¡CON DIOS, NO!
Y no lo pude soportar. No venía preparado. No me habían
dicho nada. Mi primo, Franco, el zurdo,
es un loco de atar.
El secuestro ya de por sí era de otro planeta. Pero…
Yo estaba en la lona. Me vencía la hipoteca del derpa y mi
ex me tenía entre la espada y la pared con los alimentos de mis hijos. Seis
meses le debía y con el morfi de los pibes no se jode. En fin, la vida legal no
me había servido de nada.
Fui sincero cuando le prometí a la Lucy que se terminaba mi mala
vida, que si se venía a vivir conmigo largaba la joda. Me quedaban unos buenos
mangos, como venticincomil verdes del asalto a la droguería.
Los primeros dos años fuimos zafando. Lucy estaba loca de
contenta con la peluquería que habíamos montado a todo trapo y yo también le
jugué unas fichas al maxiquiosco, por las dudas.
Pero se nos vino el corralito, la inflación y la mar en
coche. Quisimos ser derechos, y así nos fue. Bancamos lo que pudimos. Nos
matamos, meta discutir y aunque a la
Lucy no la convencí terminé pidiéndole la escupidera a mi
primo.
Y el Zurdo me sumó a un “trabajito” que según él nos
salvaría a todos. Un secuestro, bastante fácil (Así dijo).
Ya noté algo raro cuando metimos los tres autos frente a la
parrillita “El patio”, a la vuelta del
Carrefour de Devoto y cuando reconocí el “bulto” me dije: —Estamos
fritos.
— ¡No lo podemos secuestrar!— dije llorando— ¡Sos un
pelotudo!
Me le tiré encima. Me la jugué. Con la culata de su 44 le
rompí el coco. Solamente lo desmayé. Le puse el fierro en la nuca al chofer, el
coló Juanma, que casi se hace encima.
Como los vidrios eran polarizados, los de los otros coches no se dieron cuenta de
nada. Bajé un poco la ventanilla y les hice señas para que desaparecieran por
Beiró.
—Quedate tranqui, campeón. No pasa nada. Fue un error. Yo no
sabía. Al pelotudo de mi primo no sé cómo se le ocurrió semejante animalada. Te
llevo a tu casa.
Y enfilé para Segurola y Habana.
Nunca antes lo había tenido tan cerca. De pronto lo vi
haciéndole el gol de la mano de Dios a los ingleses y después, desparramando
piratas en el segundo gol. Y lo vi de la mano de esa enfermera hija de puta,
cuando le cortaron las piernas. Y volví a llorar. ¡Cuántas imágenes, el pase al
Burru, el pase al Cani…!
—Diego, te dejo en tu casa. Todo bien. Al tarado este no lo
maté, fíjate, solamente es un poquito de sangre, un par de cubitos y resucita.
Haceme el favor ¿Me firmás un autógrafo? Ponele: Para Joaquín y Camila, con
cariño.
Y lo dejé en la puerta del triplex. Al otro día ningún
noticiero dijo nada. Diego no nos mandó en cana. Me lo había prometido y lo
mejor fue cuando le dije, entre lágrimas,
que era hincha de River.
muy bueno Marcos!
ResponderEliminar¡Qué buen relato Marcos! Una idea original con un protagonista "de 10" Creo que es para un 10. ¡Felicitaciones!
ResponderEliminarMarcos muchas gracias por recordarme y tenerme presente.
ResponderEliminarMe gustan mucho tus relatos, eres una estrella en eso y si de deportes se trata eres algo especial.
Tienes un lindo camino que transitar con las letras, segura del triunfo. Felicidades.
Ofelia, la Cubana.
no se si decirte que admiro tu modo de escribir y los temas.Me resulto tragicómico, ¡cuando publicas un libro? Te auguro éxito
ResponderEliminarcariños
Rita
Me admira como este escritor desarrolla los aspectos psicológicos de sus personajes. En este caso ahonda aún más en los que rodean a los mismos. Una sociedad que no permite que ellos modifiquen y enaltezcan su forma de vida. El milagro del ídolo lo ayuda a ser digno. Claro que no deja de ser una instancia.
ResponderEliminarMis respetos a Marcos por tan amplio desarrollo de distintos aspectos de nuestra sociedad involucrados en un cuento. Abel Espil.