FRÍOS AIRES
El secreto tenía forma de
Riachuelo, de ciudad atormentada, de venas avenidas, amor ochavas, cielo
torcido por el cemento, anteojos; cuerpos con smog en el pelo y respiración
agitada, porque el subte, el reloj, la reunión, el abrigo y los paraguas, la
casa de Barracas para los dos solos y la pizza de queso crema en la bañadera
sucia.
La terminal de Retiro está como mordida por
los costados. La basura convive con las valijas y el apuro de sacar monedas.
Caminaba yo, esa tarde congelada, a ritmo de metrónomo: el gran mecanismo
urbano resulta perceptible si te frenás y pegás el oído al mundo. Nevaba y me
compraste un helado. Sabés de mis pequeños fríos en cucurucho, de mis pantuflas
ordenadas, una al lado de la otra y en el mismo sentido. Sabés de mi café,
porque el bar porque la ventana porque el afuera, y nosotros como en el cine
mirando las bufandas del otro lado del vidrio, acurrucados en una mesa,
frotándonos las manos con azúcar para calentarnos. Pero lo que pasa en
invierno, pasa en un sueño. Nos gustaba rodar con tanta ropa puesta, o escribir
nuestros nombres sobre el vapor en la ventanilla del 152. Vos, igual, creías en
la primavera con sus pétalos de hierro. Te molestaba que el hielo se derritiera
demasiado pronto.
Un
día salí a pasear sola y terminé comiendo pizza en La Continental. Vos
habías entrado en tu circuito mágico. Acababas de enchufar la guitarra, y el
baterista te hablaba en marihuana porque los demás componían canciones sobre
una chica que venía del campo y que podía predecir la lluvia escuchando el canto
de los pájaros. Yo te creía en medio del ensayo, pero no. La puerta de la
ciudad, abierta, y vos encerrado en tu cubículo, hurgándome extasiado el bolso.
Encontraste un lápiz labial y saliste a hacer grafitis por los callejones más
podridos: un poco de belleza en esta mole Buenos Aires. Te costaba saltar el
mundo. Te sentías miniatura al lado mío, aunque eso fue hasta que bailamos los
primeros pasos. Me abrazabas bien y tenías ritmo. El tango era tu otra vida con
vos enorme acuchillando un malandrín.
Una
tarde nos mudamos a La
Boca. Barracas se cierra al final de un pasillo, puerta de
lata. Siempre llueve, aunque no llueva en Buenos Aires. Caminamos, las maletas.
Hormigas viajeras en la selva, pero el cuerpo todo el tiempo. Dejamos la
almohada y el café sin leche de nuestras mañanas pobres. A no tener miedo de
darse la mano. Lo común acá es perderse, tomarse cualquier bondi, aunque todos
van para el mismo lado y se chocan siempre contra algún balcón de piedra. La
gente, también dura, también gris, riega las veredas con suspiros.
La
calle Pinzón nos recibe en su décimo piso. Muchos libros, y un olor a sahumerio
mezclado con tráfico con cigarrillo, que se atropella en la ventana. Todo tan
cálido y amontonado, olor a café, pero café en serio. Tu vieja planea ir al
casino a ganarse unos papeles como anoche. Hay sol, pero es helado. Vos te
fumás la neblina en el balcón. Mi piel es tu pulóver, una piel verde, o a veces
es tu abrazo, pecoso y melancólico. A dormir.
San
Telmo: hoy es un día del pasado. Las mujeres pasan gritando sus cigarrillos.
Latita y porcelana vieja. Alhajero, herrumbre, piedras, muñecas, unas botitas
de cuero que me las compré porque casi que te las regalan. Vos te morís de
felicidad si te despierto con botitas y sonrisa rosa. Mi voz te seduce y
aparecés con la guitarra al hombro, cantar juntos es más cotidiano que limpiar
el piso. El que lee corcheas sos vos, pero yo te las bailo. ¿Qué más podés
hacer contra eso, además de guardarme en tu bolsillo y cuidar que no me caiga?
Encontraste un cielo joven, despejado, quieto, y te refugiaste. Yo encontré una
tierra húmeda y ahumada, pícara, enorme, y quise perderme un poco.
Pero nos damos cuenta. Reconocemos nuestras
falencias en medio del museo callejero. Sabemos que otro día así, no
soportamos. Hacemos de la experiencia piezas únicas. Mañana, yo te voy a buscar
en las latitas y vos me vas a pensar en el andén (me dijiste que viajar en
subte es inversamente proporcional a un beso mío). Te prometí en grande y
muchas cosas. La rutina no alcanza, no se dobla por ahí esta vez, hay que
seguir derecho. Mucha gente va detrás juntando las monedas. Nosotros, en
cambio, las perdemos, dejamos que se caigan, rompemos los bolsillos a propósito
para andar siempre livianos. Y cómo nos encanta ir juntos al supermercado,
elegir repasadores nuevos, volver y cerrar la puerta con mucha llave, ponernos
un blues; nos es tan fácil construir…
Amamos el techo porque ya somos un afuera, ¡qué me importa que no haya
patio! No nos ata ni la gravedad. Nuestra libertad llega hasta la punta del
obelisco, sin caernos.
No
cualquiera, decís, vive lo que nosotros vivimos. Es extraño ser de vos tan
pronto, aunque ya sé: es un viejo truco que te enseñaron las adultas cuando
eras chico. No te fuiste a la guerra porque ya sos una guerra. Me querés a
fuego lento pero todo el tiempo. Me tiraste una cuerda a unos cuántos
kilómetros y trepé a tu barco de papel de diario.
El
viernes vendimos revistas en el kiosko de la universidad. Hay que ganarse el
pan, o el sándwich de milanesa que nos dejó tu viejo por hacerle la gamba.
Señor, señora, ¿cuánto cuesta? ¿Señora tuya? ¿Y por qué no poblar este vientre
y que el ombligo explote de tanta raíz? Vos no te animás a saltar, decís. Y
otra vez esa mirada. Nos pasamos la pelota todo el tiempo. Nadie tiene que
estar sosteniéndola cuando se apague la música. Ya te voy a empujar yo, la
próxima vez, y vas a ver que los charcos son de lluvia y que te pueden retener
como un pantano. Te vas a ver desde una luz ahogándote, pero el ahogado no te
va a poder mirar. Sabemos que el papel absorbe el agua tan de prisa. Sabemos
que vos te quedaste contando manchas en la latita y yo, fumando en el andén.
Nos estamos hundiendo pero seguimos bebiendo café en el bar. A morir de
éxtasis, de instantes, a embriagarse con velas y perfumes. Nos enredemos los
pies debajo de la mesa, nos cosamos, pecho con pecho, como en el tango que te
enseñé a bailar ayer. Corramos por el barquito de diario y por la sangre y las
agujas. Nos traguemos todo el sur y también el puerto, y a la isla Maciel con
sus piratas y prostitutas (que la bruma se nos chorree por la boca). Decimos
eterno porque total no vamos a saltar. La orilla es nuestra verdadera muerte.
Mejor, cantemos bajo el agua o bajo la mesa, y que mañana nadie sepa qué
garganta nos tragó.
Veo
el Río de la Plata
desde el aeropuerto. Pensar que en una hora, vos vas a haber vuelto a tu casa
en colectivo, y yo, a la mía, en avión. A veces, cierta hora de la tarde puede
ser un puñal.
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