Fernando
Sánchez Zinny
a propósito
del poema
“Ella
adujo”,
de Rolando
Revagliatti
Ella adujo
-Estoy interferido, es por eso-
musitó él
presa de confusión
-Ganado que hubo el más mejor
amado mío
sólo te resta
reconocer la derrota-
adujo
con sosiego exultante
la interferencia.
Carta a Rolando
Revagliatti
Querido amigo y correligionario:
Inhibe algo hablar de ciertos poetas a
los que se conoce y esto es debido, justamente, a ese relativo conocimiento.
Porque la circunstancia hace que uno no disponga en favor de ellos de esa cuota
de imprecisión que convierte a un hombre en digno de incertidumbre, que es el
mayor galardón del destino. Se dirá, por supuesto, que no hay para qué hablar
de los poetas Fulano o Mengano sino que lo que se nos está pidiendo es que
abordemos los poemas con que se presentan y que si aquellos viven –al menos
para nosotros–, bajo torrentes de luz, esa luminosidad no tiene por qué
abarcar, asimismo, el territorio secreto en que se articulan las sílabas y las
palabras se transforman en campos de la batalla ominosa. Admito que el
argumento tiene valor a propósito de algunos autores y de determinadas obras.
No es, para mí, tu caso, el caso porteñamente arquetípico de Rolando
Revagliatti: cuarenta años de contemplar no sin asombro tus entusiasmos,
pertinacias y nobles ingenuidades acreditan indiscretamente no sólo nuestra
mutua edad sino, también, una similitud de fondo que me hace temerte. Porque
Rolando soy yo o, mejor dicho, Rolando es todos los que seguimos ese camino que
el tal Revagliatti recorre con pasos de Arlequín.
Tu poesía parece coloquial, pero no lo
es; tu poesía viste a menudo la ropa de la ironía, pero no es irónica. Tu
poesía es siempre idéntica y monocorde y, sin embargo, abarca una totalidad
cotidiana de la que nunca alcanzaremos a verlo todo; tu poesía se va en chistes
y en juegos de palabras y, no obstante, está repleta de desencanto: tus burlas
no son sino las ansias de una sensualidad que se sabe raíz de la desolación.
Ensayar tu merecido elogio se diría que
debiera contener tres o cuatro ingeniosidades del tipo de “la luna es el ojo
lagañoso de una amante que se despereza”. Pero qué vamos a hacerle, Rolando, no
me salen y no porque no me vengan a la cabeza amables asociaciones por el
estilo sino porque, de antemano, me suenan a falsete. Mejor te gloso: “Estoy
interferido”, decís por ahí y luego reconocés que esto lo coloca a uno en
calidad de entregada “presa de confusión”. Aunque –puntualizás– es un despiste
momentáneo porque a continuación queda anotado que “sólo resta reconocer la
derrota”, pero esta aserción no es en sí tuya, sino que la “adujo con sosiego
exultante la interferencia”.
¡Ah, hablaba la interferencia”, o sea ese
diablillo que hace que la racionalidad no exista… Claro que sí. Verás Rolando,
cada hombre, cada época, cada casualidad, tienen su pecado y es bueno que así
suceda porque tal residuo religioso sirve de comodín para justificar la desazón
perpetua. Viene a cuento esto porque, por añadidura, sos cura, cura confesor,
que ésa es, más o menos, la función de la gente psicóloga. De acuerdo, sos
poeta-psicólogo, aunque, bien visto, ¿qué poeta verdadero no lo es? En
cuanto a la otra categoría que revestís, no la olvido; lejos de ello, la
aprovecho, de paso, para pedir la absolución.
Tuyo.
Fernando
Sánchez Zinny
Verano de 2008
Fernando:
ResponderEliminarComo siempre, tu poesía es filosofía, es resonancia que va penetrando en cada hueco del alma. Tu "pluma" nos entrega la riqueza de NUESTRO idioma.