ARENA, SAL Y PIEL
Las arenas rubias son bañadas por el
mar……a veces verdoso otras amarronado.
La conchilla se adhiere a los pies, las gaviotas sobrevuelan por sobre
las cabezas de los veraneantes. El agua fría calma los ardores de un verano
tórrido.
Recostada en su reposera, deja que el sol
broncee su piel. Alejada del resto, concentrada en sus propios pensamientos,
presta poca atención al bullicio que la rodea.
Al caer la tarde se le hace insoportable
el deseo de deleitarse con un café, acompañado por alguna literatura
interesante.
Siempre es la misma confitería, siempre
elije la misma mesa. La rutina se repite cada mañana y cada puesta de sol. Pero
este día algo distrae su atención. En la barra no está el dueño de siempre,
consulta con el mozo y este lo confirma.
Lo mira detenidamente. Al principio busca
defectos, como es su costumbre.
Aunque lo encuentra bien arreglado, pulcro, por sus modos se nota que
tiene educación.
Su socio se acerca a ella para comentarle
algo acerca de la iluminación y de la
falta de internet en el local. Hay interés en sus ojos, pero ella ya tiene
puesta la vista en el otro, que desde lejos la mira, distraídamente. La
observa.
Una de esas mañanas, Luciana entra al lugar cargada con su
computadora, su agenda y su bolso de playa. Tropieza con un escalón, pero no
alcanza a llegar al piso, las manos de Marcos la sostienen en el aire y la
depositan suavemente en el suelo.
Luciana comienza a reírse, un poco por su
torpeza y otro por vergüenza. Marcos la acompaña hasta su mesa y le pide de
compartir el desayuno.
Hablan poco. Él la mira a los ojos, ella
tiene un nudo en la boca del estómago. Una energía se irradia entre ellos. El
brevísimo contacto de sus cuerpos generó una descarga magnética difícil de
expresar. Sus bocas se humedecen, las pocas palabras salen torpes,
atropelladas, mareadas, el cerebro se niega a ordenarlas. Hay un murmullo
dentro de sus cabezas que no les permite pensar coherentemente.
Él se levanta y le pide que la siga, ella
automáticamente deja su asiento y lo acompaña, sin entender muy bien por qué lo
sigue. Suben a un auto y parten sin más.
Llegan hasta una casa en el medio del
bosque.
Al entrar, Marcos la recuesta suave pero
firmemente contra la puerta, extiende sus brazos por encima de su cabeza, para
poder verla enteramente. Pronto ella siente sus labios recorrer su cuello, su
oreja y bajar hasta la unión de sus pechos. Percibe su olor a hombre en lo más
recóndito de su cerebro.
No comprende bien lo que pasa, no logra
tener registro de donde está, todo a su alrededor ha desaparecido, solo
experimenta ese extraño estremecimiento pocas veces sentido. Él le desabrocha
la blusa y enérgicamente se pega a su cuerpo, le toma un seno con la boca y
besa con sus labios húmedos sus pezones, que reaccionan rápidamente a su
contacto, mientras su mano baja lentamente por su vientre hasta llegar a su más extrema
intimidad. Ella derrama el producto de su placer entre sus dedos. Pero
inexplicablemente él se detiene, la mira, la toma de la cintura y la lleva al
cuarto.
La deposita sobre la cama. Lentamente le va quitando las ropas y
violentamente arranca las propias. No la toca, solo comienza a pasar sus labios
cálidos desde los dedos de sus pies, subiendo por sus piernas hasta llegar a
sus muslos y nuevamente se detiene.
Ella cree morir, su deseo se acrecienta,
se ensancha, alcanzando extremos que le son difíciles de contener. Él sabe lo
que puede lograr si la incita, seduce…… la enloquece.
Ella busca con sus manos el miembro
erecto de este hombre que toca cada centímetro de su cuerpo con una sensualidad
salvaje. Todo es erotismo, puro sexo.
Sienten el placer del cuerpo ajeno que se
amolda al propio como si siempre hubieran estado juntos. Esa rara sensación de
pertenecer al otro, pero que atrae más,
porque se sabe extraño.
Ambos se funden en besos interminables,
el ardor de sus labios los atrae cada vez más, los queman. Ella ansía que la
posea en ese instante, pero la expectativa de lo inminente acrecienta el deseo
todavía más. Él se contiene, quiere prolongar las sensaciones y llevarlas al
límite.
Luciana abraza el cuerpo masculino con
todas sus fuerzas, algo se apodera de ella, algo que ni ella misma creía tener.
Cuánta sensualidad, cuánto deseo de sentirse unida físicamente a ese
desconocido que le hace palpitar las sienes, empapar su cuerpo, lanzar aromas.
Por fin, Marcos se adueña de su interior,
que acaricia sutilmente primero, locamente después. Se interna en sus
profundidades dejando su impronta en cada arremetida. La pasión fluye de ellos
de todas formas posibles. Se tocan, se miran, se huelen, se perciben, murmuran.
Todos los sentidos están disponibles para llevarlos al mismísimo cielo……con
apariencia de infierno.
Se aman durante horas.
Se encuentran cada mañana. Cada mañana es
diferente pero tan enloquecedora como la primera. Descubren cada vez nuevos
estímulos…… más y más sensibles. Cada espacio
de la casa recibe a los amantes solo para sus propios goces. Cada rincón
es testigo de la pasión que los inflama. Todo tiene los olores del sexo que
juntos compartieron.
Sin admitirlo, cada uno espera esos
encuentros como algo necesario, hasta doloroso.
Pasaron los días y las semanas. Casi sin
hablar, solo susurros, palabras obscenas dichas al oído. Cubiertos de aromas
mezclados…… arena, sal y sexo.
Los días lentamente comienzan a acortarse.
El calor, en forma casi imperceptible, disminuye hasta que el verano llega a su
fin. Luciana vuelve a su vida habitual,
Marcos cierra la confitería.
La temporada termina, ninguno sabe nada de
la vida del otro, es innecesario. Se
despiden como todos los días, pero saben que es el último, aunque cada uno
lleva un registro en su memoria y en su cuerpo de los momentos compartidos.
Quizás el próximo verano, los encuentre
nuevamente, aunque ambos, sin decirlo, esperan que eso no ocurra.
Saben que acuñar momentos casi ilusorios es
preferible a querer repetirlos, y aguarlos.
Así como es deseable recordar esos instantes absolutos como un amor de
temporada…… o ni siquiera amor.
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