Cosas que
recuerdo
Recuerdo el ruido de los carros, con sus ejes hundiéndose en el
polvoriento camino y el grito de los chajás, semiescondidos en los pajonales,
alborotando al teraje que, espantado, se alejaba de los nidos.
Recuerdo
aquel hombre, sentado a la sombra de entreverados talas, el mate en una mano y
la otra ocupada en arrancar los abrojos del pegoteado pelaje de su flaco y
añoso perro.
Triste y solitario era el paisaje.
Recuerdo esa mañana. Regresábamos al
pueblo. Pensativa la maestra. Callados
los cuatro niños hacían sonar los nudillos de sus dedos que friccionaban
con fuerza para quitarse el dolor y la
picazón de los sabañones, huéspedes
indeseables de ese invierno frío.
Recuerdo el cruce del Paranacito,
cuando el carro se detuvo. Tres de los pequeños bajaron. En la ruta los
esperaba su padre.
“Hasta el lunes maestra. Hasta el
lunes niños.”
Juancito, el último, se quedó
mirando como se alejaban a campo traviesa, esquivando perdices que volaban al
ras de los pastizales.
Recuerdo el cruce de los puentes,
los arroyos y lagunas serpenteando entre camalotes y junquillos. El brillo
azabache de los ojos de algún hurón, presto a la huída al menor indicio de
peligro. Por lo demás, el paisaje era agreste. Talas y espinillos raleaban en
las estériles extensiones de tierra.
Recuerdo el camión cisterna dando
tumbos entre pozos y fangales. Una nube de polvo y ripio nos cubrió y espantó
al matungo que salió disparado. Doloridos y cubiertos de barro nos levantamos.
El camión yacía de costado en la banquina. Chofer y acompañante estaban siendo
atendidos por ocasionales automovilistas.
Recuerdo a Juancito corriendo hacia
la banquina, bajarla a saltos y regresar trayendo en sus brazos, lastimado y
muerto de miedo, un cachorro que se revolvía en sus brazos y lamía los rasguños
que el enramado y las espinas habían dejado en el rostro del niño
Recuerdo ese gemido cuando la
maestra quiso limpiarle las heridas y estiró sus patitas encogidas y
sangrantes. Los ojos de Juancito se
enturbiaron.
Tibiamente acarició su cabeza. Un
temblor frío lo recorrió y cayó sobre el cuerpo del perrito que apenas
entreabrió los ojos y su larga mirada se perdió en el infinito.
Recuerdo a la maestra, sentada con
un niño triste en brazos, la melodía de una canción en sus labios y un cachorro
inerte a sus pies.
Que belleza de recuerdos Lilia!!!!!
ResponderEliminarCómo contás tan bien!!!, que nos hacés participar contigo en ese lugar.
Hermoso y tierno relato Lilia, me hacés recordar los tiempos de mi infancia, cuando iba al campo de mi tio en Baigorrita.
Lilia, no te dejé el saludo.
ResponderEliminarMuchos cariños y un FELÍZ 2013
Beso y abrazo
Jóse