La apuesta
__¡Perdiste! Dijo
ella. ¡Final de la apuesta! ¡El que pierde paga!
Ecuménico
se quedó sin palabras, tan luego él, el rey del chamuyo, mudo, sin argumento.
Perder fiero con una mina y en su propio
terreno, no estaba en sus cálculos. En realidad lo que más le molestaba era el
orgullo malherido de macho piropeador, porque en definitiva si ganaba se la
llevaba a su cama, y si perdía, ella con una voz melosa y seductora le había
dicho “seré tu dueña y ni te imaginas lo que haré contigo”. Para el caso lo
mismo daba ganar o perder. Pero…
Todo había
comenzado como un juego dos meses atrás, cuando la vio por primera vez en la
barra del bar La Proa
cercano al puerto.
__ ¡Dígame
si aquí es el cielo, porque estoy frente a un ángel! Le dijo en tono galante
mientras que con total desparpajo, se sentaba en una banqueta al lado de la
morocha de exótica belleza y gatunos ojos verdes.
La mujer
esbozó una sonrisa que alentó a Ecuménico a continuar con el floreo.
__Sus ojos
son esmeraldas
con
parpadeos de gata
cuando me miran deliro
y si
los cierra me mata.
__Parece
que va a estar entretenida la noche, comentó la morocha, luego
a modo de presentación con besito en la mejilla…Me llamo Malena pero me
dicen Rubí. Y vos… ¿Cómo te llamás?
__Ecuménico
Reyes, para servirla primor.
__ ¡Ecuménico!
¡Vaya nombrecito!
__Así es
dulzura, Ecuménico, como el guapo del novecientos.
__ ¿Además
de piropeador, literato? Preguntó la joven midiéndolo con la mirada y sin poder
contener la risa.
__Virtudes
que uno tiene, se jactó el chamuyero
saboreando de antemano la posible conquista.
…Y la
noche en pañales se volvió madrugada. Dos botellas de champagne entre verso y
verso. Confidencias, las de él; ella, toda oídos: Que pilotear el mes, que el
laburo, que los burros, la milonga, que me muero por besarte, por llegar a tu
ternura…
Convinieron
una cita a mitad de la semana y como quien no quiere la cosa surgió lo de la
apuesta, que propuso ella, toda oídos. Él, con la vanidad a punto de reventar
aceptó sin más ni más. Pan comido, pensó. A él, justamente a él, verseador de alto vuelo retarlo a no repetir ningún requiebro
en las próximas citas. Mentalmente sacó la cuenta. Cuatro sábados más cuatro
jueves serían ocho encuentros por mes; dieciséis días en total para cubrir el
tiempo estipulado para la prueba, a veinte piropos por cada cita la suma
ascendería a trescientos veinte. No era para volverse loco, pero, tendría que
esmerarse y depurar el repertorio.
Nunca un
levante le había costado tanto, tal vez por eso se empecinó en ganar la apuesta.
Soñaba despierto con esos ojos, esa boca, la selvática mata de pelo cuervo, la
serpenteante gracia de ese cuerpo moreno.
En cada
cita cumplía religiosamente con lo pactado. Ella, toda oídos. Él, embelesado
desgranaba su trova.
__Quisiera
ser un bombón para mecerme en tu boca…
__Al pasar
por una ermita
una
rosa me encontré
y en
cada pétalo puse
yo
jamás te olvidaré.
Poco a
poco el juego inicial se fue transformando en obsesión. Se desvelaba,
respiraba, vivía buscando nuevas formas poéticas para impresionarla.
A punto de
culminar el plazo establecido, comenzó a regodearse con la presentida victoria.
Saboreaba las palabras.
__Las
estrellas tienen celos
de tu carne de jazmín.
Ella, toda oídos. Él, enamorado, la
guardia baja, alertas entumecidas, la
memoria… ¡Una trampa!
__Mi
corazón es un puerto
para
abrigar tu velero…
Ella
interrumpiéndolo terminó de recitar la cuarteta.
__ No te
hagas a la mar
que de
soledad me muero.
__ ¡Perdiste!
Ese piropo me lo dijiste el día de nuestra tercera cita. Ahora soy tu dueña, me
perteneces.
__Que así
sea, dijo Ecuménico convencido de que de una manera u otra Rubí sería su
trofeo. De pronto sintió que todo giraba a su alrededor perdido en el centelleo
de sus ojos de gata, en el cepo mortal de su abrazo. Vio como le hundía una
mano hasta el puño en el pecho y como le arrancaba el corazón mientras decía:
__No hay
guapo que salga airoso
si la
vida juega a suertes
seguro la ha de perder
no se
apuesta con la muerte.
El dueño
del bar lo encontró apoyado contra un paredón. Era de madrugada…un perfume de
madreselvas le besaba la cara.
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