E L A
D O N I S
Aquel día, como de costumbre, Juana se encontraba efectuando el aseo en la
mansión del Senador José Menares. Muy feliz se hallaba la mujer, con su plumero
en mano sacudiendo entusiasmada, escuchando como de costumbre, la música
de su preferencia: Cumbias, salsas y a veces algún bolero que le recordaba algo
de su pasado amoroso.
Ese
lunes, como nunca, se encontraba radiante de contenta porque ese día “cantaría
Gardel”. Era su día de pago, y apenas podía contener sus piernas, porque la
música era demasiado rítmica y la impulsaba a moverse entera. Parecía tener
electricidad en su esqueleto.
Lo que estaba sucediendo le hacía
pensar también en la cita del próximo domingo, en que con toda seguridad, lo
pasaría muy bien con Genaro, “su novio con ventaja”. Con toda seguridad
se luciría bailando.
Todo marchaba muy bien, quizás
demasiado bien, porque de repente y casi sin advertirlo, con el plumero
pasó a llevar un Adonis de porcelana, de unos cincuenta centímetros de alto,
propiedad de su patrona.
La figura cayó al piso, y pese a estar
alfombrado, igual quedó repartido en varias partes, provocando la angustia de
la nana. Repentinamente, se le quitaron las ganas de seguir bailando. Su
estado de ánimo, al igual que El Adonis, se fue al suelo.
Este adorno, era ni
más ni menos que, una especie de fetiche que tenía su patrona, y según se
sabía, esta señora efectuaba conjuros para que siempre le fuera bien. De tal
suerte que la relación del Adonis, con la esposa del senador era muy
íntima, prácticamente era parte de su vida.
Desesperada, Juana dejo todo a un lado,
y se dio a la tarea de buscar una solución a este grave problema que se le
venía encima. Aquel día, por más que buscó en el comercio algún Adonis, no
encontró ninguno parecido al de su patrona. No cabía duda alguna, que
esta figura era exclusiva y talvez importada.
Entonces, muy rápido acudió a una tienda para comprar el mejor pegamento, con
el fin de reparar esta pieza de porcelana.
Felizmente Juana poseía muy
buen pulso como para realizar un buen trabajo de restauración. Con mucha
paciencia, después de toda una mañana dedicada a esa tarea, por fin,
satisfecha, la declaró terminada.
Todo marchaba muy bien por ese día,
hasta que al siguiente, su patrona puso “el grito en el cielo” y como
era su costumbre, enojadísima, le mostró el Adonis a Juana, increpándola:
-Mira, mujer tonta lo que haz hecho con
mi Adonis, ¿qué voy hacer ahora?
Juana,
que ya estaba acostumbrada a este trato, muy tranquila la miró, y con mucho
mesura le contestó:
- El Adonis está igual como siempre, pooh.
-¿Cómo qué igual, míralo bien de
cintura para abajo, estas ciega?
La empleada siguió con su porfía. La
patrona no aguantó más y mostrándole las partes púdicas donde ella noto la
diferencia.
-Señora, reconozco que sí, se
me cayó, y a lo mejor lo pegué al revés, según lo que recuerdo de los
caballeros que han sido mis novios.
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