El
turco Jaime
A mi abuela Irene.
Todos los martes a la
mañana, aparecía en su vieja estanciera el turco Jaime.
Así era su nombre y así es como
lo conocían todos. Hombre de aspecto vivaz y de un gran porte.
Esto
pasaba allá en los años 40 en algún lugar del campo, de la provincia de Buenos
Aires.
El turco se presentaba en cada
rancho que encontraba a su paso y mostraba a la familia, generalmente madres y
hijas, los bienes tan preciados que vendía. Algunas baratijas y otras cosas de
cierto valor, unas inútiles y otras que para algo servían.
Todas las damas a su alrededor,
disfrutaban al ver lo que Jaime llevaba en sus valijas.
El mercader les permitía pagar en
dos o tres cuotas, esto era lo que más entusiasmaba a sus clientes,
especialmente a las jóvenes.
En las miradas de ellas, se
notaba el asombro al ver algo exótico y desconocido, que sólo se podía adquirir
en los grandes poblados.
El turco las acercaba al mundo
civilizado, era su cable a tierra.
Su vehículo de
color verde loro se veía desde muy lejos. Estaba repleto de mercancías, poco a
poco se iba vaciando, para llegar el sábado al mediodía sin nada encima, pero
con mucho dinero.
El hombre cincuentón y alegre,
también les contaba cuentos muy divertidos y anécdotas muchas veces inventadas,
que hacían reír a más de una señora.
Y por qué negar que alguna bella
mujer, viviera un amor platónico con Jaime.
Los años pasaron para todos…para
el turco, para las damas, para el mundo.
Por esos lugares ya casi no hay
ranchos, ya no hay jóvenes, ni madres ansiosas esperando que llegue el martes y
que aparezca la estanciera verde loro del vendedor.
Sin
embargo, cuentan algunos pueblerinos, que todos los martes a la mañana,
los campesinos suelen ver una estanciera verde loro dando vueltas. Vueltas de
aquí para allá, sin parar y que cuando intentan acercarse a ella, desaparece.
Mi abuela me
diría “es el fantasma del turco que anda dando vueltas”.
Y yo me pregunto:
— ¿Será que ella estará
viajando con él…?
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