YO NO TENGO SED *
“La vida hay que soñarla para que sea cierta”
A.
Tejada Gómez
Con las
últimas almendras masticaba una vez más el fracaso de la espera, pero esa tarde
se me reveló. Yo había bajado al baño a refrescarme los ojos cansados, y volvía
a mi mesa, la del rinconcito donde hallé la distancia justa para que nos
miráramos. Ahora no sólo estoy segura de que él leía mis pensamientos, sino que
además, comprendía hasta lo ilimitado por qué yo lo esperaba escribiendo,
soñando.
Cuando
entren, fíjense en mi mesa, es la que está junto a la puerta de la esquina,
frente al espejo y con la mejor vista hacia la placa conmemorativa, a cuyo lado
supo estar su foto, de traje y corbata, fumando, y con el ceño fruncido, entre
curioso y cuestionador. Fíjense bien, pero después... no me den detalles.
Yo siempre me
ubicaba ahí. Siempre. Y cuando encontraba mi mesa ocupada, maldecía de pie,
expectante, hasta que la dejaban libre. Los mozos sabían que ése era mi lugar y
más de una vez con una actuación para el aplauso, convencían a cualquiera para
que abandonara ese sitio. Y yo, feliz... ¡como loca! Porque con su complicidad
recuperaba el rinconcito de Avenida de Mayo y Perú, para encontrarme con él.
La cuestión
es que la última vez que fui a la London, en cierto momento, advertí cómo el
ambiente se iba poniendo distinto. No siendo la hora del cierre, era rara
cierta impaciencia mal disimulada en los mozos; y el murmullo habitual de sillas, copas, bandejas... había cambiado.
Yo había pasado las horas como siempre, café tras café, anotando algunas
palabras, distrayéndome con las burbujitas que se forman en el agua, que nunca
tomo, y contemplando sus ojos, tan despiertos a pesar del vidrio que cubría la
foto...
Ya había
pedido la cuenta y estaba por irme con la asumida desilusión, pero llevándome
unos versos, algo nuevo... Pero cuando dejé de contar la plata y levanté la
vista pensando que era el mozo, me encontré con su imagen. Tan alto,
elegantemente desaliñado, apretando con naturalidad el cigarrillo con su boca
perfecta; y la mirada... fascinante y atemporal. No dijo nada; y yo, que tanto
tenía para decirle, quedé muda. No es extraño... Siempre nos habíamos
comunicado así. Se sentó frente a mí. Me imaginé roja, naranja, violeta; pero
no pude revisar si mi habitual expresión de desaliento había transmutado en
loca feliz. Porque con su espalda ancha, con su estatura impresionante, tapaba
el espejo. Se sirvió el agua y la bebió toda mirándome a los ojos, tan
profundamente... Luego, mis borradores se hicieron pequeños en sus manos. Por
entonces yo escribía cuentos. Leyó algunas páginas sin detenerse, sin una
acotación siquiera, sobre mi letra y desprolijidad. Finalmente, eligió una de
mis hojas... ¡la única poesía que había escrito en mi vida! Y se la guardó en
el bolsillo del saco.
Después, me
quitó mi libro fetiche, ya saben... “Los premios”; y con ese maravilloso tono
afrancesado, me dijo en voz baja... “No son tiempos de releer, son tiempos de
escribir...”.
Enseguida
tuve que desviar mi vista hacia el mozo que esperaba para cobrarme, y
entonces... sucedió algo terrible: Julio ya no estaba. Lo busqué entre todos
los presentes, mesa por mesa, y bajé hasta los baños, y entré también en el de
hombres. Después corrí hacia la calle. El mozo me siguió hasta la puerta, más
preocupado por mí que por la cuenta sin pagar. Debe haber notado mi angustia,
porque me tomó del brazo con suavidad y me llevó a mi mesa. Quiso servirme
agua, pero encontró, con sorpresa, que la jarra estaba vacía. Antes de que
fuera a buscar otra, que tampoco iba a tomar, le pregunté...
—¿Y Julio?
—¡Ah, la foto
de Cortázar! Se cayó hace un rato, ¿no escuchó el alboroto? Se rompió el
vidrio, pero le prometo que para mañana lo tenemos de nuevo ahí, ahí mismo.
Le pagué y me
despedí como siempre. Pero nunca volví. Después de aquello, no puedo terminar
mis cuentos y cambié la London por los bares de San Telmo. Ustedes vayan. Y si
quieren, siéntense en mi mesa, pero después no me cuenten nada.
No quiero
saber qué pasó con su foto.
Este cuento está publicado en
“Encuentros en la calle y en el café” (Antología de premiados por la Asociación
Tango al Mundo); en la revista Cronopios de Colombia, en la revista Cronopio (Jujuy)
y en la revista Surco Sur de EEUU.
No hay comentarios:
Publicar un comentario