Cambiame
la música
Hagamos un breve
repaso de la actualidad política argentina. El cambio que se experimentó no fue
sólo un viraje de orientación ideológica, representó además una clausura, un
final de etapa de uno de los rallies más accidentados que vivió la
escena política local. Con el “Frente para la Victoria” en el poder,
los competidores de la oposición se aunaron desde distintas vertientes
partidarias y durante el rally, ya en tiempos electorales, sortearon
todo tipo de retos, desde tormentas de calumnias hasta ciénagas judiciales,
desde chicanas dialécticas hasta debates empantanados en la persuasión y en la
mentira.
Pero no la
compararé con el mundo de la competición automotriz sino con la música, a esta
carrera política que terminó en el embudo electoral del ballotage. Con
Mauricio Macri como ganador se presume que nuestro “oído político” fue
mejorando y esto nos ayudará a entender cómo pasamos de escuchar una música
dogmática, a una más auspiciosa y “políticamente secularizada”. La primera la
emparentaremos con la música religiosa medieval. La segunda, con la
renacentista. Como se ve, trato de identificar esto con un cambio sustancial y
prometedor aunque por ahora es sólo aparente. Algunos creen que empeoramos con
los últimos tarifazos, las causas judiciales de los Macri y los despidos
masivos. Pero seamos cautos y pacientes. En política, tanto construir como
destruir no se da en un abrir y cerrar de ojos.
El gobierno de
Néstor Kirchner tenía el desafío de acomodar las cuentas y de devolver a la
sociedad el orden que se había perdido en la debacle del 2001. Pero fue el de
su mujer Cristina, uno de los más oscuros de los que se recuerdan en
democracia, con una Constitución pisoteada y con resonantes casos de corrupción
que hasta involucró al Vicepresidente de la Nación. Con el
kirchnerismo y la música del Medioevo como tópicos, comenzaré esta analogía.
Veamos qué pasa.
Para fines de la Edad Antigua, el
imperio romano sufría disputas religiosas entre cristianos y paganos que
complicaban la paz. El Emperador Teodosio I decreta el Cristianismo como
religión oficial de todo el Imperio Bizantino y con ello logra recomponer la
estabilidad. Parecía una medida pacificadora y equilibrada, pero como el poder
marea a cualquier vicioso no tardó en aparecer un grupo de manipuladores que
pergeñó un aparato de represión ideológica que abrió las puertas de lo que se
conoció como el oscurantismo medieval.
Durante este
período, predominaba la música cristiana y la Iglesia se consolidaba como
la institución hegemónica de Occidente que imponía una cosmovisión teocéntrica
en todos los órdenes. El Papa Gregorio “El Magno” - hombre muy adepto a la
música - estableció en el Siglo VII un sistema de cánticos con el objeto de
“aceitar el vínculo entre el hombre y Dios más allá de la liturgia y de la
oración”. Fue así que nacieron los cantos gregorianos en honor a su
pontificio. Estos cánticos eran monódicos en un comienzo - es decir, de
una sola melodía - y los monjes instruidos en composición respetaban con rigor
este diseño.
Si lo
trasladamos al gobierno de Néstor Kirchner, vemos que la arena política se
llenaba de esta música bienaventurada que sus fieles entonaban con vanidad
redentora. A este personaje, además, se lo vitoreaba con gran devoción, con una
insoportable devoción personalista. Así la música política de nuestro país se
volvió doctrinal y monódica, una melodía única - o bien, un relato único -
entonaba el kirchnerismo para supuestamente “salvar al país”. Esto es bien
propio de los populistas: la masa cantando una única melodía tan hipnótica como
mesiánica.
Pero allí no
terminaba el sopor: recuerden que los cantos se utilizaban como una forma de
alabar a Dios. Bien. Los acólitos kirchneristas – que les encanta que los
llamen “militantes” – expresaban su adhesión incondicional con cánticos
“anti-corpos”, o “anti-imperialistas”, de esos que se aprenden en los patios de
la Facultad. Los
recuerdo entonando al unísono la tediosa marcha que grabó Hugo Del Carril
acompañada de un relato patriotero - y monódico - que pretendía salvarnos del
capitalismo. Con la marcha ya era mucho. Encima se sumaba el relato. Un bodrio.
Néstor, dentro
de lo corrupto que fue, puso algunas cosas en orden y no hubo atropellos
considerables durante su gestión. Ya en la era Cristina, la cosa cambia. Un
bacanal de corruptelas y fechorías fue parte activa del folclore kirchnerista -
o “cristinista” - con un Estado viciado por un sistema prebendario y con la
dudosa muerte de un fiscal que tuvo todos los ribetes de un crimen mafioso. Fue
una gestión que se autodefinió de “modelo” y que no fue más que la continuidad
de una receta populista diseminada por América Latina.
Volviendo a la
música cristiana medieval, diré que en ella se experimentan cambios a partir de
los Siglos XI y XII. Así llegamos a la etapa polifónica, es decir,
compuesta por varias melodías. La música religiosa continuaba vocal, la textura
del entramado contrapuntístico se enriquecía, se sumaba la voz femenina a la
formación coral y… ¡Eureka! ¡Una mujer gobernaba este país, el coro estaba
completo! ¡Teníamos una perfecta polifonía donde “todos y todas” podían cantar!
Era el reino de la “inclusión” - falaz, por cierto - donde incluir era sinónimo
de “amontonar”.
Nuestra música
política seguía tan dogmática y la dama de hierro en cuestión ganaba adeptos no
por simpática, sino por temeraria. A Cristina le tenían miedo, no había dudas.
Su slogan “Vamos por todo” era un claro slogan expansionista que implicaba
arrasar con todo lo que se interpusiera – válido hasta para fiscales que la
investigaban - y tomar el poder completo. Fue así que se formó un coro
populista que le cantaba al dios del dinero, a ese dios que todo lo puede y que
todo lo corrompe. En la era Cristina, el kirchnerismo se había convertido para
sus seguidores en una religión y su música más doctrinal que nunca.
Era el tiempo de
las interminables cadenas nacionales. Cristina Kirchner parecía tener una
atracción irresistible por ellas. La inauguración de algo o cualquier elefante
blanco ya era motivo para un anuncio en cadena. Seguían los bodrios. Algún
opositor habrá estado a punto de colapsar en aquel tiempo, se los aseguro.
Cuando la
periodista española Pilar Rahola le preguntó al ex presidente de Uruguay
Sanguinetti hacia dónde iba la
Argentina durante el mandato de los Kirchner, él respondió: "Querida…Argentina
no va hacia ninguna parte". La cáustica respuesta del político dejaba
entrever un doble fondo anunciado, como un destino escrito en un bajorrelieve.
Para él estaba claro que si el kirchnerismo continuaba, Argentina iba hacia el
cadalso. Un país que repite la fórmula de una dirigencia liderada por mafias y
feudos provinciales no tiene un futuro prometedor. Un coro de múltiples voces
se escuchaba, pero sin matices. Claro que en tal polifonía no se aceptaban
voces que no armonizaran con su ideología. Cuanto pensador o periodista que
expresara una voz ideológica distinta era separado o denostado.
Las políticas
populistas se caracterizaron siempre por concentrar grupos de poder con el sólo
objeto de saquear. Sería extenso analizar los detalles de estas políticas, pero
no hay que perder de vista ese único objetivo que tienen, el de asaltar el
poder para expoliar indefinidamente. En ese teatro de operaciones se halló la Argentina con todos los
gobiernos peronistas, y en especial con el kirchnerista. ¿Y qué pasaba con su
“música”? Seguía doctrinal y firme, claro, lo fue siempre con el peronismo,
sólo que en los últimos años el relato y la famosa marcha se hicieron más
verticalistas que nunca.
Los ideólogos
populistas nunca priorizaron la formación moral e intelectual y allí está la
clave del poder manipulador hacia sus seguidores. Pero esto ha creado también
una injusta estigmatización del trabajador humilde cuando se lo asocia con lo
precario o una vida de miseria. No hay que confundir ser pobre con ser una
persona vacía de contenido. Aquel que tiene condición humilde no tiene porqué
estar exento de recibir un capital cultural. Lo elitista responde siempre a una
minoría, no es novedad, pero es inaceptable creer que un pobre no tenga acceso
a mejores opciones. En este sentido la voz paternal del líder populista hace su
ingreso cuando se dirige a la masa con encantadora demagogia: “vengan a mí,
yo los salvaré de aquellos que les niegan una vida digna, de una vida de
progreso y de bienestar” (claro, esta gente no admite que son ellos los que
les niegan la oportunidad a los pobres, manteniéndolos humildes, ahí bien
abajo, para que dependan siempre de alguien).
En cuanto a la
música, desde aquel “alpargatas por un libro” que empezó a rubricar
nuestra decadencia, el oído se embruteció y cualquier cantinela cuasi-tribal o
monotonía rítmica eran bienvenidos. Y hablo de la música real, no de la
metafórica que estoy empleando en la nota. La real. No es inopinado que la
cumbia villera y el reguetón hoy hayan capitalizado los espacios masivos de
audiencia. Pareciera que ser pobre – junto a su lado más oscuro, la
marginalidad – debiera llevar la marca indeleble de estas músicas. Basta con
subir a un transporte público del conurbano que ya te ponen ese ritmo letárgico
y monótono a manera de “pago de peaje”. El mensaje subyacente sería: “estás
en nuestros dominios, estás en territorio de pobres, somos mayoría y vas a
escuchar reguetón y cumbia aunque no te guste”. Lo popular y lo precario no
tienen porqué asociarse, pero sabemos que la precariedad avanzó en la música y
manchó al resto de las expresiones populares más esmeradas.
Aquella época
oscura que amenazaba perpetuarse, sin embargo, estaba por acabar. Aún con todo
el poder que gozaba, el kirchnerismo sucumbía y las malas candidaturas elegidas
por la misma Cristina fueron la clave de su fracaso. Otras formas de hacer
música emergían y marchaban en paralelo con la polifonía religiosa del
Medioevo. Era la música profana, que no le cantaba a Dios sino al amor y
a las gestas de batalla de héroes importantes. Los trovadores y los
juglares eran los encargados de llevar la música no religiosa por Europa y
éstos últimos - plebeyos, de condición más humilde - iban de pueblo en pueblo
narrando con música las novedades del momento. Alguien definió alguna vez a los
juglares como “los noticieros ambulantes” de la época. En nuestro país se oían
“otras noticias” musicales, que no le cantaban a ninguna figura omnipotente del
gobierno. Estas buenas nuevas no lograban imponerse aún. Faltaba tiempo, pero
se oían.
De a poco
empezaban a respirarse aires de cambio, se percibía en las calles, en las
encuestas. Otra propuesta “renacía”, otra música se oía a lo lejos, como una
banda que asoma y baja por un terraplén con un repertorio nuevo y refrescante.
Era un
“renacimiento” lo que se percibía. En los Siglos XV y XVI, se reivindicaban
todos los saberes ocultos y vituperados por la Iglesia durante el
Medioevo. La música no estaba exenta de este renacer y si bien la polifonía
religiosa continuó, emergían otras formas de hacer arte y con otro contenido.
Lo que proponía
“Cambiemos” liderado por Macri representaba un renacimiento, era una vuelta a
la valoración cultural, a dejar de lado ese folclore de la mediocridad y lo
chabacano que indebidamente encapsuló a las clases humildes. Pero además se
buscaba combatir la cultura de la inmediatez y reivindicar los valores
democráticos. La libertad de prensa – tan mancillada durante la era
kirchnerista – volvía a la luz de la mano de una política liberal: Libre
comercio, mejoramiento en el mercado de capitales, más inversiones, mejor
relación con nuestro principal sector que es el campo.
Con todos los
obstáculos que debió eludir, la actual gestión se perfiló hacia una política
diferente, una política con más apertura al diálogo entre sectores y libre de
mafias que capitalicen el control. Es un indicador de un mejor esqueleto
cultural entre sus filas. Mientras el kirchnerismo bajaba líneas con un discurso
cerrado, verticalista, una música religiosamente funcional al relato y en
sintonía con una escolástica medieval, “Cambiemos” apostó al consenso y al
diálogo, con una música más ecléctica y melodías libres de doctrinas. Vaya
diferencias.
Por supuesto que
varias de las medidas tomadas en estos seis meses pueden ser debatibles. El
gobierno de Macri tuvo desaciertos, pero la incuestionable vocación por
sanearlos indica también una mejor calidad de gestión. Queremos que Macri se
equivoque lo suficiente para que madure como estadista. Es un mandatario que se
reconoce falible, sabemos que su perfil político no incluye la propensión
tiránica ni la corrupción. Con una gobernabilidad plena, vendrán nuestros
beneficios por añadidura.
Muchos no
comulgarán con el nuevo gobierno, pero un cambio hacía falta. Doce años de una
política con tendencia hiperpresidencialista no es sana para una democracia.
Una nueva “música política” como alternancia de conducción se necesitaba, algo
nuevo que propusiera establecer un parámetro para detenerse y decir: “Bueno,
estamos parados aquí. ¿Qué tenemos? Sigamos con lo que funciona y mejoremos lo
que no funciona”.
Para diciembre
del 2015, muchos planteamos: ¡Cambiame la música política, quiero caras nuevas
para enriquecer mis oídos! Y así fue. Nuestro voto cambió el dial.
Excelente. Macri debe madurar como estadista y el pueblo tambien. Es necesato distinguir el error de la organizacion mafiosa que dejamos atras. Hay que comprender que nada bueno se construye en un corto tiempo. Restablecer un pais muy enfermo lleva considerable tiempo. A veces, mucho mas que una gestion. Ojala el cambio continue y se profundice. Espero que no se cumpla lo que dice Asis, "Argentina, pueblo de rapidas desilusiones".
ResponderEliminarExcelente! Los cambios serán lentos y comenzaron por los sectores más urgentes; eso provoca un interesante aumento de la imagen presidencial en los sectores marginales acompañado del lógico desencanto de las clases medias, ahogadas ya en tantos años en caida. Se siente frustada de que su candidato no les esté dando prioridad, sino exigiendo mayores sacrificios.
ResponderEliminarPero nos salva el hecho que cada tanto se nos acercan los cantos oscurantistas de una sola melodia, y al volver a escucharlos la gente recapacita en lo que hubiese sido sin el cambio; y canaliza sus reclamos por el buen sendero de pedir justicia.
Muchas gracias por los comentarios vertidos. Es un hecho que a Macri aún le falta experiencia política, pero creemos que esa carencia no le impide ser una buena bisagra para un cambio político que se necesitaba. Como hombre hábil en el mundo de los negocios, confiamos en su capacidad de poder satisfacer a todos los sectores sin que por ello pague mucho costo político, (que suele pasar con gobiernos que benefician a unos en detrimento de otros). Es un hombre que supo construir poder, y creemos que su gobernabilidad se sustentará sobre la base de la ecuanimidad. Ello terminará derribando el viejo mito de que Macri gobierna sólo para ricos.
ResponderEliminarY como bien decís Mirta, todo este proceso lleva su tiempo, es lento, incluso lo trascenderá a Macri. Es imprescindible que después de él no volvamos a caer en la trampa populista. La centralización de poder del peronismo/kirchnerismo era algo que sofocaba, esas "melodías oscurantistas" no le hacen bien a una democracia y menos aún con tanta corrupción destapada que avergüenza. Creemos que el cambio no debe significar desmantelar todo, significa instaurar una forma nueva de hacer política, con actores nuevos, sin la vocación de la perpetuidad pero respetando lo que está bien y corrigiendo lo que no funciona. La gobernadora Vidal dijo algo al respecto: "quiero cumplir mi mandato por 4 años en la Provincia de Bs As y listo, después que venga otro a mejorar lo que hicimos". Sobre la pluralidad se construye, no sobre el relato único. La "polifonía de voces" garantiza la buena conducción porque oxigena, construye sin sacar nada. Pero esa polifonía no tiene que ser un amontonamiento de ideas bajo un relato único, de lo contrario, caeremos de vuelta en una democracia ficticia, donde la multiplicidad de ideas se anula y se termina en persecuciones ideológicas y demás, como pasó en el kirchnerismo. Muchas gracias!