YO SOY
ÉL
Yo soy él. Así
dicen mis únicos tres tíos vivos, hermanos de mi madre fallecida; una
octogenaria al borde de los noventa y dos que ya los superaron, cuando me ven
callado y tranquilo escuchando sus anécdotas de mediados de la década del
treinta.
Vos sos igual a tu
padre, comentan. Te gusta escuchar y preguntar. Como si un aura de paz te
sobrevolara, sobre ese andar despacio de hijo de entrerriano. No levantás la
voz ni tampoco te reís exageradamente. Como tu viejo, sos de los que “non parla
ma se fica”. Decís las picardías con la cara seria y podés poner una sonrisa en
un momento complicado. Así igual era Siburu, confirman. Lo llamaban y lo
nombran aún por el apellido, una costumbre de pueblo del interior pero quizá también
una forma de respeto a quien era bastante mayor que ellos y además médico, algo
distintivo en los años en que todavía se seguía representando “M’hijo, el
doctor”. Si hasta mi madre lo llamaba así, en lugar de Luis María.
Y es verdad, yo soy
él. O al menos en lo poco que conozco de papá, gracias a papeles amarillentos y
fotos amarronadas. Sus poesías, el peinado a la romana que dejé cuando pasé los
cuarenta y la frente se me agrandaba demasiado; el gusto de vestir con saco
blanco; el traje permanente cuando aún se utilizaba; el uso de moño en los
bailes hasta que lo dieron de baja y quedó para los casamientos. La tez morena,
el pelo oscuro, los labios gruesos y las manos finas. Debo reconocer tres
diferencias grandes; al mate lo ignoro, jamás fumé cigarrillos negros,
marquilla Brasil, ni me puse un sombrero Panamá. Y un acontecimiento fuera de
lo personal. Una vez papá se ganó la lotería en Santa Fe, en cambio yo lo único
que acerté en mi vida fue una rifa del colegio de mi cuñado. El premio fue un
par de Sacachispas, un número mas chico del que yo utilizaba.
Lamentablemente él
– o sea mi padre - no tuvo muchas oportunidades de ser yo, o al menos de
compartirme a mí. Patear una pelota juntos, ver películas de vaqueros en el
cine comiendo garrapiñadas o explicarme
cómo se conquistaban las chicas y cómo se hacían los chicos. Se fue demasiado
temprano, él 42 años y yo 16 meses, cuando sólo podía estar conmigo en el
cambio de pañales o dándome la mamadera.
Me gusta ser él y
seguramente a él le hubiera gustado ser yo. Quedará para otra oportunidad.
Cuando yo y él o él y yo – vaya a saber quien será el primero que se dé cuenta
que está caminando al lado del otro - nos encontremos en un lugar del cielo
donde todos nos parecemos a todos.
Siburu: Una belleza lo suyo
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ResponderEliminarSiburu: Una belleza lo suyo.
Luis: Gracias por compartir este hermoso sentimiento y reflexión.
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