasta en las muñequeras – casi siempre una mujer y dos hombres – se balanceaban allá arriba con la red abajo. A veces se hacía sin red y entonces la rutina era más peligrosa. Ese día la entrada era más cara. Indice de que exacerbar el morbo, la emoción y la ansiedad aumentaban la cuota del seguro que debía pagar el dueño del espectáculo Les cuento como era el segundo circo. Era el mismo circo, pero mirado entre las doce de la noche – fin de una función – hasta las cuatro de la tarde – comienzo de la siguiente- y así todos los días, menos el lunes, que descansaban. Lo que relato a continuación lo ví o escuché cuando me colaba para ver de cerca al elefante, por entre los alambrados que pretendían sin suerte aislar los equipos instalados en un gran terreno baldío del barrio, de la gente curiosa que habitaba a su alrededor. O me lo contaron muchachos más grandes que se animaron a espiar por las pequeñas ventanillas sin cortina de los carromatos. El payaso –todo vida, todo salto, todo grito – ya limpiado el maquillaje que lo disfrazaba de sonrisa, parecía viejo y triste cuando el dueño le entregaba la pequeña parte de la recaudación que le correspondía y le recomendaba que limpiara a fondo el pozo provisorio, donde el elenco hacía sus necesidades. La estrellita que hacía celar a los musculosos gimnastas que se alternaban en mantenerla en el aire con la fuerza de sus brazos, perdía su fulgurante imagen cuando rasqueteaba la quemada olla, terminado el guiso escaso de la cena colectiva. Mientras el Hombre Bala se emborrachaba con cognac tras la casilla de venta de localidades, su mujer – mucho más rápida que el oficio de su marido - lo engañaba con el rubio equilibrista alemán, que había pagado con dos monedas al enano que oficiaba de campana. El titiritero y el entrenador ecuestre revisaban por enésima vez las estacas y cada uno de los cien nudos que mantenían las sogas estiradas y los parantes firmes, asegurando así que un viento fuerte o una tormenta de agua imprevista no dejara a todo el elenco sin trabajo y acaso sin vida. La Mujer Forzuda se miraba en el espejo y se decía a sí misma : “los hombres elogian mi potencia para levantar la pesada piedra pero ninguno me invita a irme lejos con él”. O sea que todos hacían de todo y algunos también sufrían.
Todo esto lo escribo en pretérito porque aquél tipo de circo ya no existe, quedó en el pasado La alegría que se vendía desbordante en cada función tenía el valor efímero de lo que duraba ella. Los espectadores, sentados en las graderías, imaginaban – desde su rutina diaria - historias épicas y románticas entre los actores, por el solo hecho de transitar por todo el mundo bajo aplausos permanentes. La verdad era que ni las luces de los reflectores ni los brillos de los trajes podían asegurar al elenco un tránsito terrenal iluminado por el amor, la felicidad, el éxito, aunque a veces por supuesto disfrutaran y gozaran de ellos. Pero esa vida trashumante, que obligaba a la población circense a convivir siempre bajo un mismo techo con iguales compañeros pero diferentes culturas, ilusiones, metas, en condiciones a veces paupérrimas, con la obligación de salir cada día a la pista a demostrar sus habilidades, gracias y misterios, no podía mantenerse eternamente. Muchos soñaban con dedicarse a la paz de un trabajo y una familia, instalados en un lugar con permanencia, arraigo, seguridad y no cargar más con la obligación de mostrarse sonrientes, fuertes y habilidosos cuando saltaban a la pista. Pero no abandonaban la carpa.
El circo – con otras características – sigue existiendo, no murió del todo, cambiaron para bien muchas de sus tradiciones y formas, pero perdió su candidez y el esfuerzo mancomunado. Personalmente nunca fui un apasionado de él, aunque haya asistido más de una vez a las funciones y lo reconozca como parte de una niñez maravillosa. Quizá intuía en los rostros cansinos, la miseria que existía detrás de la música que aturdía y de la risa que contagiaba. Sentimientos a nivel de piel a los que es difícil encontrarles explicación y separarlos de éste ralato.
Sin embargo, para ser justo con el circo y no dejarme llevar por una mirada subjetiva, reproduzco una frase de Cecil B. De Mille, director de El Mayor Espectáculo del Mundo (USA,1951), quizá la mejor película sobre el circo…“…no hay en el mundo ninguna institución comparable a un circo norteamericano: es un ejército, una familia, una ciudad que se desplaza sin cesar. Es un gigante ágil. Es el sudor, el cansancio y los peligros corridos para hacer reír y estremecerse a un continente entero. Todas las naciones del mundo están representadas en el circo, pero sus miembros forman un clan separado del resto del mundo…”
Pero también había circos en Argentina y en ese caso cabe como final una frase del escritor Orlando Punzi , que me dejó claro que el circo representó un ícono mas en el contexto cultural y características ciudadanas de la época... “El “tejido final” del Buenos Aires donde reina el lunfardo, lo dan los “hilos entrelazados” de la inmigración, el arrabal, los movimientos obreros, los nuevos partidos políticos, el conventillo, el compadrito, los conflictos sociales, entrelazados con el circo, el cabaret, los cafés, el contrapunto payadoresco, la situación internacional y , en especial, el tango y el sainete”.
Ay Luis!!! que recuerdos tan lindos trajiste a mi mente, todos los años se instalaba el circo enfrente de mi casa. Cruzaba solita la avenida y me sentaba en primera fila. Mis padres tenían un restaurant, y venía el domador africano a comer, yo me sentaba a su mesa y me contaba historias, me mostraba los profundos arañazos en sus brazos y piernas.
ResponderEliminarPasaban en caravana x la calle: el elefante ,las jaulas con los tigres y leones,los osos y los monos, todos detrás de un camioncito, que anunciaban en altavoz las funciones. Que lindos tiempos de infancia. Muchas gracias Luis por compartir tan tierno y hermoso relato!!. Beso Josefina