Volver a Mendoza…
Las fauces del sol
mendocino me tragan hacia un micromundo que me deja exhausta pero menos densa.
El tiempo en estos terruños de roca pálida y crujiente, pasa sutil y vanamente,
como si diez años fueran una siesta.
Pasa de todo y a la
vez, nada cambia.
El inconsciente
colectivo es materia prima para la doble cara.
Se respira el aire
dulce de los racimos aún lívidos, cuando la primavera enviste al impasible
invierno.
En Mendoza los
felinos hablan, como la montaña con sus vetas de colores.
La luna llena se
acerca un poco más que en el resto del mundo, cuentan los peces que miran desde
mis ojos y no los calla ni el canto del agua en las acequias, aquél rumor que
añoraba Cortázar.
Mi querida Mendoza.. excelente Sol!
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