ODISEA AMAZÓNICA
…y el cilindro se convirtió en esfera.
Del poema aún
no escrito “Cosas vederes”
Esa noche de verano, se habían reunido los
dos matrimonios, en la casa del doctor Eduardo Roca y su esposa Rosita (como le
gustaba que la llamen).
Los
varones, que de niños vivían en el mismo barrio, habían sido compañeros en la escuela primaria y el colegio secundario.
Mario Marines, que era escritor, concurrió a la cena, con su esposa Amalia.
Las exquisiteces
que se sirvieron fueron preparadas por la dueña de casa en forma personal. Había prometido que para su
vigésimo aniversario de boda iba a “entrar
a la cocina”.
Después de saborear la deliciosa comida, acompañada de un buen vino,
servido por el anfitrión, éste le
recordó a su amigo, que siempre
habían deseado efectuar un viaje de aventuras.
Mario, asentía con la cabeza.
Rápidamente obtuvieron el consentimiento de sus
respectivas esposas. Sólo restaba elegir el destino.
Se barajaron diferentes lugares. El más sugerido para visitar fue la Amazonia y con el fin de
hacerlo más excitante, decidieron que viajarían
con poco dinero.
Entraron en internet y buscaron referencias
de la zona. Entre otros temas que llamaban la atención, figuraba el recorrido
del río Amazonas, que se extendía desde Perú a Brasil. Su fauna tan variada,
que incluía delfines rosados y grises, como así también caimanes. En la selva
habitaban reptiles, monos y aves exóticas, sin olvidarse de los mosquitos
(había que llevar repelente).
Los meses interesantes para visitar la región eran mayo
y junio. Época de lluvias, no había
playas pues estaban inundadas, pero la vegetación era exuberante y los verdes
prodigiosamente variados.
También se informaron que habían quedado en
la región sólo 500.000 indígenas de los 18.000.000 iniciales. Se explicaba que
los caboclos, eran la cruza de indio con europeo y que eran gente pobre e
ignorante, pero amable y receptiva.
Construían sus casas sobre estacas de madera, para protegerse de las
inundaciones.
Se describían algunos ríos con sus rápidos, remolinos y
abundancia de troncos llevados por la corriente.
En especial era interesante la confluencia del Río Negro (con aguas negras) y
el Río Solimoes (con aguas blancas).Lo curioso era que no se mezclaban, ni
siquiera con el fluir de la corriente.
A muchos exploradores y turistas, les
ocurrieron cosas que nunca quisieron relatar. Los cuatro dedujeron que esta
última afirmación era un gancho turístico.
Terminada la presentación, Rosita preguntó:
¿Cómo se llega al lugar?
-En un vuelo a San Pablo, y otro a Manaos. De ahí en auto o micro al río
Amazonas, dijo Eduardo.
-¿Cómo se paga en esa zona, con tarjeta de crédito?,
consultó algo preocupada Amalia.
-No, no hay tarjeta, ya que no tienen
teléfono por esas zonas. Hay que llevar efectivo, dijo el dueño de casa.
Mario se encargó de comprar los cuatro pasajes.
El día 3 de mayo, un taxi los llevó a
Ezeiza.Se embarcaron en un vuelo regular a San Pablo y luego vendría la combinación a Manaos. Llegados a este último
lugar, en el mismo aeropuerto contrataron un transporte que los dejó casi al borde del Amazonas. Con todo su equipaje a cuestas y la carpa,
se subieron a una de las canoas que se
ofrecen en el pequeño puerto.
No fue fácil ubicarse en la barca, pero lo
lograron.
¡Ahora a remar!
-¿Tenemos idea hacia dónde nos dirigimos?,
preguntó Rosita.
-Vamos río arriba, esto es aventura, dijo Mario,
no muy seguro.
Después de remar durante una hora, los dos hombres del grupo,
decidieron descansar. Se arrimaron a una playita que vieron cerca. Todos
bajaron de la canoa. Sacaron las valijas y la carpa, que era compartida, para estar
más seguros.
Eran ya las siete de la tarde. Iban a
descansar media hora. Luego armarían la tienda.
Así lo hicieron. Se dedicaron a cumplir con
el primer objetivo, que era tener un lugar seguro y cubierto donde pasar la noche.
Estaban tan fatigados que apenas se acostaron y cerraron sus ojos se quedaron
dormidos.
Despertaron al amanecer, gracias al reloj
que había puesto en funcionamiento
Eduardo la noche anterior.
Rosita desde su compartimento trató de
hablar con Mario y Amalia, pero como no respondían, fue a ver qué es lo que ocurría.
¡Enorme fue el susto!
Pegó
un grito de espanto que pareció producir un eco en la selva. Eduardo tuvo que
venir a medio vestirse. Observaron atónitos un espectáculo increíble.
Mario y Amalia eran dos enormes esferas
redondas, pero a tal punto que empujaban las paredes de la carpa, y no
sólo eso, sino que parecían flotar a unos veinte centímetros del piso.
¡Eran dos globos inflados!
Asustados, trataron de sacarlos al exterior
pero no pasaban por la abertura de la carpa.
Eduardo, siendo médico con experiencia, no
había visto jamás un caso similar.
No existía otra posibilidad que desarmar la
carpa. La pareja no respondía a ninguna pregunta, a pesar de la desesperación
del galeno y su cónyuge.
A los empujones, los sacaron, después de
desarmar un lateral de la carpa.
Tomaron mayor dimensión en el exterior.
Rosita decía que tendrían casi 3
metros de diametro.Las cabezas quedaron pequeñitas y desproporcionadas.
Los miembros superiores parecían dos orejitas. De la cintura para abajo era
algo borroso, que no representaba a las piernas. Los llevaron rodando hasta la
pequeña playita. Era muy fácil empujarlos, parecían rellenos de aire.
En presencia de estos extraños personajes
en los que se habían convertido sus amigos,
Eduardo y Rosita consideraron necesario buscar ayuda. ¿Pero a quien pedírsela?
Miraron
a su alrededor y les pareció ver en la zona boscosa dos siluetas de indígenas.
Eduardo salió corriendo en busca de los mismos. Ellos venían caminando hacia el
río. Tenían una vincha en la cabeza, el torso desnudo y una especie de falda en
la parte inferior que les llegaba casi hasta el tobillo.
Rosita permanecía parada al lado de la
pareja “inflada”. Con señas ampulosas de
sus brazos, les pidió que se acercaran.
Los dos aborígenes, se aproximaron, vieron todo,
pero no denotaban gestos de asombro.
El más joven de los dos, que hablaba portugués, los saludó con una leve inclinación de su
cabeza y un buen día.
-¿No les llama la atención, lo que están viendo?
Estamos desesperados, dijo Rosita.
El indio, tranquilamente, les explicó que
en la zona hay un ser que sale sólo por
las noches. Tiene cabeza, cabellera y torso de mujer y cuerpo de ave con alas.
--Como las antiguas sirenas, interrumpió
Eduardo.
-Pero con una particularidad, agregó el indígena,
su boca termina en un pico muy afilado,
que les sirve para chupar la sangre de los seres humanos y concluida esta tarea
le inyectan aire en la venas, por eso se hinchan. Algunas veces las personas
atacadas, llegan a volar por encima de las copas de los arboles.
Cuatro ojitos en dos pequeñas cabecitas
miraban sin parpadear. Cuatro orejitas, escuchaban sin comprender.
-¿Cómo se soluciona esta situación?,
preguntaba suplicando Eduardo.
El mayor de los dos aborígenes se sentó en
cuclillas y hablándole en un idioma incomprensible, explicaba, mientras el
menor de ellos traducía:
-Esto se resuelve dejándose picar nuevamente,
pero para lograr el efecto deseado a la perfección, los nuevos atacantes deben
ser de las mismas o menores dimensiones
que los que causaron el daño.
-Dios mío ¿cómo lograrlo? Preguntó Rosita.
-Es bastante simple, le dijo el más joven, ustedes
deberán armar una jaula, hecha con ramas de árboles. Entrecruzan las ramas
dejando espacios de 10 centimetros, por los que ingresarían estos seres.
Colocaran a sus amigos dentro de la misma cuando caiga el sol y los dejaran a
la intemperie.
Por la noche serán picados nuevamente y
hasta es posible que sea por los mismos ejemplares, ya que estos dejan un aroma
especial en los cuerpos de las víctimas, que sólo ellos reconocen. En esta
oportunidad la tarea que realizan es reabsorber el aire y reinyectan la sangre.
-Aspiración y transfusión, dijo gritando Eduardo,
no lo puedo creer.
Los dos visitantes, no abandonaron sus varas,
que eran de caña y servían para pescar. Con dos gestos indescifrables se despidieron,
siguiendo su camino.
Rosita y Eduardo se internaron en el bosque,
ambos con dos pequeñas hachitas que habían traído y se dedicaron a juntar ramas
que sirvieran para armar la jaula.Mientras tanto las dos monstruosas bolas
permanecían inmóviles.
Construyeron la jaula, hicieron rodar a los
“monstruos”, los introdujeron suavemente y la dejaron bajo una hermosa luna
toda la noche.
El doctor y su esposa se introdujeron en la carpa y durmieron de a
ratos.
Al amanecer, por curiosidad, salieron a la
playa para ver si había ocurrido algo.
Mario y Amalia tenían aspecto de haber
dormido profundamente o de haber sido anestesiados. Su idioma era algo incongruente,
pero estaban desinflados. Se habían deshinchado en exceso, ya que la piel les colgaba,
parecía que hubieran sido metidos en bolsas de piel de seres más voluminosos.
Los ojos estaban desorbitados. Eran un saco de huesos en un enorme envoltorio.
Eduardo y su esposa los miraban. No le
podían quitar los ojos de encima.
-Están cianóticos, dijo el médico.
A medida que iba transcurriendo el día, los
“monstruos”, iban tomando formas que se acercaban a lo normal. Los dos estaban conscientes,
pero muy asustados.
¡Se terminó la aventura para los cuatro!
Tres monos se acercaron a la puerta de la
carpa, seguramente habían olido la comida. Los expedicionarios los miraron y
resolvieron regresar inmediatamente a Buenos Aires.
El doctor Eduardo Marinez concurrió a la Academia de medicina y
consultó con los más afamados médicos. Deseaba saber si tenían idea o habían leído algo acerca de lo
que él había vivido. Las respuestas fueron totalmente negativas.
No obstante visitó la Embajada de Brasil, donde le
informaron que algunos antropólogos sociales tenían conocimiento de casos
similares.
Los cuatro se volvieron a reunir al día siguiente de su arribo del Amazonas y
convinieron en forma unánime que no
volverían jamás.
Sorprendió a los médicos del sanatorio en
los que se había internado el matrimonio afectado, que ambos hayan fallecido
por embolias gaseosas de causa desconocida.
Muy bueno! ¡Escalofriante! Bienvenido a Literarte Nina Pedrini
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