miércoles, 23 de mayo de 2012

Ascensión Reyes Elgueta-Chile/Mayo de 2012


GERANIOS

Fiel y alegre amigo, del jardín humilde conocido.
Puedes tolerar menosprecio y con docilidad
divina, también puedes gobernar tu fortaleza.
SIMÓN PEDRO.
             
La arruinada vivienda semejaba el punto negro dentro de los vistosos y modernos chalets del vecindario. Su descuido era manifiesto. Solamente destacaban en el amplio antejardín unas hermosas matas de geranios que piadosamente regaban las lluvias invernales. Por el verano, la sombra de un espigado palto y otros árboles, le proporcionaban la humedad necesaria para poder sobrevivir a la canícula de medio día. Sus moradores parecían no existir. A veces por las tardes, casi de noche, se veía circular a Lavinia, una mujer mayor, delgada y de pequeña estatura, cuya presencia daba algo de vida al lugar. Durante el día no se escuchaba ruido alguno, movía a pensar que ella reposaba o trataba de hacer sus quehaceres con el más absoluto sigilo. Sin embargo, Rita su vecina, estaba consciente que esa casa había albergado a una familia tan normal como cualquier otra de la vecindad.
            Lavinia era la menor de las hermanas, de aquella familia que por motivos naturales, fue disminuyendo en corto tiempo. Sus nonagenarios padres fueron cuidados con esmero por sus tres hijas solteras; sin embargo, a pesar de sus desvelos debieron asumir que la vida de sus mayores escapaba a sus atenciones. En un invierno frío y lluvioso, murió el padre y dos meses después su esposa. La primavera las encontró con un luto tan riguroso que hasta en su diario vivir se notaba el dolor que las embargaba. 
            Y pasaron algunos años en que la naturaleza se renovó, floreciendo aquel amplio antejardín de geranios, y el palto dando frutos que se perdían en el suelo, picoteados por los hambrientos zorzales. Sin embargo, a las hermanas mayores, de la noche a la mañana dejó de vérselas deambulando por el patio,o por las mañanas barriendo la vereda. Como esta familia siempre fue poco comunicativa con sus vecinos, poco o nada se supo de estas dos mujeres. Sólo Lavinia salía a veces a recoger las hojas que el otoño desperdigaba en los senderos que antecedían a la mampara de vidrio.
            Los vecinos inmediatos, una familia muy grande, donde se contabilizaba desde la octogenaria abuela, hasta un encantador bisnieto, eran los más preocupados por el bienestar de estas hermanas. Un día en que Lavinia llegaba con una bolsa que se adivinaba del supermercado, fue abordada por la señora Rita. -Buenas tardes vecina, tanto tiempo sin verla. ¿Cómo están sus hermanitas? Hace tiempo que no las diviso.
            -Oh, Buenas tardes, señora Rita. ¡Bien gracias! Todas estamos bien. Sucede que mis hermanas andan de viaje por Europa y lo más probable es que se radiquen por esos lados. Tenemos unos parientes en Italia, en Génova precisamente, y al parecer les han ofrecido que pueden quedarse a vivir en la casa familiar. Cuentan de ella que es tan grande y hermosa como un castillo.- No obstante, la mujer demostraba un semblante inquieto y sus ojos evadían encontrarse con la mirada de Rita, sus manos manoseaban nerviosamente un manojo de llaves.
            -¿Y usted seguramente las seguirá? - No, creo que no. No cambio mi casa, ni mi país por otro. Por último, igual sé de ellas. Todas las semanas, me llaman por teléfono. Otras veces yo voy a llamarlas al centro. -¿No se siente solita en su casa? -¡No!, por el contrario, tengo tantas cosas por terminar que prácticamente los días se me van sin advertirlo; sobre todo, revisar y poner en orden la documentación familiar. A veces paso toda la noche entretenida en eso y en la mañana me vence el sueño y no hay forma de despertar. En fin, así es la vida cuando nos quedamos solos.        -En todo caso, muchas gracias por su preocupación. Ahora debo afanarme con mi almuerzo. Con su permiso y nuevamente gracias.
            Y así continuaron pasando los días y cada vez que Lavinia se encontraba con la vecina Rita, se entablaba una suerte de diálogo amable, contando las aventuras de sus hermanas, en la bella Génova. Ya recorriendo sus costas en un moderno barquito, visitando museos o lugares turísticos interesantes. Estaba admirada de saber que habían gozado paseando en una góndola, por toda Venecia. Y el Vaticano en primavera, maravilloso, sumado a la alegría de recibir una bendición papal en la Plaza de San Pedro. Incluso le enseñó la blusa que vestía, regalo de las ausentes. Se la habían enviado por encomienda, junto a otras cosas hermosísimas. También conocieron Inglaterra y la carroza de la reina, casualmente ese día pasó muy cerca de donde ellas estaban, y así tuvieron la oportunidad de conocer a Isabel y Felipe, en vivo. La última visita fue a Capri. En este lugar, sus parientes las obligaron a usar trajes de baño. Pudiendo gozar de las delicias de aquellas aguas azules y tibias del Mediterráneo. Y así, cada vez que se encontraban con Lavinia, ella refería a Rita acerca de todas las bellezas y aventuras que gozaban sus hermanas, en el Viejo Mundo. Mientras tanto, el aspecto de la mujer se notaba más desmejorado, sólo se advertía vida en sus tristes y cansados ojos cuando contaba acerca de sus hermanas, entonces su mirada se hacía luminosa y alegre.
            Una mañana de otoño, la divisaron desmayada entre las matas de geranios. Seguramente había salido en busca de auxilio al sentirse mal. Tuvieron el temor de que estuviera muerta, por ello llamaron rápidamente a Carabineros. Junto con dos funcionarios de la institución, Rita y su marido, pudieron auxiliarla, y buscar un lugar adecuado donde colocarla en espera de la ambulancia. Su aspecto daba muestras claras de que su estado era gravísimo. Cuando llegaron al segundo piso, grande fue su sorpresa al encontrar un dormitorio colmado de muebles y cosas, que más parecía una bodega, dejando sólo el espacio para una cama pequeña donde dormía Lavinia. El resto de las piezas con las cortinas corridas, también estaban atestadas de cosas, en el más completo desorden; cajas a medio cerrar, adornos aquí y allá, tanto que desconcertaba a cualquier persona que lo viera. Pronto llegó la ambulancia. Rita, sabiéndola sola y sin saber a quién avisar, se mostró dispuesta para acompañarla.
            Había pasado una hora o más, cuando apareció una enfermera en busca de los acompañantes de Lavinia. Hizo pasar a Rita para conversar con el doctor. –Señora, lamento decirle que la enferma ha fallecido. Traía una neumonía muy avanzada y su cuerpo con escasas defensas, poco ayudó.- Hizo una pausa, para esperar que la mujer asimilara la noticia.- Entiendo que ella era sola, por ello le informo que sus restos quedarán en la morgue, hasta que lleguen sus familiares directos. En caso contrario, el servicio público se encargara de la sepultación. Un funcionario de Carabineros le ayudará en la búsqueda de sus antecedentes.
            Y así la bondadosa señora Rita y su esposo, debieron hacerse cargo de buscar afanosamente entre cajas y cajas de papeles, algún indicio que les permitiera dar con algún pariente de la fallecida. En ese trámite casi se les fue el día, hasta que dieron con un baúl de madera cerrado con llave. Juntaron todos los manojos que encontraron; felizmente una de las tantas llaves coincidió con la cerradura. Se escuchó un suspiro de alivio cuando Rita, su esposo y el Carabinero, como ministro de fe, encontraron toda la documentación familiar de Lavinia.
            Sus dos hermanas mayores, habían sido internadas en una institución de caridad, hacía siete años; al evidenciar la  pérdida de sus facultades mentales y debido a los escasos medios de que disponían, les impidió acceder a una institución con mejores cuidados. Sin embargo, Lavinia las acompañó hasta el último momento en que una corta enfermedad las envió a mejor vida; de ésto hacía tres años.
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            Nunca en su pasar, Lavinia, estuvo más acompañada que en el día de su funeral. Su féretro estaba adornado con hermosas flores y hubo sentidas palabras de despedida por parte de sus vecinos. Esa primavera los geranios rindieron un último tributo a su dueña, convirtiendo

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