lunes, 25 de septiembre de 2017

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Septiembre de2017



EL PERNIL

                A media mañana golpeaban insistentemente mi puerta de calle, asomé la nariz por la ventana y vi a uno de mis vecinos haciéndome señas para que yo lo recibiera. No con mucho agrado lo hice, pues era mi hora de  aseo doméstico.
            Un hombre de unos treinta años, macilento y con la mirada incierta del que recién está saliendo de la resaca alcohólica, me miraba con cara de humilde petición.
            -Patroncita,  cómpreme por favor esta ollita para echarle algo a la única que nos queda-. Junto con decirlo me la enseña. Pienso que con una buena limpieza la oferta hasta sería tentadora.
            -Vecinita, usted sabe que vivimos al lado y que estamos sin pega. Con lo difícil que es ganar dinero. Nadie nos da para comer, por eso salimos a vender lo que sea, y esta ollita llegó de regalo. ! Por favor, cómpremela, mi dama!
            Lo miré con cara de circunstancias y no pude evitar sonreír.
            -Vecino, se lo agradezco,  pero de ollas tengo suficiente y lo más grave del asunto es que yo también estoy sin plata, estamos a mediados de mes y me queda lo justo para movilizarme al trabajo.
            - Bueno, patrona, qué le vamos a hacer. Agacha la cabeza, y con mansedumbre perruna se dirige hacia la puerta siguiente.
            En ese entonces, vivía en un barrio del viejo Valparaíso, en el cerro Barón, y mi calle podría haber sido, Vega, Tocornal, Blanco Viel, Obrien o cualquiera otra, puesto que todas tienen el mismo carisma. Casas de uno a dos pisos, forradas en latón acanalado que el paso del tiempo se deja advertir a simple vista su deterioro; no obstante, muchas de ellas lucen relucientes con la última mano de pintura dieciochera, pero por dentro, su vejez es manifiesta.
            Doña Eufrasia, mi vecina, era a ojo de buen cubero una mujer anciana, pero al parecer sus ardores de hembra no habían disminuido junto con la aparición de las arrugas. Es más, el Alexis, con sus muchos años menos, como para ser su hijo, se había transformado en el macho de su cama; detalle conocido en el barrio, puesto que se lo gritaban sin grandes tapujos sus otros  visitantes habituales.
             Su casa era centro de reunión nocturna de un grupo de alcohólicos de diferentes edades, cuyas familias vivían en el entorno. Se trataba de hombres sin oficio ni interés por hacerle frente a la vida. En su reunión nocturna brindaban  por lo que fuera y con lo que tuvieran.
            Su comida iba de acuerdo a lo recolectado durante el día y entre brindis y brindis, iban desmigajando rencores y rencillas anteriores. De tal manera que su belicosidad, a veces, se convertía en una suerte de peligro público para sus vecinos.
            Unos días después de lo de la ollita, volví a encontrar al Alexis frente a mi puerta y no pude evitar lanzar una carcajada.
            -Oiga vecino, ¿ Qué hace usted con esa taza de” water “?
            -Patroncita, se la voy a vender bien baratita, por si usted o algún pariente la necesita.
            -Vecino. ¿Pero esa es la de su casa?
            -No, mi dama, me la regalaron y como estamos sin dinero, vendemos todo lo que nos llega para echarle algo al “buche”. Usted sabe que es terrible estar cesante.
            Ante mi negativa, humildemente se alejó portando su usado sanitario.
            A pesar de lo gracioso que me pareció esta inusual oferta,  fui  donde la vecina que hacía las cobranzas para los dueños de la propiedad y le conté sobre el artefacto  
-Ay, estimada señora, don Ramberto está desesperado con estos arrendatarios. No sabe cómo echar a estos borrachos de su propiedad, empezando por doña Eufrasia. Y lo malo es que la renta la paga religiosamente. Ella es viuda de un uniformado y apenas recibe su pensión cancela altiro. No podría asegurarlo,  pero temo que hayan  vendido casi todos los artefactos para embriagarse, noche a noche. Seguramente el “sanitario” era lo último que les quedaba.
-Le escuché al Horacio, el carnicero, que le habían encargado un pernil para esta tarde, posiblemente van a festejar con lo que saquen de la venta.
            -Pero, doña Cora, aunque le paguen bien el arriendo, estamos peligrando todos de quedar sin casa. Por favor, háblele de ello a don Ramberto.                              
            -Por supuesto que se lo diré apenas lo vea. Todos los que vivimos en la manzana estamos muy preocupados, esta gente es peligrosa para el vecindario. Un día van quemar la casa y vamos quedar con lo puesto.
            Volví a mi casa con una espina doliente en mi mente, puesto que ya una vez perdí mi hogar en un incendio y sabía lo que es quedar en la calle.
            Como a eso de la medianoche sentí voces y gritos que me alertaron bruscamente. Rápido salté de la cama, me calcé como pude un vestido corto encima de mi camisón largo y unas pantuflas que pedían  a gritos jubilación.
Desde mi ventana vi al Alexis caído en la calle y su cara toda manchada de sangre. Como mi trabajo tiene que ver con la salud, sin pensarlo dos veces salí a ver qué le sucedía. Un tajo enorme en la ceja derecha y de él manaba abundante sangre. Estaba casi inconsciente, por ello le tomé el pulso, le observé la respiración, junto con gritar a los mirones que llamaran pronto a la ambulancia. Realmente no estaba grave, pero ese tajo merecía una buena sutura. De momento, me dispuse a afrontar los tejidos para evitar el sangramiento, en espera de los paramédicos. Mientras el herido, ya medio consciente, repetía sin cesar.
            –El flaco me empujó, el flaco me empujó,… porque yo le dije que  me comía a la vieja de su tía.
            Como a los veinte minutos llegó como a desgano un carabinero. Había sido requerido por los vecinos. A estas  alturas,  todos  estaban colgados como racimos de las ventanas y puertas del vecindario, observando al herido.
            - A ver, despejen, despejen (con esa voz propia de la autoridad). – A ver, circulen, por favor.-Y usted, señora, qué le está haciendo al enfermo….Ah, ya, prosiga no más. ¡A ver! ¡El resto de los vecinos, dejen espacio al herido, vuelvan a sus casas, aquí no ha pasado nada!
            Y se quedó observando mi actuar con las piernas abiertas, como muro de contención entre los curiosos  y el enfermo. Porque el morbo inconsciente de los humanos ante una tragedia, es más fuerte que un imán.
            Al poco rato, digamos como dos horas después,  llegó la ambulancia y se llevó al caído. Poco a poco, todos se fueron metiendo en sus casas.                                 
            No supe cuánto tiempo pasó, me dormí apenas puse la cabeza en la almohada, cuando sentí a mi esposo remeciendo mi hombro.
            -¡Mijita, despierte!, está saliendo humo de alguna parte. Mi cuerpo cansado se resistía a reaccionar, sin embargo un resorte inconsciente me puso de pie de un sólo salto.
            Miré por la ventana y vi nuevamente a los vecinos  asomados por todas partes y una densa humareda saliendo por la casa de doña Eufrasia.
            Salí a la calle y sin pensarlo dos veces golpeé insistentemente la puerta de la mujer. Al poco rato sentí la carcajada sonora de la doña, y su chancleteo hacia la puerta. Apareció a medio vestir y con una humeante olla negra como carbón, de la cual salía un denso humo con un olor nauseabundo a carne quemada.
            -¡Ay,  vecinita, perdone!,  con todo el alboroto del Alexis, del flaco que lo empujó y después los hermanos que casi le sacaron la “cresta” al pobre, me fui a dormir y olvidé que estaba cocinando el pernil.
-Los muchachos me lo habían regalado por ser mi cumpleaños, y me aprontaba a servírmelo cuando ocurrió el berrinche. Nuevamente, lanzó una sonora carcajada, dejando ver por un  momento,  una  ingenua  hilaridad que por alguna magia especial borró sus arrugas  y quitó años a su calendario.

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