jueves, 25 de octubre de 2012

Graciela Maturo-Octubre de 2012


Epílogo de Graciela Maturo para la segunda edición soporte papel y primera  edición electrónica del poemario “Trompifai” de Rolando Revagliatti.

Rolando Revagliatti: Trompifai
Epílogo para una reedición.



El espíritu de juego, y un ligero escepticismo de fondo parecen presidir la poesía de Rolando Revagliatti, volcada al doble y a ratos confluyente cauce de la poética y la humorística. Ambas vías, decía Macedonio Fernández, son igualmente desestabilizadoras de las rutinas mentales y la habitualidad del vivir.
Desde luego, no es necesario pensar que el juego es expresión de frivolidad o descompromiso. Como este libro lo muestra, puede haber en él un trabajo de incesante descubrimiento, sorpresa y recreación, en este caso ejercido sobre la base del cine, ese gran arte del siglo Veinte que ha reunido y reformulado a las artes todas.
Es éste un libro singular, construido metódicamente como escritura que parte de filmes, consignados en forma puntual, que abarcan ochenta años de cine. Es en cierto modo una “historia” del Séptimo Arte, pero también una cierta revisión sesgada  de la vida contemporánea, nuestra vida, la vida del autor.  Los jóvenes descubrirán y gozarán en estas páginas un tramo que desconocen, los que hemos vivido esos años, y conocemos la mayor parte de esa filmografía, disfrutamos duplicadamente de este revival.  Pero no se malentienda lo que digo. Revagliatti no hace una descripción ni un comentario crítico de las películas que menciona.  Su creatividad, inteligencia y humor se ejercen sobre la imagen visual como punto de partida para una síntesis imaginaria o reflexiva, siempre sorprendente .
Es oportuno recordar que Rolando Revagliatti es psicoanalista, cursó estudios de cine y ha tenido experiencia actoral y directiva en el teatro, además de ser un obstinado espectador de cine, y sobre todo un poeta.  Esa multiplicidad de experiencias se  muestra en Trompifai,  donde exhibe su conocimiento de todo el cine especialmente europeo y americano del siglo transcurrido, su amor por la imagen que fulgura en la pantalla, y  su  privilegiada capacidad de gozador y analista de imágenes,  sucesos y  expresiones  que no pertenecen sólo al cine sino a cada instante de la vida.
Su escritura coloquial, despeñada sin interrupciones pero también ceñida y sobria cuando su intención lo requiere, afronta el riesgo de caer en el facilismo, del que sale airosa, y elude a conciencia el desborde afectivo,  la complacencia, el engolamiento. Sus poemas, generalmente breves, recorren el cine mudo y algunos  realizadores de los años 30 y 40, extendiéndose a décadas recientes. La edad del autor nos parece mayor a la que realmente tiene, hasta tal punto se apodera de una atmósfera anterior a su propia infancia, y se muestra  capaz de capturar  ese especial “encanto del  pasado reciente” de que hablaba  Bioy Casares. Todo adquiere una implícita connotación  infantil, adolescente y familiar para este visor que se pretende impávido. Remueve emociones, pese a su temple crítico y su ironía.
Este libro es uno de los cuatro  que Revagliatti ha dedicado al cine. Ante cada film, tiene el don de sintetizar un clima, resumir una narración o penetrar el sentido con una frase. Su discurso, a imitación del “discurso fílmico” varía el enfoque, el encuadre y la velocidad, como lo haría un director de cine. También se evidencia esta inclinación en el recurso a procedimientos cinematográficos como la fusión, la detención, etc.
Los juegos de imágenes se superponen a los juegos de palabras en esta sucesión de experiencias que no son meramente las de un receptor sino las de un creador que continuamente organiza y recrea, interfiere con su propia voz, su pensamiento o su salida de tono. Es un histrión que se muestra y se oculta.  Su cultura cinéfila le da pie para la introspección, la reconstrucción de la adolescencia, la vida familiar, erótica, artística, desde una mirada ubicua y  perspicaz.
No todo es visual, evidentemente,  en estos textos.  El lenguaje, que pasa por el habla ciudadana en todos sus matices, se hace anti-solemne y  desenfadado en grado sumo.  Próximo al humor, aborda el brusco contraste, la conclusión inesperada,  la desmitificación, el chiste, la comicidad. Lo vemos  recurrir a múltiples tonos y modalidades, como la parodia de otros textos, la recurrencia a letras de tango, boleros, catálogos, enumeraciones, noticias periodísticas, carteles publicitarios, anotaciones sueltas.
 La perspectiva –ocular o reflexiva— tiene una particular movilidad. Quien habla es un yo sólo a veces explícito, generalmente disimulado en una aparente objetividad. Pero la imagen se tiñe de matices personales, subjetivos y aun sentimentales.  Revagliatti ha frecuentado una poética muy argentina que pasa por la cultura barrial, afectiva, cultivada por letristas populares, sainetistas, o por poetas como Nicolás Olivari – uno de sus innegables maestros – o Raúl González Tuñón.  
Toda una época aparece ante nuestros ojos centrada en el cuadrado mágico del cine. Los personajes –desde el inefable Carlitos y su antagonista Trompifai hasta los héroes del Far West o las actrices italianas— se adelantan, violan el límite inmanente del film -  a la manera de La Rosa Púrpura del Cairo- y descienden a la butaca, o bien llevan consigo al espectador que los contempla. Así ficción y realidad tienen caminos de ida y vuelta que los conectan. En algún caso son los personajes mismos los que toman la palabra. El comentarista-poeta-crítico que habla del film se apodera de las máscaras, para mostrar que no sólo repasa una posible historia del cine, sino que revisa la historia propia, y la historia toda  de este tiempo: la guerra, la posguerra, los dictadores, la represión, el exilio, los regresos, el amor, el sueño, las infracciones, la risa, el arte, los genios, la nostalgia.
Desfila aquí el cine francés, Godard con su leve ironía y sus tonos bajos, el cine italiano, inexcusable,  con la emotividad y la risa de Tornatore o Ettore Scola, el cine sueco, con su velado moralismo, el cine norteamericano, alemán, polaco, español, latinoamericano y por supuesto argentino, desde las películas de María Duval y Golde Flami, “la buena” y “la mala”,  hasta “GATICA, ‘EL MONO’” de Leonardo Favio. Un cine ingenuo, que adquiere el encanto del pasado, un cine dramático, como lo ha sido nuestra vida.
Creo que el tiempo es el gran protagonista de este volumen. El permanente rescate de lo anterior, la incorporación de tarjetas postales que pertenecen a una época superada, extiende considerablemente la sensación del “tiempo vivido”. Observador frío por momentos, en otros  espectador enamorado, el autor planea por encima de su creación, se resguarda, incita o participa.  Hace una nueva “función”, espectaculariza  a partir del film para dar a conocer algo de la condición humana, mientras “aquella sangre de la mujer ésta en mi cara”. Su poema “Super ocho” ejemplifica este espíritu, al ofrecer una curiosa “función” en que actores de lo más diversos cumplen roles insólitos.
El poeta–histrión-director cierra su libro, transido de humanidad y tiempo recorrido, y el lector reprime una lágrima o una sonrisa, abrumado por el cuadro tragicómico de la vida, por el peso de la historia que el arte aligera y hace soportable. Sabe que la pasión de Marcello y Sofía se continúa en miles de copias, y que  la poesía a su turno le alcanza otro nivel de diálogo para compartir  las experiencias de la vida y la palabra.





                                                                                                Graciela Maturo
                                                                                      2008







4 comentarios:

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