Susana Rozas: sus respuestas y
poemas
Entrevista realizada por
Rolando Revagliatti
Susana Rozas nació el 30 de octubre de 1954 en Rosario,
ciudad en la que reside, provincia de Santa Fe, la Argentina. Habiendo
cursado el Profesorado en Castellano, Literatura y Latín, es Profesora
Postitulada en Lengua y Literatura por la Universidad Nacional
de Rosario. Entre 1989 y 2015 ejerció la docencia en escuelas secundarias y
profesorados. Impartió seminarios y presentó ponencias en instituciones y
ferias del libro, coordinó talleres literarios y fue jurado en certámenes de su
provincia. Ha sido traducida al catalán e incluida en antologías de la Argentina y México.
Publicó las plaquetas “Astillas de poesía” y “Un resplandor de voz” así como “Caballo
bifronte” (nouvelle en prosa poética, en co-autoría con Marcelo Juan
Valenti, en 2003), “Polifonía” (nouvelle, en 2008), “Alternativas”
(novela, en 2013); “El comienzo de la llamarada” (ensayos sobre Puig,
Rulfo y Juarroz, 2009), “Laberinto de ficciones” (ensayo sobre la obra
de Manuel Puig, en co-autoría con Ana María Serra, 2010); y los poemarios “Sin
prólogo” (en co-autoría con Victoria Lovell, 1979), “El lado débil de la
eternidad” (1993), “Las palabras no pronunciadas” (2000), “Hacer
el olvido” (2015).
1 — En 1953, a pedido de José Portogalo, quien estaba
escribiendo para el diario “Noticias Gráficas” una serie de notas, José Pedroni
le describe una estampa familiar de su niñez y adolescencia. ¿Puedo requerirte
a vos, Susana, que nos describas una estampa familiar de tu niñez y otra de tu
adolescencia?
SR — Cuando cumplí
cuatro años, mis padres se mudaron a la casa propia, mi casa natal. Él tenía un
bar y mi mamá se dedicaba a nosotros y a mirar cuadros. Ella cantaba. Su madre había fallecido debido al
parto. Convivíamos con mi bisabuela. El barrio fue el primer continente, el que
gesta hasta la marcha de la respiración. Desde los cinco años hasta los
dieciocho, estudié en una escuela religiosa. Cofradía que me transmitió el
germen de lo que después sería el puente a la adultez. Fui una niña
introvertida cuya alegría era compartir las siestas y los secretos con mi
hermano menor. Lamentablemente falleció a sus veintinueve años, herida que no
sé si cerrará. Yo no fui de hablar mucho pero sí inquieta, entiéndase que me
costaba un esfuerzo sentarme a ver televisión, esa novedad. Un sábado a la
tarde escuché la voz de un muchacho que decía “que por doler me duele hasta
el aliento”. Era Joan Manuel Serrat entonando a Miguel Hernández. Ahí supe
que me iba a dedicar a leer y escribir.
Al lado de mi casa hubo una librería en mi adolescencia (antes era un
delicioso espacio con árboles frutales); pero la librería fue la fuente de mis
primeras lecturas importantes. En casa había enciclopedias, biografías y lo que
la escuela pudiera sugerir. ¡Pero yo estudiaba para Perito Mercantil! Así que
comencé con los españoles, el ya citado Hernández, Antonio Machado, Federico
García Lorca, también Pablo Neruda y todo lo que pudiera averiguar que existía.
Nacía mi espíritu de investigación. Con el tiempo supe también que, al haber
concluido la secundaria, ese mundo me expulsaba a la realidad. Nunca se sabe
cuál es la realidad. Sin embargo, haber elegido la enseñanza con adolescentes,
me pareció uno de los logros más valiosos, educar y aprender continuamente. Así
que mi universo de lecturas nocturnas nunca se fue, transmutó, se flexibilizó,
se expandió. Allí sigo, está en mí. La vida también me sorprendió ya que aunque
no tengo un temperamento gregario, me sugirió un destino nómade. Me he mudado
veintidós veces; y desde 2002 estoy asentada. Con respecto a mi casa natal, mis
padres la vendieron en 1978. No puedo regresar y un espejismo me muestra que
entonces era feliz, tema espléndidamente tratado por Marcel Proust en “El
tiempo recobrado”.
2 — ¿Cuáles fueron las marcas dominantes, positivas y negativas, del
período de tu formación?
SR — El profesorado me dio lo que estaba necesitando,
que era “método”. Un método desde donde arribar la literatura. Antes había
estudiado Relaciones Públicas, es decir, siempre las lecturas, los libros
entraban en el territorio del placer. Y eso continúa. Ejercer la docencia me
instruyó en esa patología que trae la denominada vocación; en mí se reveló después
de estar ejerciendo. Los estudios posteriores me permitieron categorizar,
priorizar, poder ver los universos que convergen en la palabra. Las
ramificaciones, los rizomas bibliográficos se expandieron, fue un
enriquecimiento. Alcanzar desde otros lados las
palabras. Así fue como, en algún momento, trabajé en la Escuela de Orientación
Lacaniana, motivando a los pacientes desde el área escritural. En 2009 me
llamaron de la Facultad
de Psicología para formar parte de un grupo cuya investigación se centraba En
el nombre del padre; por supuesto, mis aportes siempre estuvieron
enmarcados dentro del espacio de lo literario. Exploré la paternidad en “Pedro
Páramo” de Juan Rulfo; la novela ofrece frondoso material, debido a la
categorización de los hijos, especialmente la orfandad. Luego, busqué modelos
más actuales y con respecto a la ausencia del padre, llegué a Manuel Puig
[1932-1990] y “La traición de Rita Hayworth”. Escribí algunas ponencias
relacionadas con el entorno político de la Argentina. Y me
relacioné con una profesora que me propuso asociarnos para el análisis de las
ocho novelas de Puig. No se puede obviar que “Pubis angelical” es la
primera novela feminista. Concluida la elaboración, publicamos el volumen
“Laberinto de ficciones”. Un mundo mágico y glamoroso.
No sé si hay marcas negativas, sé que nunca tomé examen si no era a
carpeta abierta; me interesa que los alumnos (especialmente en el terciario,
donde se preparan para ser profesores) sean capaces de razonar y de crear.
3 — Ni lo que solemos denominar “performances”, ni la actuación teatral,
ni la locución, te son ajenas.
SR — Bueno, estos
terrenos que encubren la exposición del cuerpo más que la letra escrita donde
nos escondemos, me han ofrecido experiencias diversas, situaciones dispares.
Cuando hice una prueba para actuar en “Saverio, el cruel”, de Roberto
Arlt, me fue fabuloso. Aclaro que no soy buena actriz, sólo puedo hacer de
mujer cruel. Lo que me resultó extraño a cualquier vivencia, fue la adrenalina con
que se vive en el ambiente teatral. Hacíamos dos funciones los sábados. Fue
maravilloso. Cuando comenzaron a superponerse las fechas, los horarios de
ensayos con los exámenes, dejé el teatro y seguí estudiando.
En cuanto a la radio, trabajé como locutora publicitaria, pasando las
tandas. Así era antes del auge de las FM. Había que hablar muy bien, saber
coordinar el tono correcto. Nada de improvisar. Tiempo después tuve un programa
en FM sobre temas de la cultura, y ya en 2004 acompañé al poeta Armando Raúl
Santillán con un bloque que iba los
jueves, efectuando algún reportaje. Me reencontré con Juan José Hernández
[1931-2007], con quien había estado unos años antes en su departamento. Siento
una profunda admiración por su obra; por trabajar con la parodia y la ironía de
forma refinada, elegante. Cuando le comenté que enseñábamos literatura en 2º
año con cuentos suyos, se horrorizó entre risas: “¿Cómo pueden hacerle leer
mis cuentos a un adolescente?”. De esa etapa guardo recuerdos fuertes; y una
foto de J. J. Hernández y Alejandra Pizarnik cuando reciben el Premio Municipal
de la Ciudad
de Buenos Aires: ella en poesía y él por sus relatos. La radio es un medio
magnífico y la relación que se va estrechando con el micrófono permite un modo
de expresión: soltar la voz con vida propia.
Con respecto a las performances, fue el principio de todo este
recorrido, aún antes de publicar un poemario. Habíamos formado un grupo que
llamamos Ixión. Éramos cuatro poetas (jovencísimos): tres compañeras del
profesorado (de ahí el nombre hallado en el diccionario de latín) y un
estudiante de psicología (todos nos recibimos); había una acompañante en flauta
y Carlos Luchesse, que se convertiría en el mejor percusionista de mi ciudad.
Recitábamos poemas con melodías adecuadas al texto. Lo más importante, sin
embargo, fueron otros detalles: el montaje y habernos presentado el día en que
Jorge Rafael Videla visitó Rosario, a causa del Mundial ’78. Habíamos provisto
la sala (en un teatro) con candelabros de latón y velas, no usamos
electricidad; detrás del escenario hervía una olla con eucaliptos —no se
comercializaba el sahumerio—, y recibíamos al público con copas de vino. Un
ambiente donde se despertaban los sentidos y se homenajeaba la poesía.
Presentamos ese espectáculo, “Permeón, el camino de la poesía”, unos meses
después en la Sala
de la Pequeña Muestra,
que pertenecía a Armando R. Santillán. Años después, con la artista plástica
Marta Greiner realizamos una performance, “Poesía de lo efímero”, donde también
nos acompañó Carlos Luchesse, coincidencias que nos regala la vida. Con una
caja de luz donde depositábamos poemas, todo en un papel de transparencias
dando ilusión por lo sutil. El sonido era suave, hecho con metales. También
estuvo Marcelo Juan Valenti y el dibujante Max Cachimba. Al año siguiente,
Marcelo y yo presentamos de ese modo nuestra novela a cuatro manos: “Caballo
bifronte”. En cuanto a una performance titulada “Donde crece el silencio”,
participamos dos poetas. Aquí el eje estaba puesto en lo visual, la ropa, los
objetos. Guitarra de Carlos Casaza y un homenaje central en rojo y algo de
negro hacia García Lorca, de parte de mi compañera, y por mi lado, a Miguel
Hernández. Eso sucedió en 1983.
Las performances me dan mucho placer; es más: intento eso cuando
presento los libros. La más parecida a una producción de esa índole fue la
realizada por “Laberinto de ficciones”. Respetando la época en donde se
plasma especialmente la literatura de Puig y los años dorados de Hollywood, la
poeta Clara Rebotaro, quien me acompañó, lució un traje varonil blanco y
corbata, tipo Marlene Dietrich y, por mi parte, intenté una Hedy Lamarr. La
sala tenía arreglo para cine y Leandro Arteaga proyectó fragmentos de “Gilda”
(Rita Hayworth), “El beso de la mujer araña”, un reportaje a Manuel Puig y una
escena de la obra del chileno José Donoso [1925-1996], “El lugar sin
límites”. Al público que llegaba se le regalaba un lápiz labial (por “Boquitas
pintadas”) y una copa de licor (rojos y verdes). La música fue la
recopilación de tangos y boleros que Puig intercala en los capítulos de sus
obras, y también de la canción “La distancia” interpretada por el brasileño
Roberto Carlos, ya que es el fondo donde se sitúa su novela “Sangre de amor
correspondido”. Clara Rebotaro fue invitada para hablar acerca de las
locuciones y giros cotidianos propios de esa época, ya que es contemporánea a
Puig. La presentación se produjo entre las diez y las trece horas de un sábado;
el impacto entre el ambiente y el mediodía rosarino fue portentoso. Una nota
que reproduje en el blog de “La anémona vidente”, realizada por la periodista
Eleonora Marín, da constancia de este hecho. Te cuento que tanto Clara como yo
nunca nos informamos sobre el atuendo. Una vez más Roberto Juarroz se me presentó
por su frase: “El azar es siempre una mano más segura.”
4 — Fuiste seleccionada en un concurso de Afiches por los Derechos de la Mujer. Pintás, creo.
Y has expuesto Arte Correo.
SR — Sí, en 1997 hasta
el ‘99 inclusive, tomé clases de dibujo y pintura con pastel. Una gran
sorpresa, porque no se usan pinceles, los dedos hacen todo. Trabajé mucho y me
gustaba, un día el profesor trajo la invitación a participar en el concurso de
Afiches. También fue él quien envío los trabajos. Sólo éramos dos alumnos. Los
docentes hacemos esas cosas, como alumna no lo hubiera presentado nunca. No
gané, pero haber sido seleccionada me conmovió.
Ahora, este año estoy pintando con óleos y siempre acrílico; soy mejor
dibujando. Todo esto que hago es como mail art. Empecé cuando
Marcelo Juan Valenti me trajo una propuesta, a partir de cómo a cada uno le
resonara el título “La condesa sangrienta”. Me entusiasmó, recuerdo haber hecho
lágrimas de sangre con pétalos de malvón. Se envía por correo…, así que el
original se fue pero eso no importa, lo que sinceramente vale es estar
produciendo sin palabras, un recreo. En 2010 me llegó el catálogo de la Tercera Edición
Bienal de Poesía Experimental de Euskadi. Y luego, varios de exposiciones. Lo
mágico es que, por lo menos en mi caso, ni bien llevo el sobre al correo ya
está, lo disfruté. Me encanta el collage y creo que aprendí en este tiempo.
Otra de las bifurcaciones fue trabajar con objetos intervenidos; hice
varios, pero el que más me estimuló y cuyo resultado me satisfizo fue una
convocatoria titulada “Corpiños”. Me valí de uno de una amiga; más bien grande,
lo decoré con hojas, flores y bastante pintura, desde las más ingenuas, pasando
por el dorado y arribar al otoño. Lo titulé “La edades de Clara-Eva”.
También adopto las mixturas con la literatura,
y de esa manera, en 2006 he hecho plaquetas, un tríptico que se llamó
“Biografía”, en sobres artesanales estampados entre hojas y flores del herbario
y tinta, difundiendo una prosa poética. Lo hice en adhesión al Segundo
Congreso de Poesía Latinoamericana, organizado por René Villar, en Mar del
Plata.
5 — Participaste, cuatro años después, en el XIV Encuentro Internacional
de Poetas en la ciudad de Zamora, Michoacán, México.
SR — Una experiencia
brillante e inesperada. Viajé junto al poeta Gustavo Tisocco. Nunca había
participado fuera del país y me sorprendió la camaradería que se produce entre
los poetas en esa convivencia, no sólo literaria sino que surgieron espontáneas
coincidencias, expectativas. El nivel de los poetas latinoamericanos, en esa
oportunidad, fue muy elevada. Conocer parte de México, maravilloso. El color y
la historia penetran en el ánimo, pude escribir. Se impusieron otros parámetros
y modalidades, el humor y las canciones. En un marco distendido, la disposición
de Roberto Reséndiz Carmona, el organizador del
evento, fue ideal. En los días en que me alojé en el Distrito Federal,
vino a visitarme la poeta Carmen Amato, con quien nos conocimos en Mar del
Plata con motivo del Primer Encuentro Latinoamericano de Poesía. Ella me llevó
a conocer Cuernavaca, y fue así que paseamos por el Jardín Borda. Le dije: “Acá voy a presentar el libro sobre Manuel Puig”, y en
efecto, allí en 2011 presenté “Laberinto de ficciones”. Por
cierto, lo más significativo es que aún se conservan algunas admiraciones y
amistades. Eso es impagable.
6 — En co-autoría con Maira Máscolo, en 2010, se difundió
“Interiores”, narrativa en CD. ¿Prevén editarlo en soporte papel? ¿A qué interiores
aluden?
SR — El CD está
conformado por dos partes. La primera se llama “Interiores” y consta de cuatro
cuentos y un tango de Maira Máscolo, con prólogo mío. Y esos interiores aluden
a lo más turbio de la personalidad. Mi sección, titulada “El pentágono de
Bajtín”, son cinco cuentos unidos por la teoría crítica del lenguaje, el
planteamiento de Mijaíl Bajtín [1895-1975]: "Hablamos con nuestra ideología
(nuestra colección de lenguajes, de palabras cargadas con valores)”. Son ficciones
concebidas con delectación, desde ese dicho: somos lo que leemos.
No hay proyecto para llevarlo al papel, quedó todo ahí, surgió espontáneamente
y el trabajo dual fue más que satisfactorio, pero ya está.
7 — Eduardo D’Anna es el autor —estudio y prólogo— de “Capital de
nada. Una historia literaria de Rosario (1801-2000)” (Editorial Identydad,
316 páginas, 2007), en el que has sido incluida.
SR — Para mí fue una
sorpresa recibir la invitación para la presentación de este volumen que
trasunta una investigación concienzuda, comprometida, respecto a publicaciones
de mi ciudad. Transcribo de la contratapa: “Más de 500 nombres y referencias
a más de 2000 obras literarias constituyen el contenido de este libro, de
consulta indispensable para cualquier interesado en la cultura de Rosario”.
8 — Otra propuesta se materializó en otro volumen, en 2008, y de ella
sos la compiladora y prologuista: “Hybris”, poesía póstuma de René
Villar (1964-2008).
SR — En 2004, cuando
viajé a Mar del Plata para participar en la Marathónica, cuyo lema
era “Cuando cese la noche”, línea de César Vallejo, conocí a René Villar e
inmediatamente nos unimos como pareja. Me interesó de una manera recóndita su
concepción poética: su elaboración para ser dicho el poema, su plasmación para
la lectura individual. Su muerte fue rápida, enigmática y radical en mi vida.
Generador de tantos espacios artísticos, y que tenía editado un sólo poemario:
“El canto de la mujerosa”, que prologué con un texto denominado “Funámbulo
de la palabra”. Teníamos como proyecto armar una editorial —“Del pasaje”—, y
estaba en edición mi nouvelle “Polifonía”. El impacto de su ausencia me
hizo olvidar todo, llegó el libro y dejé que quede así, sin presentación.
Entonces una fortaleza mágica, quizás, me
llevó a empeñarme en buscar sus plaquetas. En Rosario él había ofrecido un
recital llamado “Hybris”, con exposición de poemas objetos escritos, y trabajos
con pinturas y collages realizados por él en tan sólo un mes. Armé un volumen y
lo titulé como a su presentación, lo prologué. Ahora, han pasado siete años y
puedo hablar de esto. El tiempo cercano a su muerte fue impregnado por la
dolencia (que siempre resulta impotente y creemos infinita) y no tuve la fuerza
de espíritu para asumirlo de inmediato. “Hybris” está agotado; ya ronda
la idea de la segunda edición ampliada. Hay algunos amigos que tienen otras
plaquetas de las que él colocaba en cada mesa de los ámbitos públicos de
lectura y estoy efectuando una nueva recopilación. Este año pude publicar “Hacer
el olvido”, un largo lamento a su ausencia. La Fundación de Poetas
continúa con sede en la bonaerense ciudad de Mar de Ajó, y todos los noviembres
se realiza una Marathónica. También mantuve la revista virtual de Villar, “La Anémona Vidente”,
durante dos años, desde el 2008. Y esta labor me pareció determinar un
territorio entre Villar y yo.
Como una cierta vuelta al inicio de lo que voy trasmitiendo, me
agradaría compartir un breve texto de Marguerite Yourcenar, que incorporé en la
contratapa de “Las palabras no pronunciadas”: “He soñado mis sueños;
no pretendo que sean más que sueños. Me guardé muy bien de hacer de la verdad
un ídolo, prefiriendo dejarle su nombre más humilde de exactitud. Mis triunfos
y mis riesgos no son los que se cree; existen glorias distintas de la gloria y
hogueras distintas de la hoguera. He llegado casi a desconfiar de las palabras.
Moriré un poco menos necio de lo que nací”.
9 — ¿Hay por allí algún libro que preveas editar?
SR — No lo hay. En
realidad, nunca preparo un libro y espero. Viene la oportunidad y extraigo de
la computadora lo que ya está corregido. Tengo pendiente un volumen de cuentos
desde 1993, con varios intentos fallidos. Estoy elaborando una ponencia sobre
“La carta como recurso de estilo”. Y se está extendiendo porque en mis lecturas
va apareciendo cada vez más bibliografía para aportar. Lo aplico en el Taller
con mis alumnos —cuyas edades van desde los quince a los sesenta años— y escucho
sus opiniones y observaciones.
10 — Has ido mencionando a un poeta —y también galerista— santafesino al
que has tratado, imagino, bastante: Armando Raúl Santillán (1929-2013).
¿Quisieras ofrecernos una semblanza de él y de su poética?
SR — Sí, ha sido una amistad de cuatro décadas,
alimentada lentamente. Armando fue una persona muy importante en la cultura de
la ciudad, por sus conocimientos, sus contactos, su gusto. Estaba en todo
evento, no sólo de literatura y pintura. Hemos compartidos lecturas, películas,
música y también domingos en casa de Clara Rebotaro. A su galería se acercaban
toda índole de artistas: Marco Denevi y Ernesto Sábato, entre los narradores
más reconocidos; Pedro Giacaglia y los plásticos y escritores de Rosario.
Esencialmente era un difusor y un compañero para la conversación y el
intercambio de opiniones.
De su poética puedo acercarme con sus propias palabras, los últimos
versos de “Poema con perfil nunca elaborado”: “Ahora marcho a decir por esta
aurora, / no me arranquen el temor / de lo vivido, no me duelan la injusticia /
de lo amado. / Que llovizne / sembrando con mis manos / los secos brotes de
malvones, / sobre la casa triste, / que nunca pudo superar / mi infancia.”
Así lo evoco. Y lo extraño.
11 — ¿Qué alternativas muestra u ofrece tu “Alternativas”?...
SR — Es una novela
breve cuyo tema fundamental es la crisis de los cincuenta años en dos hombres.
El título juega con la polisemia que depara el vocablo, ya que se refiere a las
posibilidades de seguir o quebrar caminos. Uno de los personajes pasa de ser un
psicólogo ortodoxo a implementar medicinas “alternativas”. Y entre otras
ramificaciones, la nostalgia de los años juveniles.
12 — ¿Artistas plásticos, cineastas, narradores?
SR — Siempre estoy
cercana a las artes plásticas, recorro museos, estudio un poco; pero
fundamentalmente es como una herramienta en mis clases de escritura. Hay
cuadros que cuentan historias, otros que derraman pinceladas de sentidos. La
imagen es un motivador desmesurado. Para nombrar alguno, más allá de los
clásicos, ahora estoy trabajando con cuadros de Edward Hopper. Fijate, Rolando,
que “casualmente” una de sus pinturas inspiró la casa de “Psicosis”. ¿Ves?, esa
película de Alfred Hitchcock la he visto innumerables veces. (De chica me había
enamorado de los cuadros de Utrillo y creo que de él también. Fue la primera
biografía que leí.) He tomado pequeños cursos de cine, nada más que para
aprender, y tengo un listado variopinto de films que me atraen: cito uno: “Los
sueños” de Akira Kurosawa. También elijo las películas por las actuaciones:
Daniel Day-Lewis me parece el más maleable de los actores. Me entusiasma lo que
hace Rebecca Miller (esposa de Day-Lewis e hija de Arthur Miller y la fotógrafa
Inge Morath), guionista y directora de cine, actriz, pintora y novelista.
Fui formada en literatura latinoamericana y mis trabajos finales en cada
carrera han sido sobre Juan Rulfo y luego Juan Carlos Onetti (quien me enseñó
el uso de la adjetivación comprometida con el texto). Pero más allá de
Faulkner, Henry James, Milán Kundera, Yourcenar, Roberto Bolaño, Yasunari
Kawabata, que están dentro de mi categoría de relecturas, los últimos
descubrimientos fueron, apenas por nombrar a algunos, Irène Nemirovsky, J. M.
Coetzee, Alessandro Baricco, Sándor Márai, Doris Lessing.
13 — En 2005 dictaste un seminario, “Imposturas de las tramas”, sobre la
obra de la gran Silvina Ocampo (1903-1993) en el Centro Cultural “Villa
Victoria Ocampo” de la ciudad de Mar del Plata. ¿Cuál fue tu enfoque, los ejes
principales?
SR — El grupo estaba integrado por escritoras. Participaban la
poeta de México que ya nombré, Carmen Amato, y Leticia Ruíz, de Puerto Rico.
Para ellas, Silvina —de quien sólo me aboqué a su obra narrativa— era una
novedad reveladora, y terminado el curso fueron a las librerías a buscarla. La
idea de elaborar un trayecto con respecto a la extensa y heterogénea producción
de Silvina Ocampo, surgió de la necesidad de articular los conocimientos que se
podían transmitir, ya que la autora innovó desde el ámbito semántico tanto como
desde la estructura formalista. Si algo justifica su vigencia es la perdurable
gravitación que poseen para la imaginación infantil las voces que cuentan los
cuentos. Esto acerca al relato con sus raíces populares para encontrar una
sintaxis más próxima a la del sueño y del recuerdo que a la linealidad del
discurso comunicativo.
Me basé en el artículo “Tesis sobre el cuento” de Ricardo Piglia: Primera
Tesis: Un cuento siempre cuenta dos historias. “El cuento clásico
narra en primer plano la historia 1 y
construye en secreto la 2.”
Segunda Tesis: “La historia secreta es la clave de la forma del
cuento y de sus variantes.” El eje fue desprendiendo otras ramificaciones,
como la inclusión de lo kitsch, la evolución y desdoblamiento de los narradores
en el mismo texto, el corte social, la perversión en la infancia. Nos
valimos, además, del ensayo “Sobre los recuerdos encubridores” de Sigmund
Freud. Los textos analizados de la Ocampo fueron: “Cielo de claraboyas”, “El
impostor” y “Las fotografías”. Y concluyo esta respuesta con una frase de
Silvina que me impacta: “No queremos a las personas por lo que son, sino por
lo que nos obligan a ser.”
14 — Fritz Perls, entiendo, es el autor de la oración de la Gestalt: “Yo hago lo
mío y tú haces lo tuyo./ No estoy en este mundo para llenar tus expectativas./
Y tú no estás en este mundo para llenar las mías./ Tú eres tú y yo soy yo./ Y
si por casualidad nos encontramos es hermoso./ Si no, no puede remediarse.”
¿Comentarios... o, acaso, una “oración” de tu autoría?
SR — Como expresé en
renglones anteriores, mi acercamiento al pensamiento de Mijaíl Bajtín me hace
comprender que somos una cadena de voces, nada es tan personal. No puedo
adjudicarme ningún pensamiento propio, lo que es propio es el modo en que la
experiencia nos lleva a producir.
15 — ¿Cómo afecta tu obra el mundo de los sueños? ¿Tomás prestado o
trasponés el contenido de tus sueños o ensoñaciones a la literatura?
SR — El mundo de los
sueños es el germen de la mayoría de los cuentos y prosas poéticas, es algo tan
inconsciente que el mecanismo se me escapa, pero no lo sabría traspasar sin
filtrarlo por la literaturidad que da la escritura. Lo más
atrayente es la función estética que indulgentemente aporta. El estallido
inimaginable de sinestésicas emociones.
16 — ¿Te sentís vinculada a la estética de una generación o grupo
literario?
SR — Realmente no;
quizás otros al leerme encuentren afinidades porque los autores tenemos la
posibilidad de cambiar permanentemente; los grandes que han marcado camino nos
han legado un estilo, una ruta necesaria para la formación en nuestra condición
de lectores. En un comienzo atino a entrever una adhesión a la poética
setentista con el verso libre y una protesta camuflada en mi caso, pero luego
vinieron otros descubrimientos y en la actualidad me apoyo en mis textos para partir
de allí y alumbrar otras voces.
17 — ¿Cómo juzgar la autenticidad de un poema? ¿Cómo juzgar la validez
de un poema?
SR — Entiendo que el
arte poético tiene alguna normativa, especialmente en el ritmo y la estructura.
Hay poemas que son buenos y a veces no logran conmoverme, porque les falta la
pulsión, el desprendimiento del autor. El dejar todo allí. Al trabajo, al
oficio hay que sumarle el misterio. Y a la manifestación volcada
desmesuradamente hay que atraparla con la estructura que corresponde a cada
argumento.
*
Susana Rozas selecciona poemas
de su autoría para acompañar esta entrevista:
De la serie inédita “Enramadas”
I
Vuelvo en un despojado espejismo
con tu linaje de silencio
con la confesión del paraíso y el ciprés
—los árboles pregoneros de infancias—.
Así
sentada
en la umbría viudez de las esperas
sé que
estás viva
en
el rostro somnoliento
de
mis devotos insomnios.
…………………………..
Como un campanario del cementerio
evocado en otros campos.
*
II
Trajo el vientre en el poema
sin voz ni sangre desperdiciada,
indiferente a Dios,
advirtiendo en un crepúsculo
una obra
una oración
una perenne orfandad
sin arrojo
para develar secretos
quirománticos futuros;
después
nosotras los concebimos.
*
III
Una entelequia era quedarte
por eso elegiste la muerte
sólo una metáfora abierta
en el vientre,
en la herencia zodiacal
de nuestras mujeres.
Te busqué,
sin elevar la voz
sabiendo que tu olor
de misteriosa desolación
y tiempo esclavizado
me encontraría
descubriéndote en la música
que volabas cada mañana.
e ingenuamente
te sobrevivió.
*
IV
Juntábamos hojas
para guardar en los libros
en ese otoño indestructible
de sus manos
—venas del color de
mi ropa de estudiante—;
voz apagada de ramas
de tierra y lenguaje parco.
………….
Ella tenía su propia Pascua
como una vestal de fuego
consagrada a la continuidad
de estas sacerdotisas
que multiplicamos ramas.
………………………..
Juntábamos hojas
diametrales en el piso
para indicar el otoño perdurable,
en que nos cubríamos
de adolescencia y senectud.
*
V
La abuela
dormía cubierta entre las gasas negras
de sus faldas;
las mías, de colores
prorrogaban entre las almohadas y los pañuelos
que
cabalísticamente o por costumbre,
permanecían allí.
Pañuelos cerca de las manos
debajo de las almohadas
para que las urgencias del sueño
nos encontraran provistas de armas
de tela batista, bordadas, empuntilladas.
Y nuestras espaldas
beligerantemente impasibles
se miraban
desde el territorio
propio y finito
de cada
cama, cada suspiro y un sino
bailoteando en los mosaicos encerados.
*
VI
Una suerte de chubasco
atormentado y quieto
como un arco iris del siglo pasado.
La clave que rememora
Tu llegada
Igual a una estación derrumbada
de cronología.
Sólo lo revive
la impasible zona de silencios con música
esparcida
en la alfombra
al amparo
detrás de la puerta / siempre allí
inmaterial y constante.
*
VII
Ella está en el cuarto aséptico
desmemoriado de blancura
destejiendo el crochet
que improvisa
con la mirada en la hospitalaria hiedra
construyendo una variedad turbia
desde donde nos abandona
en una cronología apócrifa.
…..
Ella está entramando
la historia oscilante
donde nos transforma en abalorios
en hilos y olvidos.
….
Ella teje otra forma
para apartarnos doloridos o inocentes.
Nos excluimos
acariciando sus manos
que pierden músicas, letanías,
dejándonos el aroma como una maldita
y certera brújula que nos indica
dónde quedará,
habitante de la
misma piel.
Acariciamos sus manos
que van deshilando
nuestros años; viaje inmemorial donde nos
perdemos:
esa piel que nos quema al tacto
la misma que nos dio la bienvenida;
esa piel que forma parte de la nuestra…
despedida queda, mansa con la imposibilidad de
rescatarla, ya de arena,
de humo, de agua.
*
Entrevista realizada a través
del correo electrónico: en las Ciudades de Rosario y Buenos Aires, distantes
entre sí unos 300
kilómetros, octubre de 2015.
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