SORPRESA EN UNA FERIA AMERICANA
Hola,
soy la Tota. Estoy ansiosa. Siempre me había llamado la atención esa esquina de
permanentes persianas bajas, “la casa de las mujeres solas”, como le dicen los
vecinos. Más de una vez – cuando camino hacia la parada del 60 y paso por allí
imaginando a sus inquilinas – me viene a la mente aquel comentario de Calvino
sobre la turinesa Clelia de la novela de Pavese…“El personaje más hermoso de un escritor que no creía
en los personajes es justamente la Clelia de Entre mujeres solas, esa mujer
amarga pero aun con ganas de conocer los vicios y valores de la sociedad que la
rodea... Clelia c’est moi, podríamos decir con Pavese…”.
Pero
dejémonos ahora de recuerdos de lecturas y vayamos al grano, que en éste caso
es la aparición de un cartelito que trata de ser pequeño y discreto en ese
cartón pegado con cuatro chinches a la puerta donde viven la Beba y la Chola,
pero que se convierte en un gigante comunicacional en el boca a boca de las
señoras en el minimercado chino y en la larga cola del pago de servicios del
Provincia.
Gran feria americana el domingo 8, rezaba. En letras más
chicas, para ahuyentar a los especuladores, se leía: “sólo efectivo, no se
aceptan tarjetas ni tampoco hay canje”.
Acontecimiento en el barrio, donde se ve poco este tipo de
eventos de venta de ropa usada, al menos en las diez cuadras a la redonda,
donde sólo se habla de tiendas de vintage
– forma estética y comercial de llamar a las prendas de segunda mano que venden
en los emprendimientos con vidriera a la calle
- porque las conocieron paseando por Palermo Soho o San Telmo, donde es
la última onda, aunque ahora tengan nombre y local propio con potentes
sahumerios y no son un revoltijo con olor a humedad de telas que se mezcla con
el de cebolla que viene de la cocina de la casa que recibe a los invitados de
las ferias americanas.
Voy
a tener que hacerme tiempo para preparar bien lo que llevaré, no es cuestión de
que estas brujas me tilden de cualquier cosa menos de los que soy, una dama.
Quizás
pueda ubicar la ropa de mi hermana fallecida, que mi cuñado me pasó con la
excusa de “se me caen las lágrimas cuando la veo”, aunque yo estoy segura que
se las sacó de encima por la llegada de la cajera del Coto a sólo dos meses del
sepelio.
También
hay en el placard modelitos que han pasado de moda y que el Beto me ha dicho
que no quiere ya que me los ponga. Él no da razones pero seguro que su pedido
obedece a los rollitos que se marcan debajo de mi cintura.
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Ya
estoy dentro de la feria, emocionante. Creí que nunca llegaba el domingo. Preparé pastelitos de
dulce de batata para la merienda de mi marido y le dije que vea todo el fútbol
que quiera, que yo me tomo la tarde. Hoy vintage para todas. Era hora de un
poco de independencia.
Hay
seis mesas muy grandes en el patio y jardín traseros de la casa, como esas que
se arman para los asados familiares. Cada participante tiene un pequeño espacio
reservado donde tira sus pilchas con el precio puesto con un alfiler de gancho.
A
mi lado veo que la bruta de la gallega de la panadería trajo un culote bordado
que debe ser de la época de la revolución española y además un calzoncillo
largo del Jesús porque pensó que la cosa era unisex, ya que el cartelito de
invitación no aclaraba los rubros.
Le
digo que me avise si alguien quiere algo de lo mío y me voy a chusmear lo
ofrecido. El Beto estaba dulce y me dio cuatrocientos pesos, aunque dijo que
traiga el vuelto. Va a esperar sentado, hoy me enfermo de consumismo y no le
hago asco a nada.
Elegí
una blusa violeta que hay que ajustarle una manga pero es solucionable; un
chemise a franjas blancas y negras con una pequeña costura en el traste que ni
se ve; una parka azul media descolorida que aun sirve para cuando llevo temprano
en invierno a la nena hasta el colegio y un par de sandalias marrones trenzadas
que habría que ponerle tapitas en los tacos. Me quedaban preciosas y aunque
tengo algunos kilos más que la gata que me las vendió, creo que aguantarán
porque si soportaron las caminatas de esta loca, seguro que deben ser fuertes.
Me faltaban $ 40 pesos pero me dijo no te preocupes, que cuando me lo cruzo al
Beto en el subte se lo pido….que hija de puta ¡¡¡…me clavó la espina.
Cuando
llegué a casa entré por la puerta de atrás para que mi marido no me vea con los
bolsos y empiece a preguntar. No hubo problema, estaba allá adelante gritándole
Clemente al arquero Cherini por los goles que se come.
Tranquila
en la habitación, pongo todo sobre la cama y reviso, no vaya a ser que tuvieran
problemas que yo no había notado en la feria.
Parece
estar todo bien, al menos mirado desde afuera. Frente al espejo me vuelvo a
probar la parca. Pienso que si la llevo al ponja de la vuelta algún secreto
debe tener para que la haga resistir un buen teñido en negro, que ahora está de
moda. Hasta le puedo agregar esos botones dorados con el ancla que tanto me
gustaban cuando tenía veinte…
Meto
las manos en los dos grandes bolsillos por si se hubieran roto en su interior y noto que entre la tela y el
forro toco algo así como un papel doblado. Me la saco, con una tijerita corto
algunos hilos del dobladillo y logro extraer lo que tocaba. Qué sorpresa…, una
carta. Me tiemblan las manos al abrirla, de puro chusma, en realidad no la juno
a la rubia que me la vendió. Leo despacio, la letra me parece conocida…”Rosita,
la pasé fenómeno, podemos hacerlo otra vez en el Ruta, si es posible un jueves
a la tarde, cuando la Tota
se va a yoga, sé buena, llamáme…Beto”.
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Beto
no alcanzó a ver el empate de River, se enteró por los gritos del vecino. La
sandalia trenzada entró justo por el símbolo de TVP y el aparato explotó más
que la hinchada. Y eso que al taco le faltaba la tapita.
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