A 500 PIES DE PROFUNDIDAD
Cuando
el hombre está en la primera etapa de adulto y empieza a tener compromisos
familiares, trata por todos los medios de mejorar los ingresos para asumir las
responsabilidades que se generan. En mi caso, las propias de un vendedor de
calzado en una tienda de moda; era como batirme a duelo con un cocodrilo sin
saber si mis fuerzas resistirían la contienda.
Algo
así me sucedió a mediados del año 2009. Y, aunque lograr una buena renta,
significara asumir el riesgo de un trabajo que bien podría ser el último de mi
vida, primaba el deseo de jugármela por obtenerlo.
Un
familiar cercano me comentó que su hijo había viajado al extranjero. Consiguió
trabajo en el Golfo de México, en una Plataforma Petrolera y con un sueldo
realmente sustancioso. Ello le permitiría viajar más de una vez al año para
visitar a la familia. Incluso, si decidía quedarse en la plataforma como una
forma de economizar dinero, no significaba un costo adicional, estaba
habilitada para que sus trabajadores tuvieran
todo lo indispensable sin bajar a tierra.
Me
las ingenié para juntarme con el pariente al llegar de vacaciones a Chile. Todo
lo que sabía por su padre era cierto. No obstante el riesgo era mucho, la
plataforma tenía bastantes años de actividad; sin embargo, compensaban los
beneficios económicos que se podían obtener, y con un poco de suerte e
invocaciones a mi santo protector, todo iría de maravillas. Podría juntar
dinero para cumplir ¡mi gran anhelo!, comprar una casita bien acondicionada.
A Onofre, el pariente, pedí que me
ayudara a conseguir ese puesto, aunque fuera para barrer, porque mi situación
ya no me permitía vivir al día, las demandas de mi hogar me tenían casi ahogado
en deudas. Se comprometió de darme una respuesta apenas estuviera de regreso,
efectuadas previamente las consultas del caso en las oficinas de la compañía
petrolera británica, sus empleadores.
En
corto tiempo recibí respuesta. Me comunicó que me había dejado enganchado para
una de las dos vacantes producidas últimamente. En todo caso, era importante
partir a la brevedad para presentarme en las oficinas.
¡Un
viaje al extranjero, no es fácil organizarlo! cuando se carece de un buen
crédito, ni se tiene ahorros en la alcancía. Así es que, de acuerdo con mi
mujer, empezamos a vender todo cuanto tuviera valor. Creo que hasta algunos
juguetes de mis hijos debieron sacrificarse, con el compromiso de comprarles
otros mejores. Entonces, haciendo causa común con todos los míos, conseguí
juntar el dinero para el pasaje y dejar algo para la alimentación de la
familia, no deseaba que mientras yo estuviera lejos, pasaran hambre por mi
causa.
Viajar
en avión, fue para mí una experiencia nueva. Un viaje largísimo que pudo haber
sido agradable, salvo por un bebé que no dejó de llorar. Me dejó los nervios
crispados. Casi al llegar, en el tiempo que estaba previsto el arribo, recién
cesaron los chillidos del pequeño. La mamá compungida me contó que su guagua
sufría de cólicos y ella como buena mexicana se había servido unos ricos
frijolitos de almuerzo.
¡Pero
bueno, ya estaba en México! La tarde me recibió con una temperatura calurosa,
tanto que debí sacarme todo aquello que no fuera imprescindible y dejarlo entre
el equipaje. Ya tenía todas las direcciones donde debía dirigirme, incluso el
hotelito que me alojaría a un costo razonable hasta el momento de partir a mi
trabajo.
Al
día siguiente, apenas abrieron las oficinas, ¡allí estaba esperando para
presentarme! Daba gracias a Dios que a tantos kilómetros de mi país, pudiera
hablar en mi idioma, tratar de hacerme entender en inglés, que algo parloteo,
habría sido catastrófico. Fui atendido en forma muy amable y ya estaba mi
nombre como posible candidato a ocupar una de las vacantes.
Dos días después, una embarcación me
llevó al que sería mi destino final, la plataforma petrolera que dentro de ese
inmenso mar, era sólo un punto. Cerca, era otra cosa, una inmensa mole de acero
tan grande como una cancha de fútbol, eso me pareció al empezar a subir por las
escalerillas.
Luego
de presentarme en las oficinas ubicadas en un sector de la gran cubierta, debí
bajar a un piso inferior, donde habían designado mi habitación. Me indicaron
que me tomara un tiempo para organizar mis cosas y descansar; el asistente de
quien sería mi jefe, me avisaría. Al
sentir los golpes en la puerta de mi pequeño departamento, luego de haber hecho
una pequeña siesta, un rápido baño con afeitada y vestido con el uniforme y
casco que me esperaban encima de la cama, abrí la puerta. Me encontré con un
mexicano muy cordial, quien luego de presentarse como Antonio Pixcle, me pidió
lo siguiera. Subimos a la superficie, me sentía extraño, algo expresó mi
rostro, porque Antonio sonrió y me tranquilizó diciendo que luego pasaría, era
cosa de acostumbramiento, estar rodeado de mar y cielo. Y así, llegué donde mí
jefe, un señor extranjero, quien dominaba el español perfectamente. Era
bastante cordial y detenidamente me indicó cuales iban a ser mis deberes.
Estábamos a muchos metros sobre el nivel del mar, pero la Plataforma estaba sostenida
por tres pilares dentados que llegaban a
más de 500 pies de profundidad. Estaba feliz, a pesar de la sensación extraña
que luego pasó, todo había sido como lo había previsto.
Mi
trabajo era de bastante responsabilidad, debía revisar en forma permanente
todos los indicadores de una gran consola, que estaba ante mí, y tomar
nota de todas las variantes que se
producían en cada uno de ellos. Amplios ventanales iluminaban el recinto y un
cómodo sillón me permitía estar atento a todo.
Ese
primer día de trabajo estuve asesorado por mi jefe, pero al día siguiente ya
debí hacerlo solo y presentar las planillas a la persona que tomaba el turno
siguiente. Un trabajo de seis horas, con un descanso de diez, era
razonablemente liviano; sin embargo, al estar una semana, me estaba resultando
más agotador de lo que hubiera imaginado al comienzo. En uno de mis paseos por
la cubierta me había encontrado con Onofre. Esta fue la ocasión esperada, para
agradecer el favor que me había brindado al recomendarme y ser recibido. El
encuentro me dio una gran alegría, tener un pequeño nexo con mi Chile y mejor
aún, con un pariente que aunque lejano ahora lo tenía como compañero de
labores.
El
día 19 de Abril del año 2010, a tres meses de llegar, me correspondían 15 días
de vacaciones; tenía la opción de bajar a tierra o quedarme en la plataforma.
Lo pensé bastante, quedarme era aumentar mis ahorros. Sin embargo, aún no
conocía nada de México, y estar rodeado de mar me estaba resultando tedioso. Lo
dejé al azar y preferí que mis pies decidieran. Sin pensarlo mucho, ya estaba
con mi mochila esperando la embarcación que me llevaría al continente. Antes de
partir tuve un presentimiento, era riesgoso, pero aún así, decidí llevarme todo
el dinero ahorrado; arriesgando un robo en tierra. Decidí que lo remitiría a mi
mujer por medio de un giro. Estaba seguro que ella haría buen uso de lo que
había logrado juntar.
Era
mediodía y ya había cumplido con el primer trámite, ahora podría pasear
tranquilamente. Una agradable cafetería me invitó a entrar a servirme un
emparedado para luego seguir el itinerario que había programado. De pronto, una
noticia impactó a todos cuántos observábamos la televisión en ese momento. ¡En
la plataforma en la cual yo trabajaba, se había roto una cañería a 500 pies de
profundidad, provocando en la superficie una gran explosión y luego un incendio
que estaba consumiendo todas las instalaciones! Se presumía que había varios
fallecidos, no obstante las oportunas labores de salvataje. El lector de
noticias, mostró a continuación impactantes tomas del desastre, señalando que
junto con la ruptura del sistema de extracción del líquido, se había detectado
una considerable fuga de petróleo en bruto. ¡Esta circunstancia, amenazaba
contaminar una extensión bastante considerable de la costa Este del Golfo de
México, dañando el medio ambiente marino. La flora y fauna serían las más
afectadas. Se consideraba este siniestro como un verdadero ¡desastre ecológico
para la región!
Mis sueños de juntar dinero riesgoso
llegaron hasta ese día. La plataforma cesó sus actividades. Me devolví con
mucho dolor a mi país; traía la noticia que Onofre estaba entre los once
trabajadores fallecidos.
Sé
que nunca seré rico, no obstante tengo más posibilidades de ver crecer a mis
hijos y a lo mejor conocer nietos. Hoy sigo vendiendo zapatos de última moda y
soy feliz con lo que tengo.
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