domingo, 24 de junio de 2012

Delfina Acosta (artículo)-Paraguay/Junio de 2012


La humildad de cada día

Al observar la majestuosidad del mar, cuyas olas levantan su belleza, en dirección a los cielos, uno se siente chico, pequeño, a veces. Tantas voces tiene el mar rugiente. Es cosa de aguzar el oído para poder interpretar su mensaje.
Y al contemplar las flores, los crisantemos abriéndose a la hermosura y al aroma delicado bajo los rayos tibios del amanecer, qué viene a ser uno sino un pobre ser humano, que va de amor en amor, de desamor en desamor. Si tomara el hombre apunte del esplendor de la naturaleza y contemplara su carnalidad, su mente llena de sinsentidos, para empezar a tener una visión distinta de la vida. Así, observándonos en nuestra levedad y en nuestro breve paso por el mundo, deberíamos aprender a ser más humildes y buscar las buenas razones de la existencia. ¿Cuáles son las buenas razones? Pues la familia y el amor que le debemos a quienes están a nuestro lado y acaso sufren soledad, tristeza y hastío.
Ocurre que hay tanta gente que se regodea en su soberbia, en su ego de pavo real. Y su ego, visto desde cierto ángulo, no es sino un pobre complejo de inferioridad que debió ser tratado oportunamente por un especialista en enfermedades sicológicas.
Ser humilde es una bendición diaria. Al menos, así lo pienso yo.
¿Por qué creer que uno es superior a los demás, cuando cada ser humano es tan diferente, tan especial y tan único dentro de este mundo?
Dejemos la soberbia a los ignorantes, a los poco entendidos, a los desatinados, a los superficiales. Ya el tiempo les irá dando duras lecciones y entenderán que el universo no gira en torno suyo, ni mucho menos. El universo gira en torno a los obreros, a los que se levantan diariamente para ir a ganarse el pan de cada día en una fábrica. El universo da vueltas alrededor del artista sensible que simplemente se limita a mostrar las mejores flores de su talento sin aguardar aplausos.
Cómo fastidian los soberbios. Y ellos están que hablan y hablan de sus obras, que no tienen límites según su parecer, y que superarán por un futuro adelantado a las obras de las nuevas generaciones de artistas que llegarán.
Aprendo yo del gusano que sube por las ramas de un jazminero. Y de las hormigas que cargan sobre sus espaldas la miga del pan diario. También de aquellas mujeres indígenas, sentadas sobre la vereda, en algún sitio de la ciudad. Ellas aguardan vender el producto de su laboriosidad silenciosamente. Son tan diestras en el arte de los tejidos e hilados y el arte plumario.
Me encariño con el ruiseñor que no sabe que su trino es música del cielo y hace dulce el despertar del hombre y de la mujer enamorados.
Si el ser humano pudiera ser más humilde.
Conozco a tanta gente soberbia que fue a caer, a tropezar con su propia soberbia y sufrió la humillación pública y el desprecio por parte de la sociedad.
¿Es muy difícil, acaso, controlar el ego?
¿No tienen muchas personas discernimiento para entrar en razón, y entender que es mejor hacer lo que se ha venido a hacer en el mundo, según los dones y la capacidad que Dios les ha dado, sin cacarear excesivamente?
Aplaudo a los humildes con júbilo y respeto.

Y en tanto sube el nivel de las aguas de la soberbia, el soberbio, con el pecho inflado, ni cuenta se da de que la gente ya ha corrido de él, hastiada.

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