miércoles, 20 de febrero de 2013

Elena Pahl-Río Cuarto, Provincia de Córdoba, Argentina/Febrero de 2013

La apuesta

            __¡Perdiste! Dijo ella. ¡Final de la apuesta! ¡El que pierde paga!
            Ecuménico se quedó sin palabras, tan luego él, el rey del chamuyo, mudo, sin argumento. Perder fiero  con una mina y en su propio terreno, no estaba en sus cálculos. En realidad lo que más le molestaba era el orgullo malherido de macho piropeador, porque en definitiva si ganaba se la llevaba a su cama, y si perdía, ella con una voz melosa y seductora le había dicho “seré tu dueña y ni te imaginas lo que haré contigo”. Para el caso lo mismo daba ganar o perder. Pero…


            Todo había comenzado como un juego dos meses atrás, cuando la vio por primera vez en la barra del bar La Proa cercano al puerto.
            __ ¡Dígame si aquí es el cielo, porque estoy frente a un ángel! Le dijo en tono galante mientras que con total desparpajo, se sentaba en una banqueta al lado de la morocha de exótica belleza y gatunos ojos verdes.
            La mujer esbozó una sonrisa que alentó a Ecuménico a continuar con el floreo.
            __Sus ojos son esmeraldas
                con parpadeos de gata
                cuando me miran deliro
                y si los cierra me mata.

            __Parece que va a estar entretenida la noche, comentó la morocha,  luego  a modo de presentación con besito en la mejilla…Me llamo Malena pero me dicen Rubí. Y vos… ¿Cómo te llamás?
            __Ecuménico Reyes, para servirla primor.
            __ ¡Ecuménico! ¡Vaya nombrecito!
            __Así es dulzura, Ecuménico, como el guapo del novecientos.
            __ ¿Además de piropeador, literato? Preguntó la joven midiéndolo con la mirada y sin poder contener la risa.
            __Virtudes que uno tiene, se jactó el chamuyero  saboreando de antemano la posible conquista.
            …Y la noche en pañales se volvió madrugada. Dos botellas de champagne entre verso y verso. Confidencias, las de él; ella, toda oídos: Que pilotear el mes, que el laburo, que los burros, la milonga, que me muero por besarte, por llegar a tu ternura…
            Convinieron una cita a mitad de la semana y como quien no quiere la cosa surgió lo de la apuesta, que propuso ella, toda oídos. Él, con la vanidad a punto de reventar aceptó sin más ni más. Pan comido, pensó. A él, justamente a él, verseador  de alto vuelo retarlo a no repetir ningún requiebro en las próximas citas. Mentalmente sacó la cuenta. Cuatro sábados más cuatro jueves serían ocho encuentros por mes; dieciséis días en total para cubrir el tiempo estipulado para la prueba, a veinte piropos por cada cita la suma ascendería a trescientos veinte. No era para volverse loco, pero, tendría que esmerarse y depurar el repertorio.
            Nunca un levante le había costado tanto, tal vez por eso se empecinó en ganar la apuesta. Soñaba despierto con esos ojos, esa boca, la selvática mata de pelo cuervo, la serpenteante gracia de ese cuerpo moreno.
            En cada cita cumplía religiosamente con lo pactado. Ella, toda oídos. Él, embelesado desgranaba su trova.

            __Quisiera ser un bombón para mecerme en tu boca…

            __Al pasar por una ermita
                una rosa me encontré
                y en cada pétalo puse
                yo jamás te olvidaré.

            Poco a poco el juego inicial se fue transformando en obsesión. Se desvelaba, respiraba, vivía buscando nuevas formas poéticas para impresionarla.
            A punto de culminar el plazo establecido, comenzó a regodearse con la presentida victoria. Saboreaba las palabras.
            __Las estrellas tienen celos
                de tu carne de jazmín.

            Ella, toda oídos. Él, enamorado, la guardia  baja, alertas entumecidas, la memoria… ¡Una trampa!


            __Mi corazón es un puerto
                para abrigar tu velero…

            Ella interrumpiéndolo terminó de recitar la cuarteta.
            __ No te hagas a la mar
                 que de soledad me muero.
            __ ¡Perdiste! Ese piropo me lo dijiste el día de nuestra tercera cita. Ahora soy tu dueña, me perteneces.
            __Que así sea, dijo Ecuménico convencido de que de una manera u otra Rubí sería su trofeo. De pronto sintió que todo giraba a su alrededor perdido en el centelleo de sus ojos de gata, en el cepo mortal de su abrazo. Vio como le hundía una mano hasta el puño en el pecho y como le arrancaba el corazón mientras decía:
            __No hay guapo que salga airoso
                si la vida juega a suertes
                seguro la ha de perder
                no se apuesta con la muerte.

            El dueño del bar lo encontró apoyado contra un paredón. Era de madrugada…un perfume de madreselvas le besaba la cara.


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