CONEJOS EN LA
NIEVE
Los chicos y
sus comentarios son muchas veces fuente de pensamientos, preguntas, filosofía
barata, angustia, perplejidad, desasosiego, esperanza, carcajada, envidia al
desacato, rescate de lo obvio. A las pruebas me remito.
Hace un
tiempo fuimos a una hacienda cercana a San Pablo. Con mis dos nietas recorrimos
un amplio lugar donde – algunos en libertad y otros encerrados – se movían
ovejas, tortugas, faisanes, terneritos, gallinas, ponis y conejos.
Mía, la más
chica, ocho años, no se conforma sólo con mirar, acariciar, levantar en brazos
cuando se puede. Ya es hija de la propiedad privada. La intención llegó
enseguida…quiero ese conejito blanco…
Y los abuelos
somos débiles. Al rato la nueva mascota dormía en el buche de la luneta trasera
durante el viaje de vuelta y Mía acompañaba su sueño con el propio, apoyando la
cabeza a pocos centímetros de Oggi, que ya tenía nombre antes de llegar a su
nueva casa.
Volvimos a
Ezeiza. Pasaron días y meses, lechuga, perejil y zanahoria…
Anoche sonó
el teléfono en Martínez. Era Mía. Sin saludar, porque no se acostumbra – lo que
le interesa es largar ansiosa su comentario – me dice con su tonada mezcla de
amazona texana, menina paulista y paisana criolla… -Abuelo…por suerte que ya no vivimos más en Cincinnati, porque allá
entre la nieve hubiéramos perdido a Oggi…lo mismo si hubiera elegido una
ovejita blanca…qué bueno que acá en Brasil está verde todo el año y lo puedo
ver corriendo por el jardín…
Cuelgo el
teléfono, medito lo escuchado. De repente el sillón del living se convierte en
el ayudante horizontal de la introspección interior, comenzando el desfile de
anécdotas, decisiones, personajes que pasaron sin detenerse o se detuvieron más
de lo aconsejable, dudas, apresuramientos, imprevistos, cosas que quisimos que
fueran, hechos que deseamos que no fueran, resultados que a través del tiempo
no se pueden medir tan sencillamente como cuando usábamos la modesta regla de
madera de treinta centímetros de la primaria. Y esa niebla, esa niebla de años
acumulados que no deja observar bien si acertamos o nos equivocamos o quizás no
queremos ver o nos cuesta ahora representar el contexto de adentro y afuera que
nos afiebraba o congelaba y nos incitó a hacer esto o aquello.
Difícil la
solución del crucigrama de la vida. Tanto como encontrar conejos en la nieve.
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