lunes, 25 de septiembre de 2017

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Septiembre de 2017



“Cosas del destino, nada más”


     La pequeña Adriana ha cumplido 18 años, la mayor de cinco hermanos. Su madre es temporera y el padre carpintero, en casa del patrón.
     El día domingo, que para algunos es descanso, para esta familia es de trabajo. El padre amasa, la madre prepara el pino, Adriana rellena las empanadas, los menores, acarrean la leña para el horno de barro. La faena se inicia a las cinco de la mañana. A las nueve treinta, Ramón, el padre, lleva en su canasta cincuenta empanadas para vender en la estación de ferrocarriles, a la llegada del tren proveniente de Santiago.
     Al medio día, está instalado a la salida de la misa donde asisten los feligreses a la catedral de San Felipe. En tanto, Miguel, de trece años, reparte las que han sido encargadas por el vecindario. A las catorce horas, Ramón, espera el tren que baja de los Andes con destino a Santiago. A las dieciséis, se reúne la familia para almorzar. Marina, la madre, cuenta el dinero. Cubre los gastos y la ganancia la guarda sobre el fogón de la cocina. – Para los estudios de los niños – asegura.
     Esta es una familia de esfuerzos, con lo poco que reúnen, ellos son felices. Hoy han vendido 307 empanadas.
     Esa noche, en el silencio de su dormitorio Ramón con su mujer: -Vieja, la “Pequeña Adriana” ha cumplido 18 años. Maneja la casa mientras trabajamos, atiende a los niños y estudia. Siempre ha dicho que le gustaría estudiar veterinaria. Nosotros no tuvimos oportunidad de hacerlo, pero con nuestro trabajo, hemos ido preparando a nuestros niños para que sean algo en la vida... Estoy contento con ellos, creo que tendremos que esforzarnos más para que la “pequeña” ingrese a la universidad. ¿Qué crees tú?...
     -Hemos trabajo duro, viejito. En estos últimos diez años hemos logrando reunir una buena cantidad de dinero, mi sueño es comprar una casita y dejar esta que nos provee el patrón. Pero pienso también en mis animalitos: las gallinas, la vaca, la yegua Clotilde que cada dos años nos da un potrillito, que luego vendemos. ¿Como dejarlos? Y la huerta, que nos provee de verduras y los árboles frutales, y ese sauce llorón, que crece junto al canal donde nos conocimos hace ya tantos años. La verdad, viejo, es que no quiero dejar este lugar. Así, que si crees que es mejor pagar la carrera de la “pequeña” ahí está el dinero…y abrazados duermen profundamente.
     A las 5 de las mañana canta el gallo, ese que duerme en el maitén junto a sus gallinas.     

     A las seis de la mañana el matrimonio se levanta, cada uno a su respectivo trabajo…
     Así quedó sellado el destino de la “Pequeña Adriana”. Cuando llegó el momento, ingresó a la universidad  a estudiar veterinaria, y cinco años después recibió su título. Volvió a San Felipe con 24 años, convertida en una joven: fina, alta, espigada, de ojos negros que contrastando con los tonos morenos de su piel. De fluida conversación y conocimiento en su especialidad, la hacen una profesional apetecida por los dueños de los fundos del área.
     Analiza varias proposiciones. Decidiendo finalmente quedar en el fundo “Los Cóndores”, propiedad del patrón de sus padres, don Edgardo Friday Moraga, cuyo único hijo había estudiado arquitectura, desligándose de la tradición familiar: la crianza de ganado “Hereford”, cuya carne se exportaba a Inglaterra.
     Previo estudio del área de pastoreo, “pequeña” presentó a su patrón un programa de explotación del rubro que aprobó de inmediato don Edgardo. - Renació el fundo con la llegada de “pequeña”-,  aseguraba a sus amigos, el señor Friday.
     Trajo desde Estados Unidos semen, de primerísima calidad, para inseminación de las vacas madres. Hizo construir silos, tipo canadiense, para el forraje invernal. Los campos se dividieron para la pastada temporal. Hizo construir galpones especiales para guarecer en días de lluvia a las bestias. Clasificó con marcas crotales, a cada ternero recién nacido por inseminación artificial, para estudiar el cruzamiento con los genes importados.
     Como política de planificación, “pequeña” fijó, previo estudio de mercado, que los animales debían ser procesados al llegar a los 400 kilos de peso. Dispuso la construcción de dos frigoríficos para almacenar 100 toneladas de carne. En 10 años el fundo “Los Cóndores” se convirtió en el mayor productor de la región.
     Sus hermanos crecieron, trabajando en el campo dirigidos por su hermana. Sus padres, orgullosos, construyeron la casa que tanto añoraban en el mismo sitio que habitaron, desde siempre.
     Un día de primavera, luego de 20 años de ausencia, se presentó en la casa, el hijo del patrón. Viendo como había progresado el fundo en manos de “pequeña”, pidió a su padre le traspasara la administración de la empresa. No le había ido bien en su especialidad, por lo que decidió reemplazar a su padre. Don Edgardo, resentido por la ausencia y desidia de su hijo, decidió vender la empresa.
     Sin embargo, ello no fue necesario. Una tarde mientras galopaba por los faldeos precordilleranos, el caballo que montaba el hijo del patrón, tropezó desbarrancándose en el “Paso del Zorro”.
     Tres días después, luego de una exhaustiva búsqueda fue encontrado. Las aves de rapiña habían dejado en su rostro crueles daños. El caballo presentaba destrozos en sus patas y su cuerpo estaba totalmente despedazado. Luego del funeral, don Edgardo cayó en una profunda depresión que le obligó a internarse en un establecimiento de salud para su recuperación. “Pequeña Adriana” tomó control absoluto del Holding por mandato exclusivo de don Edgardo. Ella inició nuevas obras: embalsó las aguas del estero “Colorado”, asegurando el suministro de este vital elemento durante todo el año. Hizo sembrar avena del ártico, maíz de Canadá, por ser estos productos de alto rendimiento. Creó un laboratorio de análisis de semillas, para control de calidad de las mismas, el predio de 50.000 hectáreas fue regado por sectores mediante aspersión aérea.
     Ocho meses después regresó don Edgardo totalmente recuperado. Pequeña lo espera en la puerta de la administración para informarle a cerca de los últimos adelantos y hacer entrega de la administración.
     Al finalizar el verano de 1965, él, con 63 años de edad y ella con 38, acompañados por Gaspar el capataz, recorren la represa que ha sido terminada. Queda asombrado de la fuerza creadora de “pequeña”, reconoce la férrea voluntad de su empleada y su absoluta honradez en la administración del fundo. Detiene su cabalgadura, justamente bajo el “sauce llorón” en que sus padres se conocieron hace 50 años. Le dice: “Pequeña”, no tengo familia a quien heredar mis bienes. Mi único hijo ha fallecido, el apellido Friday se pierde luego de cuatro generaciones. Siendo usted mi última esperanza le ofrezco matrimonio…
     Ella responde - Edgardo, me has permitido realizar todo lo que he ansiado en la vida. Te he amado desde siempre. Acepto tu oferta…
     De este matrimonio nació el quinto Edgardo Friday y dos hijos más.

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