Comunicando
con el mundo
Los diferentes medios de comunicación de medio mundo vienen
anunciando desde hace días la entrega del premio “Pantalla de Plata”,
considerado uno de los galardones más prestigioso que puede recibir un
comunicador como reconocimiento a su trayectoria profesional. En esta ocasión
dicho premio ha recaído en el periodista y fundador del Grupo de Comunicación
Tele On1, el madrileño Fernando Abascal.
Abascal es todo un pionero en las labores informativas de
investigación, el magnate de la comunicación recibió la noticia mientras estaba
coordinando un reportaje acerca de la ingente y perjudicial contaminación que
se genera a diario en algunas grandes ciudades.
Harto de que determinados grupos políticos enmascaren, silencien
y mientan sobre la contaminación y no le busquen soluciones reales, decidió
poner en marcha un notable grupo de investigación periodístico, siguiendo su
característico estilo que ha creado escuela con el devenir de los años; había
que comenzar por desenmarañar el ovillo y encontrar el principio del hilo para
conocer los porqués. Sólo conociendo los orígenes y los porqués se podían
encontrar soluciones eficaces a los problemas. Y lo que él pretendía con su
reportaje “Aire que intoxica: un problema para tu salud” era que los que mandan tomaran la iniciativa de ponerle
urgentemente freno a la contaminación.
La búsqueda incesante de pruebas fehacientes para demostrar y
argumentar sus reportajes, los habían convertido en el padrenuestro
periodístico, seguidos, esperados y leídos por una inmensa mayoría del país. Y
por supuesto, criticados por los que se sentían ofendidos o atacados. Pero a él
ese tipo de críticas nacidas de la opinión marrullera le daban igual; su labor
era informar, denunciar una situación y abrirle una puerta y un par de ventanas
al debate y a la reflexión.
Fernando Abascal es un enamorado del periodismo, y por ese
motivo emprende todos sus proyectos con la misma ilusión que cuando tenía
veinte años; su pasión por informar desde la honestidad y el rigor le han
llevado a recorrerse el mundo en varias ocasiones, en la búsqueda de la
noticia, por muy arriesgada o peliaguda que ésta fuera. A él le apasiona vivir
la noticia (desmenuzarla, verla, tocarla…), no contarla desde la distancia.
Después de más de treinta años en la profesión –radio, prensa
escrita, televisión– sigue siendo un hombre que cree en lo que hace. Como suele
decir: “El periodismo lo llevo tatuado en la sangre”. Por otra parte, no le
gustan, es más, detesta a los periodistas y a los medios de comunicación que en
vez de informar, provocan e incendian las noticias en beneficio de los que se
sientan en la silla giratoria del poder. Y a los que guardan silencio y cuentan
nubes repletas de polvo emponzoñado, o a los que convierten el dolor en un
espectáculo sólo porque la audiencia es la soberana reina; y ahí es cuando los
principios éticos que deberían imperar son pisoteados por el vil metal. Y
cuando la audiencia –el dinero–
regenta las arcas, la noticia es tiroteada sin piedad en pro de lo
dantesco. A Fernando, el hombre, el periodista, el amigo, el padre, el
confidente, le provoca vergüenza ajena que en pleno siglo veintiuno continúen
existiendo periodistas y noticias que son manipulados.
Durante un mes al año se recorre las Universidades del mundo
entero impartiendo conferencias, y siempre las comienza de la misma manera: “La
información no es del centro ni tampoco de izquierdas ni de derechas; la
información no tiene dueños políticos: tiene que ser necesariamente honesta y
digna”.
Este periodista que, desde sus inicios, ha basado su trabajo en
la transparencia y en un certero y acertado sentido crítico, se lo llevan los
demonios cuando se generan guerras informativas absurdas, que no son más que
cortinas de humo fabricadas a propósito y a conciencia para contaminar la
verdad, la realidad de lo que se está cociendo en los despachos y en los
trasteros de los que dirigen el mundo.
A sus recién cumplidos sesenta y cinco años –bien empleados y
curtidos– Fernando Abascal se siente
orgulloso de su modus operandi a la
hora de informar. De hecho, excepto su familia y sus amigos más cercanos, nadie
conoce sus inclinaciones políticas. “Cuando se informa, las preferencias
políticas hay que dejarlas aparcadas a un lado, y contar la verdad de lo que
está sucediendo tiene que ser el único objetivo”.
Fernando no aparenta la edad que tiene, apenas unas cuantas
arrugas se pueden vislumbrar en su rostro blanquecino. Casi sin arrugas ni
canas; todo un prodigio de la naturaleza.
Aún continúa conservando su abundante y rebelde cabello
pelirrojo, que resalta como un titular sorprendente encabezando una noticia de
las más buscadas, con unos brillantes e intensos ojos grises –tan grises como
un día de lo más nublado–, que presiden e inauguran su semblante bonachón y
campechano. Completan su porte y su figura sus sempiternas gafas redondas
negras de pasta, y su barba y bigote también pelirrojos, siempre perfectamente
recortados.
La noticia de la concesión del solicitado y afamado premio se la
dio Bruno Fernández, su secretario personal. Tan emocionado estaba el hombre
que parecía que el galardón se lo hubieran concedido a él mismo.
—Fernando, esta mañana han llamado para darnos la noticia de que
has ganado el “Premio Pantalla de Plata” —le dijo entusiasmado a su jefe.
Fernando que, con el cuello de la camisa desabrochado y con las
mangas de la camisa arremangadas, se encontraba en ese momento en plena reunión
con el grupo de investigación que estaba coordinando, recibió la noticia con
alegría y agradecimiento, pero no permitió que su entusiasmo le impidiese
concentrarse en lo que estaba haciendo: demostrar con pruebas el altísimo grado
de contaminación de algunas ciudades y el efecto que éste produce en la salud
pública: “Las estaciones de medición echan chispas, y la calidad de aire que
respiramos es pésima; habría que hacerse eco de este problema para que los
políticos nos garanticen, de una vez por todas, un aire limpio y saludable”,
les estaba diciendo cuando sonó el teléfono.
—¡Menuda sorpresa! ¡No me lo esperaba! —Reconoció ante su
ayudante con su ya conocida y sentida humildad.
—¡Ya sé que no te gusta que te lo diga, pero la verdad es que te
lo merecías! —Afirmó su secretario.
—Si me lo han dado ahora, ¡bienvenido sea!, y yo lo agradezco.
Por cierto, dentro de tres semanas publicamos este reportaje, espero que la
entrega del premio sea para más adelante. ¿Te han dicho para cuándo?
—Sí, claro, conociéndote es lo primero que he preguntado.
Tranquilo, la entrega será dentro de un mes.
—¡Uff! ¡Menos mal! Este reportaje tiene que estar preparado para
publicarlo en la fecha prevista. Ya verás, ahora que las elecciones están a la
vuelta de la esquina, los políticos se van a alzar con el “yo prometo que si
ganamos, le plantaremos cara a la contaminación”. ¿Y mientras tanto? En fin, no
me pongo con el tema, que me enzarzo y no hay quien me pare.
—Sí, de eso estoy plenamente convencido. Aprovecho para
recordarte que el viernes tienes una entrevista en Tele 22; quieren ser los
primeros en felicitarte y repasar tu trayectoria periodística. Los chicos de
Tele 22 llevan días preparando un reportaje sobre ti. ¡Te van a sorprender ya
verás!
—Sí, lo tengo presente.
—De todas formas, mañana te lo volveré a recordar.
—Gracias, Bruno.
—Luego, si tienes un momento, ¿podremos quedar para tomar algo y
celebrar el premio?
—No lo sé. Llámame a las ocho y te lo confirmo. Hasta esa hora
voy a estar enfrascado con el reportaje. Hoy salimos a la calle a realizar
trabajo de campo, y luego volveremos al despacho a poner en orden lo que
hayamos averiguado.
—De acuerdo, te llamaré para ver si puedes hacerme un hueco. La
noticia bien se merece un brindis y tú un respiro.
Fernando no pudo quedar con su secretario para celebrar su
premio, porque a las doce de la noche
aún seguía trabajando. El suyo era un talento único, fruto de una dedicación
exclusiva, que no conocía límites; cuando se ponía llegaba hasta el fondo del asunto.
Con el reportaje de la contaminación iba a seguir el mismo patrón que con los
cientos que ya llevaba a sus espaldas, y le daba igual si para conseguirlo
tenía que trabajar veinte horas seguidas o más.
La tarde del jueves, Fernando Abascal recibió la llamada de su
secretario, para recordarle que a las
diez de la mañana del día siguiente tenía que estar en los estudios principales
de Tele 22.
A las seis de la madrugada, como todos los días, de lunes a
domingo –Fernando no se daba tregua ni los fines de semana– se levantó, se
duchó y como era ya habitual en él todas
las mañanas, se tomó un café mientras se hacía eco en la televisión y en la
prensa de los titulares nacionales e internacionales.
Cada vez que escuchaba o leía una información seria que era
tratada como un espectáculo, sin el más mínimo respeto, o noticias que se
falseaban o silencios informativos que chirriaban por su canallesca impunidad,
daba un brinco y se tenía que levantar para dar vueltas por toda la casa. Le
exasperaba la desinformación, esto era superior a sus fuerzas. Para relajarse,
se sentaba y escuchaba atentamente el Réquiem
del compositor francés Gabriel Fauré. Esa hermosa y fascinante pieza tenía la
extraña virtud de actuar como un bálsamo sobre él.
Peripuesto y ya tranquilo, a las nueve en punto hizo su entrada,
entre aplausos y ovaciones, en los estudios de Tele 22. Sonreía, complacido,
porque sabía que eran muestras de respeto y cariño.
Después de salir de la sala de maquillaje, Ana Rodríguez, la
periodista que le iba a entrevistar y él se sentaron en unos cómodos sillones
rojos, que estaban rodeados de dos gigantescos monitores en los que se
mostraban dos emblemáticas fotos del invitado: una en la que aparecía con una
cámara fotográfica y otra en la que sostenía un micrófono en la mano.
La sintonía de “Hoy entrevistamos a…” da paso al comienzo de la
entrevista. La presentadora Ana Rodríguez se levanta del sillón, y sin ningún
guión en la mano, se dirige a la cámara para presentar a Fernando Abascal:
—Hay frases que definen a las personas y a sus circunstancias,
la frase preferida de nuestro invitado de hoy se la toma prestada a la
periodista estadounidense Amy Goodman
porque, según él, define la esencia y el compromiso de su amada profesión: “Ir
donde está el silencio. Ésa es la responsabilidad de un periodista: dar voz a
quien ha sido olvidado, abandonado y golpeado por el poderoso”.
Demos la bienvenida al periodista que lleva más de treinta años
poniendo voz a las personas y a las causas olvidadas. Pido un gran aplauso para
el flamante ganador del “Premio Pantalla de Plata”, Fernando Abascal.
Excelente relato.
ResponderEliminar