LA ÚLTIMA CARTA DE VICTORIA
Me encanta mojar los pies en el Mediterráneo. Caminando por la
playa, sus rostros se superponen . Los
amé a los dos siendo tan distintos y en momentos de mi vivir tan dispar. Siento
que en mi vida he sido muy amada.
Sigo caminando. A veces algunas
pequeñas piedras lastiman mis pies . Son como han sido ellos.
A Joan lo conocí en
Barcelona . Nos cruzábamos la mirada en la tasca de Manuel . En uno de esos
días él se animó, se acercó y preguntó mi nombre. Charlamos casi cinco horas .
Nos estábamos esperando . Vino a casa muchas veces . El amor nos desvanecía . A
él como a mí , le encantaba ver llover sobre el mar. Horas y horas nos
pasábamos apoltronados en el enorme sillón negro de tres cuerpos. El tiempo
vaciaba las botellas de vino espumante , acompañado con paella a la
valenciana, preparadas por Mordisca . Ella hacía veinticinco años que
estaba conmigo. Conocía mis vergüenzas como también mis éxitos .
Después de los sesenta años
, no escribo más novelas, a pesar de la terrible insistencia de Carmen Bacels ,
quien también fue mi socia como agente literario durante treinta años.
De España me fui cuando descubrí
que Joan me amaba más de lo que él creía, pero se casaba en el próximo verano .
Nada le dije. Nada nos dijimos.
Estando en Bs. As., hace
veintiocho años atrás, conocí a un joven muchacho que cantaba en una de
las principales calles por pocas monedas. Lo que más me llamó la atención, fue
su rostro tan feliz cuando estaba cantando. De Luciano poco puedo decir . Éramos
una mujer y un joven, que nos veíamos por el ojo de una cerradura :
grandes , hermosos , altivos. Gracias a Luciano , mejoré mi estadía
cambiando de hotel . El Avenida era más confortable y más limpio .
Recuerdo la primera vez que tomó
uno de mis pechos y yo le propiné una fuerte cachetada . No era una suave
caricia sino una terrible tenaza. ¡Nos reíamos tanto! A él las hormonas le
saltaban por toda la habitación .
Varias veces , después de
invitarlo a desayunar, lo acompañaba a la calle Florida .
En una de ellas, estaba
preparando junto a sus compañeros los instrumentos, y yo le dejé en el estuche
de su guitarra cien dolares .
Por la noche al encontrarnos, me
dijo que ese había sido el día que más plata habían juntado. Estaba radiante de
felicidad . Atiné a decirle porqué no probaban todos los días - cual una
cábala - poner los cien dólares en el estuche . Me contestó que lo iba a
conversar con el grupo.
De él también me fui. Pero de muy
distinta manera. Era un amor endiablado, celoso : soñaba con ser mi dueño .
Comienza a llover . He regresado
a España . Compré una bella casa que da a la playa en TorreMolinos .
Uno de mis siete perros, --al
comenzar a llover --sale corriendo hacia la carretera.
Detrás de Juango van los seis.
Me arrodillo en la playa y dejo
que la lluvia acaricie mi piel , pensando en que he conocido hombres pero nunca
como estos dos : el catalán y el argentino.
Regreso a casa . Llegan junto a
mí , muy fatigados los perros .Están todos.
No alcanzo a subir todos los
escalones, cuando escucho la voz que me dice : " ¿Victoria, quieres que
tomemos un merlot o un malbec? "
Nostálgico, dulce y amargo al mismo tiempo. Me deja en el corazón una huella hermosísima. Felicitaciones Abel, beso de Alicia.
ResponderEliminarme gustó el cuento, Abel, sobre los amores de esa mujer, un abrazo
ResponderEliminar¿Qué más te puedo decir? ¿De qué forma nueva felicitarte? Para mí ya sos un clásico. Y eso que te ví crecer (como escritor, digo). Otra vez, Felicitciones...y van...Marcos.
ResponderEliminar¡Qué bueno Abel! Un gusto volver a leerte. Nélida
ResponderEliminarQué bueno, Abel! me encantó que te hayas puesto en la piel de una mujer y el cambio de escenarios. Felicitaciones, una vez más.Cecilia
ResponderEliminarAbel: Los escritores (como los actores) deben saber ponerse en la piel del sexo contrario. Y yo me fui con Victoria a Barcelona, Buenos Aires, Torremolinos y me quedé con las ganas de saber quien la invitó a tomarse un vinito...Me atrapó. Muy buen relato.
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