lunes, 22 de julio de 2013

Alberto Feldman-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2013

Cita a ciegas en Belgrano
                                                                                                
                                                   
           Nunca creí que la mina acudiría a la cita. En la época en que los chicos se conocen chateando,  como dicen,  nos habíamos vinculado gracias a una llamada telefónica por un teléfono de línea, ni siquiera por un celular, MSM;  ninguna de esas cosas raras.
  No fue una equivocación, yo, viejo  milonguero solterón, estaba  en banda y buscaba un ligue.         Entonces llamé al 4780-6011,  me atendió una voz femenina y le canté, entonando:
  “¿Belgrano, 6011?, quisiera hablar con usted? “  Ella, más rápida que un bombero, completó el tango y lo terminamos a dúo.  Nos reímos y me di cuenta sumando datos,  que  teníamos más o menos la misma edad.
  Quedamos en encontrarnos en el aljibe, al lado de  la pérgola de las Barrancas de  Belgrano, al atardecer del viernes. Estábamos recién a lunes, pero comencé a hacerme  la película.
Me la imaginé canosa,  redondita, con anteojos, y si fuera posible, con cara de  galleguita.
  Me seguí dando manija y la ansiedad me hizo llamarla dos veces más en la semana, para que no se olvide. La segunda vez me preguntó riendo si quería que me envíe una declaración jurada o una certificación por escribano, y ahí me di cuenta que me estaba yendo de mambo.
    Me  gustaban mucho su risa y su voz,  así que igual  no pude evitar llamarla por tercera vez el viernes por la mañana y recordarle la cita de la tarde.
 Llegué nervioso y transpirado,  se me hizo un poco tarde, como cuarenta minutos.  Perdí mucho tiempo eligiendo la ropa apropiada para un viejo milonguero, (no encontraba el pañuelo blanco para el cuello).
 El 60  no venía, tomé cualquier “bondi” que vaya  derecho por Cabildo y me bajé en Juramento,   corrí  como un loco las últimas cuatro cuadras, pero llegué, y allí estaba,  apoyada en el aljibe, tal como me la había imaginado: canosa, pulposa y con cara de galleguita.  Sonriendo, me hizo  una seña  con la mano para que me acercara, y cuando me  presenté y  nos dimos  la mano,  salieron de atrás de la pérgola  cinco pibes  de entre  ocho y quince años, sus nietos;  hicieron una ruidosa  ronda alrededor  nuestro, saltando y  gritando:  “¡ Porqué no van  a cantarle a Gardel!...”
   Suerte que estaba oscureciendo.



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