Cita a ciegas en Belgrano
Nunca creí que la mina acudiría a la
cita. En la época en que los chicos se conocen chateando, como dicen,
nos habíamos vinculado gracias a una llamada telefónica por un teléfono
de línea, ni siquiera por un celular, MSM;
ninguna de esas cosas raras.
No fue una equivocación, yo, viejo milonguero solterón, estaba en banda y buscaba un ligue. Entonces llamé al 4780-6011, me atendió una voz femenina y le canté,
entonando:
“¿Belgrano, 6011?, quisiera hablar con usted?
“ Ella, más rápida que un bombero,
completó el tango y lo terminamos a dúo.
Nos reímos y me di cuenta sumando datos,
que teníamos más o menos la misma
edad.
Quedamos en encontrarnos en el aljibe, al
lado de la pérgola de las Barrancas
de Belgrano, al atardecer del viernes.
Estábamos recién a lunes, pero comencé a hacerme la película.
Me la imaginé
canosa, redondita, con anteojos, y si
fuera posible, con cara de galleguita.
Me seguí dando manija y la ansiedad me hizo
llamarla dos veces más en la semana, para que no se olvide. La segunda vez me
preguntó riendo si quería que me envíe una declaración jurada o una
certificación por escribano, y ahí me di cuenta que me estaba yendo de mambo.
Me gustaban mucho su risa y su voz, así que igual
no pude evitar llamarla por tercera vez el viernes por la mañana y
recordarle la cita de la tarde.
Llegué nervioso
y transpirado, se me hizo un poco tarde,
como cuarenta minutos. Perdí mucho
tiempo eligiendo la ropa apropiada para un viejo milonguero, (no encontraba el
pañuelo blanco para el cuello).
El 60 no venía, tomé cualquier “bondi” que
vaya derecho por Cabildo y me bajé en
Juramento, corrí como un loco las últimas cuatro cuadras, pero
llegué, y allí estaba, apoyada en el
aljibe, tal como me la había imaginado: canosa, pulposa y con cara de
galleguita. Sonriendo, me hizo una seña
con la mano para que me acercara, y cuando me presenté y
nos dimos la mano, salieron de atrás de la pérgola cinco pibes
de entre ocho y quince años, sus
nietos; hicieron una ruidosa ronda alrededor nuestro, saltando y gritando:
“¡ Porqué no van a cantarle a
Gardel!...”
Suerte que
estaba oscureciendo.
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