ATRAPADA
Sonaba un tema de Catupecu Machu en la radio, una gata tricolor dormitaba
en la silla que estaba junto a la mesa. La joven dejó de mirar la computadora
para chequear el celular. No había novedades: una amiga estaba con el novio;
otra, embarazada y en pareja; otra, momentáneamente soltera, ya le había
confirmado que se quedaría corrigiendo exámenes de alumnos y, la más divertida,
aquella que nunca fallaba para salir un sábado a la noche, justo se había ido
al encuentro de mujeres contra la violencia de género. En tanto, el programa
más alentador para combatir la soledad un fin de semana largo, era ir a
almorzar el domingo al mediodía a la casa de su madre.
Sin dejarse asediar por el mal humor, caminó cantando hasta la cocina.
Mientras sacaba unas zanahorias de la heladera, sintió que la puerta que
se encontraba justo detrás de ella, se cerraba estrepitosamente por la fuerza
del viento.
Algo en su cuerpo se turbó, arrojó la bolsa con tubérculos en la pileta, se
dio vuelta y manipuló la manija. Fue inútil, la puerta yacía en actitud
hermética confirmando que la situación era problemática: estaba encerrada en la
cocina.
La llave del departamento había quedado puesta y trabada, sufría de pánico
a ser atacada por algún psicópata. La radio estaba prendida a un volumen
imposible de escuchar voces , y el teléfono y la PC, en vano del otro lado de su realidad. La
gata, inepta para resolver cualquier percance humano, maullaba detrás del
obstáculo de madera maciza.
Casi sin pensar, arrebató la lata donde guardaba las pocas
"herramientas" que sabía usar: algunas llaves viejas, un
martillo, varios clavos, cinta adhesiva y un par de picaportes de váyase a
saber dónde. Trató de mover el pestillo y terminó empeorándolo todo. Ahora
estaba sin manija y sin destornillador, atrapada en su propia casa.
Reconoció en ese cúmulo de sensaciones que se fundían en su estómago, un
registro de algo vivido.
Hizo un recorrido con sus ojos sobre el ambiente y se percató de que tenía
acceso al lavadero, en el cual había una ventana que daba al baño.
La abertura se dividía en dos, era de un vidrio muy sólido y se abría hasta
un poco más de la mitad de su diámetro total.
Para acceder hasta la parte superior, por la cual podría pasar mejor por
cuestiones de tamaño, debía subirse a una pileta y luego para darse envión,
apoyar un pie en la baranda, que daba al precipicio del noveno piso. Probó
hacerlo dos veces pero si bien pasaba el torso hasta la cintura, se complicaba
atravesar la cadera y el resto del cuerpo. Lo más apropiado sería arrojarse de
cabeza y aterrizar con los dientes en la bañera que se encontraba a unos
cuantos metros.
Desechó la idea y pensó que seguramente su madre, al notar la
ausencia en el almuerzo el domingo, la llamaría y al ver que no le
respondía durante todo el día, vendría a buscarla.
De todos modos, no era muy tranquilizador estar hasta el domingo a la noche
allí: hacer todas las necesidades humanas ahí mismo, permanecer confinada sin
cigarrillos, sin nada para leer, sin calma para dormir...
Se reclinó y apoyó los codos sobre el borde de la pared del lavadero,
observó la canchita de fútbol que había abajo y entonces advirtió que se
trataba de un partido importante.
En la tribuna los espectadores ovacionaban pasionalmente a los jugadores.
En la punta de la segunda fila había un hombre distinto. Era pelado al ras y
muy fornido, alto y robusto. El típico perfil de "patovica".
Cuando la muchacha lo divisó, su rostro cambió de expresión y sus manos
expulsaron un temblor que antes había recorrido todo su cuerpo.
Volvió a sentir aquella asquerosa masa de carne que la aplastaba y le
tapaba la boca. Le dolieron las muñecas como si todavía las estuviera sujetando
aquella bestia.
A pesar de haber pasado tanto tiempo de cuando tenía dieciocho años, ahí
encerrada en la cocina el tiempo era indiferente.
Pudo volver a través de ese hombre que se parecía tanto a quien la había
apresado, a la escalofriante escena y padecer ese dolor tan cercano al
desgarro.
Pero esta vez algo había cambiado.
Intuyó que el recuerdo que había salido a la luz después de haber sido
"atrapado" por su inconsciente, ahora la hacía más fuerte.
Miró el cielo, dijo una oración en un lenguaje desconocido para este
narrador, y trazó con sus dedos en el aire, unos símbolos delante de su propio
rostro. Al término de una respiración tan profunda como aquella herida, se
animó y volvió a intentarlo.
Mientras se trepaba era una mujer "normal", pero cuando al fin
llegó a la ventana se convirtió en un ser elástico e invertebrado, que si se lo
proponía era capaz de combatir al enemigo más salvaje.
Saltó a la bañadera, abrió la puerta del baño para salir al living y
encontró a la gata que, sentada como una estatua, irradiaba luz.
Querida Sol: recién pude acceder.
ResponderEliminarLindo relato, se reviven las inquietudes que lo motivan. Un fuerte abrazo de,