jueves, 25 de octubre de 2012

Marcos Polero-Miramar, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2012

EL PARTIDO DE LA HISTORIA

Era el momento preciso. Los arcanos se reunieron para determinar el futuro de la tierra. Se venía el Juicio de la humanidad. La luna estaba en su cuarto menguante y cumplía el número de vueltas que había sido determinado. Los planetas se encontraban en la posición óptima. Todo estaba previsto desde antes del tiempo y hasta después del tiempo, que era ahora.
Se citaron declarantes de los distintos siglos de la historia humana. Algunos eran hombres y mujeres de éste mundo. Otros eran observadores de otros planetas. Todos afectados, en distintas formas,  por los acontecimientos que se iban a debatir.
— ¡Que vayan pasando los testigos, y que los secretarios tomen notas!— dijo el anciano mayor.
Uno a uno se fueron presentando:
Explicaron cómo, con mucha dificultad, desde un cerebro de primate, un  poco más desarrollado que el de los otros simios gracias a la ingesta de carne, el hombre se hizo el camino hacia su dominio sobre la tierra y sus criaturas. Al principio eran cazadores cazados, como muchas otras especies. En un momento, cuando fueron capaces de forjar herramientas y armas, ya no tuvieron competencia. Después se mataron entre sí, los unos esclavizaron a los otros, incluso las hembras de la especie fueron sometidas.
Pero inventaron la música, la filosofía, trataron de explicar su mundo desde la ciencia. Formalizaron sus pensamientos, inventaron las matemáticas. Realizaron enormes monumentos y preciosas obras de arte. También hubo grandes individuos, héroes de la humanidad. Muchos que dieron su vida por sus congéneres, muchos que ayudaron a salvar millones de hombres, mujeres y niños, que se empeñaron por la conservación del planeta,  por la fauna y la flora silvestre…
Los observadores interplanetarios advirtieron, preocupados, sobre el uso  de armamentos que amenazaban el espacio. La raza humana había avanzado muy veloz  y su rapidez de desarrollo no les dio tiempo a madurar y hacerse suficientemente responsables.
Y siguieron los alegatos. Miles fueron exponiendo sus razones, unos a favor, otros en contra. Unos querían defenestrar a la humanidad terrestre y otros la querían elevar a la categoría de ángeles.
            Los ancianos no encontraron más razones de un lado que del otro. Deliberaron una eternidad, o algo parecido, en un espacio de existencia sideral ¿Cómo decidirían la continuidad del mundo o su destrucción? Volvió a hablar el más venerable:
—Dejemos que los hombres defiendan su perdurabilidad de una manera esencialmente humana. Disputarán un partido de fútbol, su deporte preferido, su pasión.  Jugarán contra un equipo de arcángeles que seleccionaremos entre los más hábiles. Nuestros seres celestiales les llevarán la ventaja de las alas, de todas maneras ajustaremos las reglas para que los vuelos no sean muy pronunciados y les permitiremos a los terráqueos que seleccionen a los mejores entre los suyos.
Se eligieron dos seleccionadores, Pepe Guardiola y Carlos Salvador Bilardo. El entrenador de arqueros era José Luis Chilavert.
Se presentaron los dos equipos en la cancha. Todos sabían lo que estaba en juego. Después de los saludos de rigor, el árbitro revoleó la moneda y movieron los celestiales.
En el primer pase Cafú cortó la trayectoria de la pelota y se la tocó  al arquero Fillol quien la sacó corta, con las manos, para Johan Cruyff. El holandés intentó un pase en profundidad para Zidane. El balón fue interceptado de cabeza por un arcángel, que lo desvió al costado. Como una tromba apareció Maradona, gambeteó a tres defensores alados y con la zurda le puso la pelota en el pie a Messi. Lionel, sin hacer la pausa,  por la izquierda de la línea defensiva pasó entre cuatro y fusiló al arquero, que voló, con muy extraña comba y  sacó, impunemente, el esférico, del ángulo.
Así se repitieron las jugadas todo el primer tiempo. Los ángeles y arcángeles estaban dotados de una enorme agilidad,  pero constantemente eran superados por las habilidades y picardías humanas.
El árbitro y sus ayudantes no se mostraban demasiado neutrales. Así fracasaban las protestas sobre cabezazos demasiado altos, uso indebido de las alas y algunas manos y movimientos prohibidos disimulados por los apéndices  de los querubes.
A los treinta y cinco minutos del primer tiempo, Un arcángel  aguerrido se elevó más de lo que autorizaban las reglas y con un cabezazo violento casi rompe la red de Fillol. Uno a cero.
En el segundo tiempo, Ruggeri tocó rápido desde el área propia a Carlos Alberto, el brasilero jugó con Messi, que tocó corto a Pelé. El negro amagó un cabezazo y cuando el enorme arquero saltó con las alas desplegadas para interceptar la pelota, la bajó con el pecho y sin dejar que  tocara el piso la clavó abajo, rasante,  al medio del arco. Uno a uno.
En otra jugada, Maradona recibió un pase larguísimo de Daniel Pasarella, que había robado del medio del área propia, la pelota se le escapaba y con su puño pegado a la cabeza corrigió el defecto de la trayectoria. El balón venció al arquero pero el árbitro vio la mano y no cobró. Después, Messi y Maradona hicieron dos jugadas idénticas, uno por derecha y otro por izquierda, como en un espejo,  y desparramaron uno a seis y otro a siete contrarios. Pero en ambas jugadas, el arquero, ya vencido, rectificó su vuelo y les atajó dos goles imposibles de atajar.
A los dieciséis minutos, robó Maradona e hizo una pared con Lionel. El Diego recibió  la devolución y con un zurdazo de trayectoria increíble, hizo que el balón pasara entre las piernas del guardavallas y se depositara tranquilamente en el fondo de la red. Por primera vez iban los humanos en ventaja.
Tres minutos más tarde, otro cabezazo furtivo y sospechoso de un alado en posición por lo menos dos metros encima de lo permitido, puso las cosas dos a dos.  
Ubaldo Matildo Fillol cayó contra el travesaño cuando descolgó una pelota que iba al ángulo y se golpeó la cabeza. Lo reemplazó Oliver Kahn. El teutón voló los últimos quince minutos de punta a punta de los tres palos. Perfumo, Maldini y Beckenbauer tapaban aquí y allá. Muchas veces el arco de los humanos estuvo cerca de caer.
En tiempo de descuento, Dunga trasladaba el balón y vio un claro a la izquierda del área. Tocó a Mascherano, que trianguló con el Kun Agüero y el arquero, por una extraña razón, a propósito, se quedó parado.
Fue tan obvio el descuido, que los delanteros que acababan de vencer la meta se quedaron parados y tardaron varios segundos para gritar el gol. El error del guardavallas era inexplicable.
Tal vez los motivos de la falla  no fueron futbolísticos. Hay que pensar en el amor que desarrollaron los querubes por la raza humana. Durante toda la historia anduvieron los ángeles cuidando a la humanidad.
El partido terminó tres a dos. Vencieron los hombres. En el banco de suplentes se abrazaban, Paolo Maldini, Nelson Gutierrez, El conejo Tarantini, Carles Pujol, Héctor Chumpitaz, Kroll, Milton Santos, Beckenbauer, Ronaldo, Ronaldinho, Lothar Matthaus, Puskás, Garrincha, Van Basten, Carlos Tevez, Enzo Francescoli,  Diego Forlán…
El Gran anciano le guiñó un ojo al guardametas alado y lo palmeó en su ala izquierda. Los arcanos deliberaron un gran rato y se dispusieron a otorgar el libre albedrío de la humanidad por un millón de años más.

4 comentarios:

  1. Marta Susana Díaz26 de octubre de 2012, 8:20

    Marcos: Me deslumbró tu imaginación. El relato pormenorizado de la historia de la humanidad y el partido con los arcángeles. ¡Menos mal que no llegaron los "Barra Bravas"! Buenísimo y sobre todo, muy original.

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  2. Marcos, si no hubiera sabido que este cuento te pertenecía, nunca lo hubiese imaginado. Muy creativo,cálido, interesante y esperanzador. Muy buena narración, como siempre. Un abrazo, Cecilia.

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  3. El dominio de la narración se acompaña de un profundo ritmo. El lector queda atrapado por la excelsa pluma de Marcos.
    Lástima la ausencia de Corbatta, Pizutti y Maschio.
    No importa.El escritor es respetuoso,
    al ofrecernos la originalidad de un relato, que quizás podríamos presuponer que el Angel Roberto Fontanarrosa revolotea en el mismo.
    Abel Espil

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