domingo, 23 de junio de 2013

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Junio de 2013

MIS REFUGIOS

            La tarde cae, suave y monótona, como el deslizar del péndulo dentro de aquel viejo reloj. De derecha a izquierda, siempre de derecha a izquierda, como si el tiempo fuera solamente un movimiento pendular, propio de mi arbitrio y de mis necesidades.  Su endiablada maquinaria escondida en aquella hermosa caja de la más exquisita madera, cuya textura y suavidad fue conseguida por el mejor artesano ebanista y como culto al buen gusto estético. Ese ha sido mi refugio preferido, después traspasar los planos inconmensurables del movimiento, la densidad y el espacio.  Al igual que mi viejo sillón de cuero negro envejecido. Ese que está cercano a la ventana, en el que disfruté con deleite de los atardeceres, las puestas de sol y la lluvia refrescando mi alma. Y aunque ambos muebles dan un  aspecto de abolengo y prestancia al salón, el resto del conjunto lo hace desmerecer. 
            Celosa de mis pertenencias, pienso que yo debería estar sentada en ese asiento esponjoso y acogedor y no mi sombra. Ella, con la rapidez de un gato cazando una mosca ya está ocupando subrepticiamente ese lugar que siempre me correspondió. Ciertamente no estoy muy segura o bien no quiero saberlo, cuál sería mi sitio ahora, dentro de este ambiente que respira a recuerdos. Cualquiera de las dos opciones, el reloj o el sillón,  para el caso, da lo mismo.
            De pronto desde el fondo de la pieza aparece un hombre de difuminada silueta, vestido con la elegancia propia de un diletante de comienzos del siglo pasado. No contaba con su inesperada presencia que me deja abrumada. Le pregunto con el lenguaje silente de mi condición, pero no obtengo respuesta. Finalmente decido cambiar el tono de mi discurso. Trato de reproducir los sonidos del viento al pasar por el intersticio de una ventana. Ya sé que es una absurda solución, ¡ya lo sé! , pero no tengo otra alternativa. Felizmente logro con mi intento el mensaje preciso. Dar la bienvenida a tan ilustre huésped. Creo saber de quién se trata. Realmente en esta condición, ¿quién sería el huésped, él o yo? Para el caso eso no es lo importante, sino que posiblemente ambos compartiremos el mismo sillón o talvez nos sumergiremos dentro de la caja del gran reloj. 
            -Me llamo Donata. Es un placer.- -Del mismo modo, soy Renán.  Y ese fue nuestro primer encuentro.

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