miércoles, 20 de febrero de 2013

Guadalupe García Romero-México/Febrero de 2013


Hace pocos días ha muerto un torero

Me escribe Guillermo, mi amigo de Argentina, y me dice Lupita,
cómo van tus cosas, he estado viendo la corrida del domingo
y dijeron que había muerto un torero mexicano, que fue a abrir
el horno microondas y quedó electrocutado, qué muerte
más absurda para alguien que fue torero…

Mi amigo Guillermo es adicto a los toros, va a misa y también
tiene ideas un tanto románticas: él piensa
que los toreros tienen que morir en el ruedo
y los militares en el campo de batalla, que la Providencia
nos da una muerte acorde a nuestras vidas.

Yo en cambio pienso que la existencia es por demás absurda,
y no me extraña que un torero muera en un accidente doméstico
y algunos militares en la cárcel. Que en la guerra
desaparezcan tantos chavos inocentes y que todos
tarde o temprano recibamos las cornadas.

1 comentario:

  1. Cementerios

    Nunca me hables de la pena
    ni del valor del torero.
    No llames al suelo “arena”
    Llámala ¡Sí! Matadero.
    … La sangre manando lenta
    por satisfacer al ruedo.
    Llámala ¡Sí! Lenta muerte
    donde el hombre es cancerbero
    ¡Sí! Llámala por su nombre:
    Llámala ¡Su cementerio!

    Como al sonar limpias, claras,
    entre las risas del pueblo
    cómo penetra el cuchillo
    en el gaznate del cerdo,
    y cuan lento se desangra
    mientras chilla como un perro
    y su sangre llena un cubo…
    Llámalo ¡Su cementerio!

    Muerte lenta, lenta muerte

    Y tú maldito sirviente
    No te llames marinero
    si acorralas mil delfines
    en tu enredado siniestro
    y con palas, garfios finos,
    vas desangrando recuerdos.
    Pero sabe, desgraciado
    sapo indigno “marinero”.
    Que sus gritos de agonía
    recorren todo el océano.
    No, no le llames arena
    donde mujeres de negro
    esperan con alegría…
    Llámala ¡Su cementerio!

    Y tú el de hermosa figura
    en su pájaro de fuego,
    no te creas que tu bacín
    te convierte en caballero
    cuando canten que tus bombas
    dirigidas desde el cielo
    mataron 20 chiquillos
    que nunca tendrán ya miedo.
    Y a sus chabolas hundidas,
    ¡Llámalas su cementerio!






    Y Tú Dios, Amón, Alá
    ¿Dónde está tu sacro infierno?
    ¿Dónde estás mientras se mueren?
    ¿Dónde estás mientras me muero?

    Intentan palpar mis manos
    porque mis ojos no puedo
    abrir por tanta barbarie.
    Puedes entrarme a matar,
    que mi cerviz te la cedo,
    y llevarme hasta la mar.
    ¡Llámala mi cementerio!

    ¡Jamás oirás de mi boca
    una plegaria, o un credo!

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