CONVERSACIÓN
— ¡Otra vez, Olivia! La ama nos matará a las dos, ya
sabes que no puedes estar aquí.
— Ayobami, cuando estamos solas llámame Ayobami, y yo te
llamaré Nomalanga.
— ¿De nuevo con esos nombres? ¡Baja la voz!
— Así me llamaban en la tribu. ¡Como extraño mi pueblo!,
mi madre y sus consejos, mi padre el yamán, el hombre más importante después
del rey…
— Pero eras muy pequeña, ¿todavía recuerdas?
—Si, y también recuerdo tu nombre, Nomalanga.
— ¿Y recuerdas cuando nos trajeron en el barco, entre
muertos y apestados? Éramos dos niñas.
— ¡Cuántos muertos! Y el hedor, la sangre, los golpes,
las cadenas…
— Yo también recuerdo, pero más vale olvidar. Ahora todo
ha cambiado. Pertenecemos a la servidumbre de Doña Matilde Soria, y debemos
obedecerle si queremos vivir.
—Aún así, guardo mis momentos. Los atesoro. Aprender a
leer y escribir me ha abierto otro mundo, un lugar maravilloso donde no hay
penas, aquí en la biblioteca vivo tantas vidas, conozco tantos países.
— ¿Y quien te ha enseñado a leer? ¿El amito Norberto? Qué
te habrá pedido a cambio.
— El cambio no tiene importancia, vale la pena. Además
me enseñó muchas otras cosas, aritmética, astronomía, derecho…
Por eso los veo tanto tiempo juntos. ¡Cuidado! Qué a la
abuela Gertrudis esa junta no le gusta nada.
—No sabes las maravillas que encierran los libros, por
ejemplo éste: Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, sobre unos gigantes…
— ¿Gigantes?
—Seres enormes, grandes como la torre de la iglesia, y
las cosas indecentes que se cuentan, dicen que la inquisición lo prohibió. Y
este, Declaración de los derechos del hombre, ¿sabes qué dice? Que todos somos
iguales, que tenemos los mismos derechos, que no hay razones que nos obliguen a
servir a un amo.
— Pero solo son libros, fantasías, cosas que no existen.
— En un lugar llamado Francia, habrás escuchado el
nombre por boca de los amos, ya existen estos derechos, costaron sangre,
muerte, fatigas, pero existen.
—Francia queda muy lejos, Doña Clotilde, la tía del amo
Alberto viajó a Francia y a España y ha tardado más de un año en regresar ¿Cuándo van a llegar esas
leyes a Buenos Aires?
— Alguna vez…estoy segura.
— ¡Escucho pasos! Es la niña Matilde, escóndete que
yo trataré de distraerla.
— Gracias Nomalanga, te quiero como si fueras mi
hermana, y siento que me comprendes, aunque me estés regañando todo el tiempo.
— ¡Rápido! ¡Escóndete! ¡Que no te vean!
Y la negrita de
veinte años, protegida por el amor secreto de su amito Norberto, tomó un
ejemplar en cuya tapa podía leerse “Novelas Ejemplares, de Miguel de Cervantes
Saavedra” y se escabulló por los rincones a la búsqueda de algún lugar
tranquilo para seguir leyendo.
Marcos:
ResponderEliminarTu defensa social comprometida siempre desde las letras...
Las muchachitas Malanga y Ayobami, con sus convesaciones susurradas denuncian varios temitas que en estos tiempos están aún al rojo vivo.
¡Buena historia! Felicitaciones.
Hermano amigo, los patrones cambian de ropa, pero los esclavos --léase "el pueblo"--somos siempre los mismos.
ResponderEliminarUna escritura fresca , ágil , diálogo
creíble y preciso de dos niñas pacientes y padecedoras de un tiempo.
Me encantó.
Abel Espil