miércoles, 23 de mayo de 2012

María Angélica Guarneri-Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2012


La luna, el ángel y el piano


Las campanas de la iglesia de San Isidro Labrador repicaban anunciando la última misa del domingo.
Con premura, los fieles se dirigían a ella. Varios acortaban el camino cruzando el jardín lleno de malezas de la vieja casona del barrio.
Sus grandes portones de hierro favorecían la entrada y salida. Estaban ubicados en las esquinas, enfrentados entre sí de norte a sur. Mostraban la acción del tiempo y el óxido impedía cerrarlos.
La luna, que ya había reemplazado al sol, bañaba con su luz plateada la fachada descascarada y sin color de la misma. Sobre la puerta principal aún se podía ver “Villa Doña Etelvina”.
En medio de esa antigua construcción, el mirador, un gigante semi destruído, parecía hacer equilibrio.
El inmenso jardín donde otrora podían verse hermosos rosales, margaritas y espléndidos jazmines, había sido invadido por las malezas que se encargaron de eliminar su belleza.
Los ventanales mostraban sus vidrios rajados y la falta de los mismos. Es que en ellas hacían mella las piedras tiradas por los pícaros chicos del barrio. Pero esto no era impedimento para que todas las noches, la luz de la luna se filtrara por sus agujeritos, iluminando la figura sonriente de un ángel de yeso que se hallaba empotrado en la pared, completando el adorno de la chimenea de mármol.
-“¿Otra vez me despiertas con tu luz? ¡Hace años que lo haces! Siento cansancio por ello, por esta repetición de recuerdos que, noche a noche, me haces relatar. Las historias de los que han vivido en esta casa, creo habértelas contado. Sus alegrías, sus ilusiones, sus dolores. No hagas que lo recuerde otra vez. Expande tu luz y alumbra el salón, lo verás vacío, también sus habitaciones lo están. Es de esto que quiero hablarte, porque ayer llegaron dos hombres, retiraron muebles, libros, cuadros y objetos de valor, que fueron cargados en un inmenso camión, en ese momento no pude entender el porqué de ese vaciamiento hasta que los sentí hablar del testamento de doña Etelvina. Ya sabes, ella era la única sobreviviente de una gran generación, que con su muerte se extinguió. No sé porqué estos últimos no tuvieron hijos. Según ellos, en el legado figuraba la donación de este predio, donde decía que el estado debería hacer una escuela para el barrio.
Uno de ellos comentó con tono burlón:
-Si la vieja se entera que en vez de una escuela van a levantar un centro comercial, se volvería a morir, pero esta vez de rabia.
El otro lo miró y le dijo:
-¡Cerrá esa bocota y terminemos de cargar el camión! Esta casa me da escalofríos, tengo la sensación de que alguien nos observa. El compañero se puso en marcha.
Después, el más joven exclamó:
-¡No cierres nos olvidamos el piano!
-¡Dejálo!-comentó el otro- El camión está sobrecargado, no resistiría más peso, además el pobre está estropeado, no tiene arreglo…
Y cerró la puerta de un golpazo cuyo sonido estremeció el salón de punta a punta.
El piano y yo nos quedamos solos en esta inmensa sala desmantelada de todo adorno, me quedé un largo rato contemplándolo, lo vi muy viejo pero aún así se veían partes en donde la laca no había llegado a descascararse.
Aunque mis alas estén pegadas a la pared, sentí que ellas se estremecían. Me di cuenta que llegaba su final y, por ende, el mío”
La luna se quedó mirándolo en silencio. El ángel comenzó a tararear una vieja melodía francesa, la misma que tocaba doña Etelvina antes de quedarse dormida para siempre sobre el piano.
El tarareo se hizo cada vez más lento, casi un murmullo. El ángel se quedó dormido.
Poco a poco la luz de la luna fue reemplazada por el dorado sol. Sus rayos se posaron sobre el ángel, sintió su tibieza como una caricia “ya es de día”.
Una lágrima resbaló por su rostro y presintió su destino. Un estrepitoso ruido  lo puso en alerta. Las paredes de la casona comenzaron a derrumbarse. Vio como grandes bloques de ladrillos, tejas y hierros caían sobre el piano. El ángel quiso detener la caída pero no pudo, se sintió arrancado de la pared. Sus alas de yeso no le respondieron y cayó lentamente sabiendo que se estrellaría. No pudo evitar su final. El ángel quedó esparcido por el suelo y aún así siguió sonriendo.
Mientras eso sucedía, percibió la agonía del piano que, como último adiós, dejó en el aire la nota más aguda del pentagrama.



Yo sueño

La noche     sin ser invitada     se presenta
ocultando los caminos del olvido.
                        Mi alma    se libera.
Comienza a recorrer
el mágico sendero del bosque
                        ese bosque enamorado
                        de la luz de la luna.
Su sendero se pierde    en la orilla del río…
donde los sauces mecen sus largas cabelleras
dejando que sus hojas
acaricien sus aguas espejadas.
                        Veo  asomarse el sol
                        manifestando con orgullo
                        el poder externo de su luz fueguina.
Por un instante       mi alma se detiene
al borde de mi sueño
contemplando el amarillento paisaje otoñal
cuyo ocaso agonizante
opaca el sutil brillo del bosque
envolviéndolo con una bruma dorada.
                        Mi alma
                                    se regocija
                                    yo sueño

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