Cicatrices de la historia
Un día de
tormenta, uno de esos cuando la tarde parece debilucha pues no se atreve
a cruzar las fronteras de la noche, la joven esperaba el colectivo que la
llevaría a su hogar luego de un día de trabajo desgastante.
A veces el
viento suele convertirse en sepulturero de mañanas, cuando descarga sus ataques
de ira y comienza a arrojar escombros que parecen guardados para un momento
especial. Y fue ese, justamente, cuando la joven cerró sus ojos de prepo y
para siempre, enceguecida por la polvareda desprendida de un paredón enclenque,
que no tuvo la fuerza para resistir el embate de un Eolo enardecido.
Sucedió a
pocas cuadras de donde un riacho pastoso, abandonado a su suerte, yace
anquilosado entre kilos de excrementos, residuos químicos, calaveras de
chatarra y perros muertos que nadie llora, porque nadie fue su dueño. Junto a
vagones de algún tren también asesinado cuando el ferrocidio tuvo fuerza de
ciclón agregando una palabra más al diccionario.
En el
centro geográfico del barrio Buenashebras, donde no hace muchos
años miles de trabajadores y trabajadoras tejían los hilos multicolores que
darían forma al pan en el centro de las mesas familiares, sobrevive estoica la
osamenta de la fábrica abandonada en el centro de las seis hectáreas, donde ya
no hay telares que acunen la siesta de los niños mientras las madres trabajan.
El tiempo
corre veloz, tanto, que uno casi piensa que fue ayer nomás, cuando el país
crecía y el trabajo era parte de la cultura proletaria.
Ayer que
pasó a ser historia cercenada.
Ayer de
ayeres sin visos de mañana.
Frente
a la enorme mole enflaquecida a disgusto, por el tic tac del reloj y por
un vaciamiento, tres cuadras de casas despintadas dejan al descubierto su edad.
Llenas de arrugas, óxido y moho, unas de chapa y otras de mampostería, son un retazo
vivo de lo que fue el entorno donde se erguía Grantelar, la enorme fábrica
textil, orgullo del barrio que crecía.
La furia
de Eolo, abusador de cosas carcomidas por la desidia, fue causante del
estampido del nuevo derrumbe, entre tantos otros previos. El rugido de su furia
sacudió a los habitantes del lugar, que conmovidos, cruzaron la gris avenida
mientras los bomberos extendían cintas de plástico impidiendo el paso.
Acudió
también doña Teresa cuando escuchó el desmoronamiento y las frenadas de los
vehículos de paso.
Doña
Teresa que fue parte de las hilanderas de pan, en ese sitio.
Doña
Teresa, “la Loca”,
la llaman. Y así lo hacen los mismos que tiempo atrás creyeron volverse tan
locos como ella.
-¡Son
ellos! gritaba desesperada la mujer caminando entre la calle y la vereda,
tomándose los cabellos como queriendo arrancarlos.
-¡Son sus
gritos los que empujaron el paredón! seguía gritando.
-¡Ellos
avisan que ahí están y nadie escucha! Sentenciaba, mientras los vecinos
trataban de hacerla callar y no podían.
-¡Ahí
viene el helicóptero! Decía dirigiendo sus ojos hacia un cielo que comenzaba a
llorar gotas pequeñas.
-¡Los
camiones y las sombras, vendrán de nuevo y gritarán todos, como antes! seguía
diciendo la mujer en esa tarde sacudida, en Buenashebras.
Tiempo
atrás, espectros como salidos de un infierno de repente, sombras dantescas que
danzaban en las noches sus ritos de locura tallando el sepulcro del trabajo y
de los sueños, irrumpieron por el barrio amparándose en la espesura de las
noches sin custodias. Noches en que jóvenes y adultos empachados de vida,
sacaban punta al lápiz con el que habrían de esbozar la obra inconmensurable de
las nuevas mañanas.
Las
sombras tantas veces maldecidas, se abalanzaron sobre ellos, con el
encarnizamiento de la fiera que espera agazapada el paso de la sangre roja que
fluye por las venas.
Los
vecinos se encerraban en sus casas muy temprano, por entonces y, el silencio
fue el personaje central en ese teatro de operaciones que hasta el momento,
nadie pudo confirmar. O nadie quiere, para ser justos y precisos. ¡Nadie
quire!
No quieren
ni siquiera saber si acaso allí podrían haber estado sus propios hijos y los
hijos de sus hijos antes de ser devorados por el Zeus emergente de los agujeros
donde antaño se atornillaron los telares.
Tronaban
en las noches calmas de Buenashebras, helicópteros salidos quien sabe de qué
pozo de espanto.
Camiones y
sirenas rompían en pedazos la negrura y el silencio mientras bocas inmundas
escupían ráfagas de fuego que entonaban los acordes del preludio de
sinfonías de pánico que erizaba la piel. Era el canto fúnebre del odio
entre los hierros y la mampostería abandonada en ese ayer sin visos de mañana.
Teresa
enloqueció en aquel entonces, otros, más fuertes, hicieron del silencio un
culto persuadido por el miedo.
Allí,
entre la mampostería que fue tumba de la joven y del porvenir de tantos, un
poco más allá en el tiempo.
Allí,
entre recuerdos de ayes que los años amuraron entre nuevos ladrillos ajenos al
esqueleto central que nadie sabe que cosa tapan.
Hoy hablan
de esperanza futura en Buenashebras, entre las casas descascaradas y la promesa
de nuevas viviendas que harán del lugar un sitio promisorio.
Y lo será,
sin dudas, para bolsillos devoradores de moral y sentimientos.
Dicen que
la memoria de una historia convulsa y despiadada, quedará clavada entre los
maderos del pozo que parirá nuevos cimientos. ¡A quién importa la memoria
cuando ya está fallecida!
¡A quién
importa si hay que asesinarla de nuevo las veces que haga falta para erigir
otros proyectos!
Todo es
desconcierto en Buenashebras, sólo Teresa “la Loca” se atreve a recordar lo inolvidable, en
medio de la locura que se vuelve cuerda exonerando al terror, pretenden hacerla
callar, pero no pueden.
Sigue
diciendo, “la Loca”.
Su voz trae a remolque los ayes que no nacieron en su pobre mente disociada.
Y sigue
hablando por entre el nuevo paredón que reemplazó al caído sobre el cuerpito
frágil de la muchacha que regresaba al hogar, aquella tarde debilucha, que no
se atrevía a cruzar las fronteras de la noche.
Paredón
donde con parejas letras azules hoy puede leerse “Buenashebras crece”.
Sólo el
esqueleto de Grantelar, que muestra su osamenta abandonada a un costado de las
seis hectáreas, podría ser el testigo fundamental si alguien quisiera saber de
qué color era la ropa de aquella historia, que están a punto de asesinar de
nuevo.
Atrapados
por la ilusión del complejo que vendrá, arrastrada por cheques millonarios y
acuerdos bajo la mesa, los amantes de la esperanza en un sistema donde el
dinero es rey y la corrupción princesa, celebran la nueva muerte por asesinato
de la memoria colectiva.
Buenashebras
crece, reza el cartel y ya sabemos. Podrán pintar con brillos y promesas
las márgenes del parque transitable y el ensanchamiento de la avenida gris,
como el recuerdo.
Sobre la
memoria colectiva se agolpan otras sombras, llegan echando sal sobre las
cicatrices de la historia que seguirá sangrando, como siempre.
Magistrallllllllll
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