TODAS
Todas las mujeres que soy se encuentran
reunidas, quietas, como precisas figuras que dibujó el rocío en el pasto, y
esperan secarse bajo la autoridad del sol. Todas, repitiendo un extraño ritual,
expectantes, ansiando mis próximos movimientos, mi ineludible reacción…
La madre, que reclama su propia niñez y sus últimos juegos, como un
espiral que vuelve a ovillarse indefinidamente. La arqueóloga, incansable
buceadora de caminos antiguos, cuyos secretos la tierra guarda sólo para ella,
dejando pequeños rastros en las piedras para que arme, con sus manos de agua,
el rompecabezas de culturas muertas, toda su vida. La escritora, que posee
baúles de palabras atropelladas que nunca sellará. La princesa de un castillo
adormecido, donde aún se oye la música que cantan sus torres musgosas y vacías,
con su magia de cuentos y campanas.
La que anda en caballos que no llevan montura, la que descubre el mar
junto a la herida de la tormenta; esclava de la pasión más secreta, la de la
obra escrita con tinta insolente.
La que es madera astillada esperando el rescate, en un encierro de aguas
palpitantes y oscuras. No puede moverse sin dejar escapar las cadenas; su
destino siempre fue la vieja nave hundida que presiente el mundo por su eco
rítmico y tirano.
La que tiene por amigo un nombre y por camino, un recuerdo que siempre
la lleva al mismo lugar…
Es un encuentro arcano, me encara la luna de aquel muelle que creo que
es mía cada noche, en un juego de ajedrez, perplejo de creación y desmesura.
Música de infancia y líquidos desiertos con soles de otras tierras.
Lenguas que asoman su idioma con olor a
romero, a tabaco y a guerras que nunca han comenzado, que nunca
terminarán.
Me involucro, me quemo, respiro, me acuesto, las observo, me desnudo de
miedos, me visto, las llamo.
Las llamo otra vez…
Se han ido, regresaron a sus encierros de horas de verano o páginas
amarillentas de íntimos libros inacabados.
Las necesito, creo.
Preciso la constancia y la aventura de la que descubre voces en cacharros
de civilizaciones sin tiempo; la dulzura de la madre que aún no juzga; la
alegría de la que vive para disfrazarse con lunas propias y ajenas; la furia de
quien galopa en un laberinto, aferrada a la fuerza de la vida. Necesito oler el
mar…
Pero se han ido…
Estoy sola, cansada de batir alas que chocan contra la jaula. Siempre
partiendo, siempre llegando. Sentada incómoda y derecha en el estante alto, el
que nadie alcanza, junto a los libros de viejos monasterios y diarios de viaje
con tapas de cuero.
Sola, frente a tu mirada y a tu beso. Defendiendo los límites,
intentando escapar y retornar sin heridas.
Sola… con la boca cerrada. De pronto, tus manos colocan gaviotas en las
mías, tus risas atardecen en mis labios y me recuerdan aquella luz y aquella
presencia colmada de mensajes, y vuelo por fin hacia la altura donde la única
distancia son los latidos. Puedo desprenderme del contorno de tu cara y la
libertad es la elección entre las nubes altas y las despedidas cortas.
Tengo alas, todas las tenemos… Entonces vuelvo, vuelvo a mí; a la loca y
desordenada fuerza que me nombra.
ENCANTADA DE LEERTE, PRECIOSO
ResponderEliminarLa palabras dibujan el texto, al texto lo dibujan las palabras. Genial poder leerla.
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