sábado, 22 de agosto de 2015

Bernardo Penoucos-Azul, Argentina/Agosto de 2015



Joaquín y la lluvia.


Las gotas níveas y algunos granizos rebotaban impunes en el techo de chapa, afuera, por el segundo o tercer pasillo, el barro era arrastrado violentamente por una lluvia incisiva; en ese lodo indivisible iban mezcladas las bolsas de basura rotas y algunos juguetes perdidos, como una muñeca sin piernas o una pelota descuajeringada.  Cuando en la villa llovía los recolectores no pasaban, igual que los colectivos, los taxis o  la ambulancia. No pasaba nadie cuando llovía, más allá de los que urgentemente  iban a comprar algo al almacén o de los que  volvían del laburo, ya llegada la mañana.
A Joaquín le encantaba ver la lluvia, pero más le gustaba escucharla correr por el desaguadero. Se tiraba en la cama, prendía la salamandra y escuchaba la lluvia, ni siquiera ponía música, se quedaba escuchando la lluvia por largos ratos y se acordaba de varias cosas, la lluvia le estampaba unos lindos recuerdos:
“Me gustaba tirarme en la cama y escuchar el ruido del agua zarpándose contra el techo, me tiraba así y me quedaba como  colgado de una imagen, de una cara, me daba una tranquilidad bien piola, eso sí, tenía que estar solo en casa porque sino era el mismo quilombo de siempre. Mi casa siempre era un descontrol, gritos, platos rotos, bardo, no sé, a veces me hubiese gustado ni estar en esa casa, ni haber nacido en la villa, pero cuando escuchaba la lluvia hacía como que viajaba ¿te paso alguna vez? Vos fijate que  a mí me ayudaba a escaparme un poco de las cosas que me hacían mal, además, viste, me acordaba de ella, ¿alguna vez te conté de Claudia? Que linda estaba mi Claudia, si la tuviese cerca le daría un beso tan grande para que nunca más se olvide de mí. Decí que se fue tan temprano, era una guachita, ese hijo de puta, bien muerto está.”
La última vez que Joaquín vio a su viejo tenía 14 años, y le hubiese gustado no haber registrado esa última estampa.
En lo de Joaquín eran  siete en total, su vieja, su viejo, cuatro hermanos y él, que era el más grande. En realidad nunca supo si su viejo era su viejo, las imágenes se le borran o las borraba él a propósito, para no llorar tanto. A la que si recuerda es a su vieja lavando y lavando fuentazas de ropa y  más ropa en el patio del fondo y colgándola toda en muchas cuerdas que se cruzaban entre si y formaban un arco iris de colores y medias y buzos y calzoncillos. A su vieja la recuerda lavando y gritándole, pero “gritándole bien”, dice Joaquín,  con mucho amor. En cambio a su viejo, a su viejo “ni cabida”, su viejo también le gritaba, pero después del grito venia el sopapo y pumba!, a la calle, a dormir afuera , a comprarme esto, anda a decir que me fíen, dale pendejo, a ver si haces algo  y todo por el estilo.
 Joaquín hasta los 12 fue a la escuela y le iba bien, sobre todo en dibujo. Dibujaba, imaginaba y se concentraba de tal forma que a veces ni la campana del recreo lo despabilaba de tal abstracción. Dibujaba el barrio, la esquina, autos de carrera, y la dibujaba a ella, a Claudia. Cuando llegaba a su casa le mostraba a su vieja los dibujos y los escondía rápido para que su papa no los viese, porque si se los encontraba “ maricón, deja de hacer mariconadas, labura guacho, todo el día al pedo, en esa escuela, y dame los dibujos esos que a ver si sirven por lo menos para prender la salamandra querés”, y ahí se iban los dibujos de Joaquín elevándose cual cenizas y mezclándose en el viento que cruzaba las esquinas del barrio, y ahí se iba-también- el rostro de Claudia riendo, el rostro de Claudia seria, y se iba junto con todo eso las ganas de que Claudia un día pudiese ver esos dibujos y le dijera “Gracias Joaco, me encantaron ¿lo hiciste vos solo?¿seguro que no los calcaste? Muchas gracias”, pero lo mismo daba andar dibujando tanto para después verlos quemados, rotos, sucios,  lejos.
Un martes Joaquín salió más temprano de la escuela, llegó a su casa y pudo ver  que, del lado de adentro, estaba puesta la columnita de cemento que ponían de noche a falta de cerradura. Le pareció extraño, porque ese pilar de cemento lo ponían siempre de noche, una vez que su vieja terminaba de lavar los platos o, en varias ocasiones, cuando su viejo salía y volvía borracho para despertarlos a las 3 de la mañana y hacerlos limpiar la casa. Joaquín empujó un poquito pero la puerta no  movió. Otra cosa más que  llamo su atención fue  la música aturdiendo, en su casa no eran de escuchar música tan fuerte, porque lo mismo era poner música si el de al lado, y el de al lado de al lado ponían tan fuerte el mini componente que no tenía sentido andar mostrando gustos musicales individualizados. En el barrio de Joaquín, a  la música la escuchaban todos o no la escuchaba nadie. Joaquín redobló el esfuerzo, empujo más fuerte y  el pilar de cemento cedió y la puerta de chapa ya media doblada se abrió de par en par, cuando levantó la mirada descubrió a su viejo de espalda agarrándose de la cabecera de la mesa y  divisó dos piernas rodeando la cintura de quien decía ser su papa, y percibió ,en la espalda de este, unos arañazos increíbles, como si un enjambre de gatos se le hubiese venido encima, y miro las zapatillas  topper blancas sucias que esas piernas llevaban, y escucho gritos, y miro las zapatillas nuevamente, y entendió, y era Claudia, su Claudia, quien arañaba inútilmente esa espalda muro, y era Claudia quien gritaba, y era Claudia quien, violentamente, estaba siendo ultrajada. Sus cejas se pausaron, su boca se ahuecó, mitad sonrisa inentendible- mitad augurio de llanto, tomó en sus manos el primer envase de vidrio vacío y lo estallo en la calvicie de quien de espaldas estaba, le pegó una vez, lo lastimó pausadamente con una gana de hiena bravía, y desde aquel instante su tiempo fue otro; recién volvió en si cuando la jueza le preguntaba sobre como, por qué y cuándo, sobre que “ahora vas a ver”, sobre “lo que te espera”, sobre “no salís mas si no hablás.”
Claudio no habló más, necesitaba la lluvia, necesitaba ese aroma a lluvia y tierra, necesitaba, más que nunca, sacarla a Claudia de los dibujos y sentarla a su lado, para decirle que la quería mucho, que lo hizo por ella, que vuelva, que nunca más la iba a dejar sola.
Que nunca más.

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