Aullidos de mi sierra
Con la oscuridad
inmediata de la noche, se viene el
charco de aullidos. Aullidos y explosiones que retumban en los cerros, que
bajan resbalándose por las aguas de las quebradas, haciéndolas hervir; que
suben por las faldas de los cerros arruinando sus pastos verdes. Aullidos y
explosiones que infectan el aire, con olor a pólvora, azufre, a infierno… y da
bastante desconcierto, miedo y eriza la piel.
Don Hipólito
nervioso dice a su mujer:
·
Sabes Santosa, ya mi cuerpo se ha acostumbrado
a sudar frío igual que el nevado. Como quisiera que estas mantas nos cubran de
todo este miedo. Mis manos y mis pies hace tiempo que no tienen sangre; ellos
llevan el mismo frío del pánico de la noche. Lo único que está caliente en mí,
es mi pecho, por este corazón que quema, que suena a tambor lejano como
contando las desgracias con sus latidos y me hacen doler las costillas, como si
me las quebraran… Santosa.
Es
por la noche que toda la sierra, los cerros, ¡Todo!, se llenan de esto, se
notan que están en una condición de reventar, al igual que un volcán, o como
los nervios y las ampollas del cuerpo de don Hipólito, que no aguanta más.
Doña
Santosa toda inquieta responde:
·
Por favor, cállate Hipólito, vuélvete mudo si
vas a continuar murmurando así, mejor es que no dejes hablar a tu miedo; tu
siempre has tenido la fuerza de poderte controlar. Así fue como dominaste a
los demás y fuiste el mandamás en la comunidad, por mantenerte callado y duro
como las piedras duras y frías; el no hablar nunca de tus miedos, si por este
lado te tumbas; ¿qué va a ser de mí Hipólito, si sabes que dependo de ti?, ¡¿y
qué será de las pocas tierras que nos quedan?! ellas no producirán más si te
acobardas. Cállate si vas ha hablar mal, te pido que te olvides que estas aquí
en este mal tiempo. Dale uso a tu razón y olvídate de este mal sentimiento que
viene de afuera atravesando ya de una forma anormal tu corazón y se adueña de
ti. Mejor bebe únicamente por esta vez los tragos de aguardiente que quieras y
calma tu angustia. Y ya ebrio, tal vez mejor te animas con estos tragos fuertes
y cantas cualquier cosa, o mejor silbas ese huayno que desde siempre te a
gustado, sílbalo o cántalo Hipólito, hazlo pero bien fuerte dentro de tu
corazón o dentro de tu cabeza, para que así huyas de este mal sentimiento.
Acuérdate de tu pasado, cuando risueño tocabas la chirimilla, y me hacías
bailar con esa música. Ahora llena tu cuerpo de ese recuerdo, llénate de ese
huayno, con la tonada de la chirimilla, que con esta esperanza, nosotros duraremos
más en éste lugar. Pero por favor ya no hables de todo el miedo que hay afuera,
que yo no soy ciega ni sorda y también me doy cuenta; pero ¡por favor ya no
repitas este miedo que nos rodea!, que así lo atraes más. Cállate Hipólito, que
las mujeres tenemos más miedo que los hombres. Y comprende que el valor o
descontrol tuyo es el que me contagia como esta sierra.
Don
Hipólito al escuchar atentamente a doña Santosa la reprimenda que le daba
recordó aquel día funesto para él; cuando su padre apunto de fallecer le
aconsejó:
·
Sabes Santosa, ya mi padre estando grave casi
expirando me aconsejó. Que en momentos difíciles e inexplicables de la vida, iguales a estos que hoy estamos
pasando, mirara y escuchara con mucha atención, mi momento presente, que
observara con la mayor concentración de mis sentidos y de mi vida, todo lo que
me rodeara o asombrara. Y ya casi agonizando mi padre terminó por explicarme:
“Luego mira tu mano izquierda y con tu mano derecha jala tu dedo del corazón;
si tu dedo del corazón no se estirara es que estas vivo, y si tu dedo se
estirara es que puedes estar durmiendo o mejor dicho soñando; o tal vez
estarías muerto. Este secreto es para que recobres conciencia verdaderamente de
tu estado; en el que te encuentres”. Mi padre en su agonía intentó jalarse el
dedo del corazón; pero no lo logró porque expiró. Pero sabes Santosa yo sé que
él si se estiró su dedo, en su otro mundo. Porque sé que las almas pasan
completas, con sus cinco sentidos a esa otra dimensión de los muertos. Y ahora
por consejo de él y por el secreto que me explicó; jalaré mi dedo del corazón,
que es éste. Y acabaremos hoy mismo con
todo este misterio tan raro que vivimos aquí.
Y
ya en el intento de halar su dedo anular. Doña Santosa no le permitió
cogiéndole con ambas manos las manos de él.
·
No intentes ésta locura, ésta desgracia
Hipólito. Que a mí me da miedo descubrir nuestra verdadera realidad; y aunque
como mujer ya algo intuyo. Pero yo no quiero comprobar si estoy con vida, o si
estoy soñando o estoy muerta; sabes Hipólito las tres cosas me aterran; y
prefiero que la respuesta caiga por su propio peso, eso es inevitable para los
dos, y sería lo correcto; porque nada sucede al azar en la aventura de esta
vida, para nadie; y aquí en este mundo hay una lección que debemos aprender
para alcanzar nuestro propio destino de cumplir para lo que fuimos creados.
Además ya te he dicho que las mujeres tenemos más temor que los hombres. ¿Por
qué nos situaremos en más apuros de los que tenemos?... Pero Hipólito eres
cerrado de entender. Quiero que comprendas que lo que yo deseo es que me des
una esperanza buena, aunque sea una ocurrente mentira; que yo creeré en ella
concentrándola en mi corazón.
Y
afuera de la choza la misma manía de ésta desgracia: los aullidos y las
explosiones, el llanto de las lechuzas malagüeras que se han escapado del
cementerio, y se han arrimado más acá, ya cerquita de ellos. Para este momento
los cuerpos humanos que quedan todavía en la comunidad, permanecen escondidos
en la oscuridad de la noche sin luna; únicamente el sentido del oído agudo de
los comuneros transita pegado al viento aguaitando por todos los caminos de
herradura las explosiones y todos los miedos. Es agosto y los ventarrones
helados se filtran a través de las quinchas y las paredes de las chozas.
·
Hipólito sé hombre por esta vez por favor, y
abrázame con fuerza, que no eres tú, si no yo, que necesita la fuerza que
tuviste; que soy todavía tu mujer y te lo pido; por que todo este frió malo, se
me ha colado por la espalda. Abrázame que las mantas están hechas del mismo
frío helado del granizo –y ambos se abrazaron, cubiertos por las mantas,
amontonando sus cuerpos en un nudo y tratando de calentarse con sus alientos.
Y
afuera las explosiones, el demasiado frío para esta temporada de estación; y todo
el daño que aloca, todo este daño traído acá por contagio de ideas de otros
sitios a estas tierras. Si hasta recién, recuerdan, los que quedan; todo estaba
tranquilo y sereno. La dimensión pasiva que reinaba en ésta sierra y que todos
los sentidos humanos lo apreciaban, especialmente los ojos lograban medir a
pleno día y ver la bondad de algún dios en el cielo azul, limpio de nubes; y
cuando los paisanos alcanzaban las crestas de los cerros, miraban el horizonte
completo lleno de armonía. Y luego, esto, lo malo, lo venido por tierra
reptando como una serpiente, cargado de veneno y maldad; ¡sabe Dios de donde salió!... tal vez
de algún infierno que vino a cobrar algún castigo.
Todo
comenzó así, como si callera una estrella fugaz del cielo, un día sin importancia,
para luego transformarse en una eternidad. Y por esto, es que cambió el
sentimiento de todos los comuneros;
volviéndose más silenciosos, peligrosos y retrecheros, parece ya tanto tiempo
de esto… un pasado con todos sus días atroces.
Pero
por las mañanas todo parece tranquilo, pero es engañoso, el sol sale con el
canto perdido de algunos gallos, más el
ladrido de los perros chuscos y flacos, que ya tienen algo de coraje y ante
cualquier susto ladran, y que se han quedado sin dueños buscando sin cansarse
con el olfato las huellas de sus amos que por algún sitio se han perdido. Los
pocos árboles frondosos que se secarán obligatoriamente no por falta de lluvia,
muestras en sus troncos marcas quemadas de las explosiones… hasta ellos también
ha sabido llegar la maldad.
Doña
Santosa le recuerda a don Hipólito algo que se le ha perdido en la memoria de
él y le dice:
·
Te acuerdas Hipólito, de aquella loma, de esa
loma llena de bondades, desde donde viste por primera vez el campo lleno de
flores de la estación. Te acuerdas cuando corriste como un puma tan rápido y
veloz como el viento, por alcanzar esa lindura; y yo te seguí por curiosa
también detrás como si fuera tu sombra. Que lindo día completo fue ese
Hipólito; lindo día que quedó estático en mi corazón. Tú recién te estabas
haciendo hombre, y yo dejé de ser niña esa vez. Recuerdas cuando al final
llenaste mi pelo de las diferentes flores que apurado recogiste por ahí. Pero
más feliz fui cuando llenaste mi cuerpo de toda tu hombría y me dijiste que por
lo que había sucedido, estarían unidas nuestras vidas para siempre, tu voz sonó
a pura verdad y te creí; es que fuimos una sola carne y eso me gustó. Deseo que
ojalá regresen esos días de bondades Hipólito; para que así junten sus vidas
otros jóvenes, como nosotros juntamos las nuestras.
Don
Hipólito algo reflexivo por el recuerdo de su mujer dijo:
·
Sabes Santosa, mejor es que no hallas visto
este campo por ahora, de cómo está, de cómo ha quedado por las explosiones.
Mejor es que sea así, que mires tus recuerdos con nitidez, que veas esas flores
que brotaron de la buena estación, y tú lo sostienes en tu memoria como una
esperanza. Yo te agradezco que sea así, que hayas logrado juntar todos esos
bellos recuerdos para mí. Tú al menos tienes ojos para ver tus recuerdos llenos de primavera. En cambio para mí me
parece que eso hubiera sido un sueño borroso. Ya hace tanto de eso, que ahora
no se ni como fueron nuestras caras de jóvenes por esos tiempos. Pero si
recuerdo tus hermosos ojos que tenían la forma de los ojos del venado, todos
grandes de color choloque que se cerraron femeninamente, permitiéndome hacer lo
que hice con nerviosismo a esa edad en tu frágil cuerpo de adolescente; me
atreví a amarte y fue la primera vez que sentí el amor Santosa. Pero ahora ya
después de tantos años ni me acuerdo como se veían ya llegada la noche de aquel
día el reflejo de la luna y las nubes en esas charcas de agua. Todos los
recuerdos se me han ido y se me siguen yendo, hasta mi poca conciencia que me
queda está que se marcha por alguna parte de mí. Si al menos pudiera dormir un
poco, si pudiera cerrar mis ojos y diluirme con ese sueño de lo que tú vez en
tus recuerdos de las lomas llenas de primavera, ahora me dormiría con la
confianza de que tú cuidarás mi descanso. Pero tengo el temor que al cerrar mis
ojos, los aullidos no me dejarán despertar jamás… y la verdad no soy de piedra
como tu crees, por que tengo tanto miedo a esa dimensión extraña; a la que creo
iría a parar si me durmiera.
Y
por las tardes, el sol siempre tiene la misma manera de marcharse, de ocultarse
por el oeste, por detrás de los cerros de allá. El sol se hunde todo rojo como
una herida movible del cielo; herido se esconde, para reaparecer al día
siguiente como si nada. Pero ahora su ausencia ya en la oscuridad hace que
regrese el temor, que empiece el susto, hasta en los perros se notan que ya
temen ladrar y se espantan; hay algunos chuscos que bien a lo lejos aúllan; y
más de tarde ya en la misma noche, se empieza a vivir la verdadera realidad.
Don
Hipólito nervioso le cuenta a su mujer:
·
Sabes Santosa el otro día, don Dolores se
llenó de coraje y salió a ver todo lo que ha nosotros nos da miedo. Dice su
mujer, que don Dolores llegó luego botando espuma por la boca, y dice que sus
ojos tenían la mirada de haber visto lo verdaderamente malo. Don Dolores cuenta
que el cielo estaba herido lleno de sangre como el de cualquier cristiano:
sangre roja tinta y fresca, parecía que le iba a caer como lluvia, y que las
estrellas desde este mismo cielo se soltaban de cansadas, con un ruido atroz. Y
dice que hasta la luna por culpa de los aullidos, ha sido transformada como un
cántaro de barro lleno de lágrimas; y que aquí abajo por las quebradas oscuras,
sombras parecidas a nosotros los humanos de diferentes bandos se enfrentaban
entre sí, sin ningún respeto a la vida. Don Dolores llegó a su choza lleno de
pesadillas. Pero con la limpia de brujería que le dieron después, se repuso en
algo de ésta impresión, aunque ha quedado malogrado del alma y la cabeza. Pero
así con todo el viejo trastornado a tenido la hombría de marcharse, de irse de
este sitio, esa hombría de hacerse ingrato a sus tierras; a la que todos
nosotros desde que nacemos nos enseñaron a amarla. Y don Dolores se fue por
cualquier camino; por ese mismo camino, donde tiempo atrás desaparecieron sus
hijos, y él se ha ido convenciendo a su mujer y perseguidos por su perro flaco
que siempre les fue fiel. Pero por la mañana, cuando el sol salió con su luz
tibia, como si nada hubiera pasado en la noche; me llené de coraje y revisé su
choza, todo estaba conforme; únicamente faltaban ellos y como siempre a quedado
sólo ese olor feo del infierno, producidos por las explosiones.
Y
el tiempo corrió despacio. Y don Hipólito y doña Santosa se acabaron física e
internamente por la angustia todavía bastante más. Y el espacio seguía lleno de
aullidos, explosiones y olor a azufre y sangre. Con el mal tiempo, la sierra se
enfermaba sin curarse. Hasta las aves silvestres que abundaban por estos
sitios, emigraron con sus miles de cantos diferentes, huyendo a otros lugares,
a otras geografías más atractivas, donde abunda la primavera con sus flores y
su pasividad relajante para cantar allí sus alegrías. Y aquí aumentaron también
las aves carroñeras; las lechuzas nocturnas aparecieron de día anidando en las chozas
abandonadas, que ya huelen a cementerio.
Y
después de más tiempo malo y sin aguantarse, doña Santosa decidió:
·
Sabes Hipólito creo que ya ha llegado el
momento de marcharnos de estos cerros y planicies, de alejarnos de esta
comunidad vacía, que ya también nos maltrata y no nos quiere, es necesario
buscar la tranquilidad en otro sitio. Mira como ya se han ido todos. Nosotros
también debemos bajar la cabeza y comprender que estamos rendidos y que todo
está perdido; mas que sea por esta vez debemos darnos cuenta de nuestra mala
realidad, y que debemos inventar una
oración para ser bendecidos por la mano de Dios y hacerles ofrendas a los Apus
de estos sitios y, nos marcharemos esperanzados en la suerte que corrieron los
que han logrado alcanzar otros horizontes. Mira como don Dolores con su locura
se ha salvado, y los demás que repletos de miedo se fueron de aquí, en otros
lugares se han acomodado. Así como todos lo han hecho; aunque sean rumores o
mentiras de sus mejorías en los otros lugares. Así fugaremos lejos, por esa
misma ruta, aquella por donde se esconde el sol. Y que recorriendo por allí
dicen que se llega a un sitio llamado la capital y, aunque pueda ser una
mentira nos queda la esperanza de que ahí las cosas estén mas serenas que en
esta serranía llena de pesadillas como tu cabeza. Y dicen que en ese lugar no
hay cerros y que es completamente plano y su suelo no es de tierra por que está
cubierto de cemento duro como piedra plana nomás.
Pero…
de repente, algo en el espacio se tranquilizó algo así como un minuto, como
dando una tregua en el lugar y la mirada de don Hipólito capto esto, se
contagió de ésta serenidad rápida y sus ojos se volvieron frescos como el
sereno de la mañana; frescos como cuando tenía menos edad y bastante ingenuidad
para ver la esperanza y futuro de otras épocas. Entonces don Hipólito más
tranquilo de los nervios musitó:
·
¿Y cómo nos escaparemos de nuestra sierra
Santosa? – su mujer no comprendió la intención de la pregunta de don Hipólito.
Y le cortó la explicación.
Y
ella respondió:
·
Dejaremos éste lugar huyendo silenciosamente
por el cementerio, tú bien sabes que nadie sospecha de los muertos. Luego
bajaremos por las quebradas profundas. Por aquellas que llevan hasta lo más
hondo de la tierra y donde dicen que han arrojado tantos cadáveres y
confundiéndonos con ellos y con las aves carroñeras; avanzaremos respetando las
cruces de huesos de los finados que espontáneamente se han formado. Y luego
buscaremos esa ruta que nos señalará la puesta del sol.
A
lo dicho por doña Santosa. Don Hipólito respondió:
·
¿Y cómo nos escaparemos de nuestra sierra?, si
en el silencio momentáneo, al repetirse mi corazón en latidos, sentí el aullido
de todos estos cerros guardados ya por el tiempo en mi pecho. ¿A qué lugar
podría yo huir, si ellos también están dentro de mí?. Ven Santosa y aproxima tu
oreja aquí y escucha como mi corazón ha cambiado de latidos, por los aullidos
de mi sierra, que ya también se han posado dentro de mi carne y mi sangre. Creo
que ha llegado el momento de no huir ni tener miedo, de ser reales con nuestra
presencia aquí aunque seamos los únicos tercos en quedarnos, porque esto es
nuestro; y nos quedaremos como testigos de cómo fue todo esto, si por si acaso
algunos curiosos en el tiempo nos preguntaran: ¿Y qué pasó aquí?. Y de nuestra
boca brotará lo sucedido como una leyenda; para que ellos le den la explicación
cualquiera que se imaginen, qué sucedió, y lo hagan historia; ¡¿me entiendes
Santosa?! además me estoy preguntando: ¿y si todos estos aullidos no fueran
malos para nosotros como pensamos, y si son sólo lamentos de las almas
dolientes, que no sé como han aprovechado alguna oportunidad y se han escapado
del cementerio donde reposaban; o si fueran nuestros lamentos y de todas las
gentes que vivieron aquí, o si esos aullidos fueran los ecos de nuestra
miseria, de nuestra desgracia, y lamentos de la mala vida que hasta ahora
llevamos por costumbre aquí?. Y si ya con todo lo dicho nos encontráramos lejos
de esta serranía y se arreglara todo esto como fue antes, con toda la belleza
del principio de la creación, de la naturaleza sana y hermosa; aún por conocer.
Don
Hipólito jaló todo el aire frío que pudo aguantar sus pulmones y terminó por
decir:
·
Ya no sé que pensar Santosa. ¿Por qué si hay
maldad en esto que nos queda?, quedémonos pues y acabémonos también nosotros
con esta sierra y hagámonos parte para siempre con ella. Porque yo no tengo
ingratitud a mi tierra, a lo mío; ni creó que mis pies llenos de callos
acostumbrados a andar en estas punas, se atrevan a dar con ese camino de huida.
Porque si nos fuéramos para la capital, para ese lugar desconocido para
nosotros y donde se dice también que es feo para los foráneos como tú y como yo
que estamos acostumbrados a movilizarnos libres en nuestras regiones naturales.
Además por ser andinos no nos acostumbraríamos en nada allá, si hasta para
caminar aquí andamos curcos por el peso ahora de estos lugares. Allá andaríamos
peor, doblados hasta por la miseria por no poder caminar normal como si
estuviéramos cargando nuestros cerros y; los edificios de allá nos darían
escalofríos por ser gigantes de cemento altos hasta llegar bien arriba, y
tendríamos que vivir ahí sin poder mirar su cielo, su sol, su luna, sus
estrellas y hasta el arcoíris que se forma cuando llueve. Y si por ejemplo
tercamente nos encontráramos viviendo allá; y de repente se nos diera por
rememorar todo esto: cuando fue, o tal vez vuelva a ser; y ya no tuviéramos la
fortaleza, ni la edad para regresar a lo nuestro. Entonces tú te quedarías con
tus ojos llenos de lágrimas cargados de nostalgia que mojarían tu rostro
envejecido, recordando el campo de las flores que cubrieron tus cabellos. Y a
mí de repente se me aclarara la memoria para siempre, y se me diera por
recordar con todas mis fuerzas estos latidos de mi corazón; lo verde de mis
sitios, el aire límpido de estos lugares, ver las estaciones del año y las
faces de la luna; y rememorar aún con más claridad y lágrimas de impotencia;
cuando con esa felicidad y de rodillas mis ojos miraban con satisfacción el
producto de mi cosecha y, como mis ollucos aun terrosos llenaban mis dos manos…
Santosa.
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