PUERTO
¿Por qué tienes que preguntar tanto si lo
paso bien?
¡Ni bien ni
mal! Vivo solamente. Quizás deberías preguntar, o preguntarte, como lo estaba
pasando antes, Antes de llegar a esta situación de aclimatamiento o ajuste. De
adaptación a un ambiente que tú y yo consideramos hostil, ajeno, descastado.
Sin embargo, tu estupendo sentido intuitivo para captar situaciones anormales o
exóticas que parecía las olfateabas con tu fina nariz perfilada, ha fallado en
el pórtico, en la entrada a un nuevo
ciclo de la existencia. Podías haber detectado ese parpadeo en la oscilación de
la sólida e inamovible plataforma en que se asentaba nuestra reputación, buen
nombre, linaje y aristocracia, en la visita en la visita que el año pasado
hiciste a mi modesto cuarto de pensión. Porque ahí la cosa ya iba para abajo.
Si aquella vez tuviste un gesto desagradable al vislumbrar el barrio en que
estaba enclavada mi oficina. ¡Me vieras ahora! Y no se lo cuentes a Inés
Antonia o a Ignacio Alfredo. Aunque quizás deberías contárselo. Así no seguirían
haciéndose ilusiones conmigo. Y no hay de qué avergonzarse, mamá. Nada de malo
tiene el flamante novio, Pablo Horacio, viva o trate de vivir en una poca
soleada pieza en las proximidades del mercado. ¡También ellos van en declive!
Con la aristocracia añeja de sus apellidos, con un auto que ya no da más y con
un fundo del viejo padre que nada produce que no sean deudas. Y aquella voz de
falsete que se me quedó pegada a los oídos: - “Esta gente está insubordinada.
Mira que faltar el respeto de esta manera, sabiendo que papá está enfermo y que
Ignacio Alfredo no se desplaza a gusto en labores agrícolas y ellos ¡Pidiendo y
pidiendo! ¡Como si no tuvieran de más para pasar el invierno con todos sus
chiquillos, con los sacos de papas o de legumbres que se están azumagando en
las bodegas! Por último, están acostumbrados a estas cosas. Y los medieros los
han azuzado para quedarse con la mitad del fundo y hasta la sirvienta que
trajimos solidarizó con ellos y se nos mandó a cambiar recién llegada a
Santiago. Pero no importa, Pablo Horacio, ya están las tierras arrendadas y con
esos dineros pudimos adquirir el soñado departamento aquel, en Providencia, el
que será nuestro nido...” -¡Ay mamá! ¡Si vieras a tu nene...! ¡Cuánto te costó
encontrarme trabajo! Pero, hablando entre
nosotros, fuera de poseer bonita figura (herencia tuya) y buenas
relaciones sociales (dejadas por mi padre), tu nene no servía para nada...Y ya
en la Central,
cuando disminuyeron personal por razones económicas por “racionalización” o
“mecanización de labores”, como ladinamente explicaron, bien comprendí que para
no echarme así, limpiamente, me tiraban a esta pequeña sucursal en Valparaíso.
Y ni siquiera fue por mi persona, sino por ti, por consideración. ¡Si el
gerente había sido tan amigo de mi padre y de su diario copetín en el Club de la Unión hasta su arruinada
muerte! Pero, ¿Sabes? Ha sido ésto lo mejor que ha ocurrido en mi vida. Porque
aquí tu Pablo Horacio, no ha contemplado el mar sentado en la orilla. Porque no
es ese mar de playa de veraneo del que te acuerdas con las chiquillas Del
Solar, o las familias Astaburuaga, Amunátegui o Pérez Cotapos. Acá yo solo.
Bajando de la pensión, chapoteando en la mañana temprano, aún sin desayuno,
bajo el temporal y la lluvia con la calle lado a lado de agua, y yo, con un
ridículo paraguas... Algo nuevo que no me habías enseñado, tener zapatos viejos
de repuesto en la oficina. Y calcetines y otro pantalón para el que llega
estilando...Los charcos de barro, las alcantarillas obstruidas, los cauces
abiertos con los ratones que salen a flote. (¡Cómo gritabas con tus pequeños
chillidos cuando veías una laucha ¿ Te acuerdas?) ¡No me habías enseñado nada,
mamá! Ni siquiera que el mozo de la oficina, aquel más antiguo, es el que más
sabe y el que más sirve. Más, muchísimo más que el encorbatado Jefe de Sección.
¡Las veces que, hambriento y helado, me he arrimado a su anafre saboreando el café
caliente y el pan amasado! ¡Humeante café! El primero de la mañana con pan
queso o mortadela comprada por ahí cerca en el Mercado. ¡No te horrorices! Sí.
Se que las proximidades del Mercado exhiben veredas sucias, frutas podridas
reventadas, escupitajos, hombres rotos y rotosos, cargadores, fleteros,
verduleros. Todos gritando, vociferando, sacándose la madre, subiendo cajones, bajando
sacos. Camiones y camioneros. Pescados. ¡Canastos de pescado! Mi
inconmensurable ignorancia desconocía aún los lustrosos, plateados lomos de los
peces recién traídos de la caleta, sin olor aún, palpitantes casi... Y la
feria, el mercado, el muelle, las calles, los carros, todo vibrante de vida,
reventando en color y vitalidad...Diferente a la vida elegante y decente que proclamas.
Vida simplemente. Quizás todos los borrachos que encuentro en el camino a la
oficina, están borrachos de vida con la misma expansión y liberación con que se
chutea un tarro en la calle. Claro que tu hijo puede pescar infección, contagio
o malas juntas. Pero veinticinco años es ya un cuarto de siglo. ¿No, mamá? Y si
de infecciones se trata, Ya tuve tifus con las centollas de año nuevo donde los Echazarreta Valdés,
cuando aún estaba al lado tuyo. Y hablando de contagios, ¿sabes que me estabas
anquilosando con la tiesura y afectación de los que iban a ser mis suegros?
Obstinadamente encaramados en lo que
había sido “su gran mundo” -. Era también nuestro ambiente. Todavía es el tuyo.
Por osmosis se ha absorbido esa arrogancia petulante de clase, que se nos
derrumba al tener los bolsillos vacíos... “Pablo Horacio, que no te vean los
hermanos de Inés Antonia. ¡Qué dirían si supieran que has almorzado en el
mercado¡ ¡Sí! ¡Una regia cazuela con
carne! ¡Con carne mamá, con carne! ¡Una presa así de grande! ¡Si se me estaban
atrofiando el estómago con las verduritas y el quesillo por almuerzo! ¡Ya sé
que estamos arruinados! Pero, para que lo sepas, todos los que flotan a tu
alrededor con sus melosas sonrisas y viajes al extranjero, verdaderos o falsos,
se desplazan en un atolondrado y desesperado juego de cheques sin fondo,
pagarés postergados y documentos protestados. Sin hablar de las empleadas
impagas, los arriendos atrasados o las contribuciones morosas. ¡Ya vas a
mencionar la hija de los españoles de la gran ferretería! ¡Se que me habría
convenido inmensamente! ¡Perdón, nos habría convenido! ¡Olvídalo! No entra en
mis ideas pasar cincuenta años tras el mostrador dando a conocer las
excelencias de un cepillo o la dureza de un formón, ni menos aprenderme todas
las medidas de los clavos de acero. ¡No! No puedo aún llevarte a conocer mi
nueva pensión. Tenemos tanto que hablar primero. ¡Tengo tanto que contarte!
Matías por
ejemplo. –Ya se nos acabó la plata, viejo, y estamos recién a primero. ¡Si no
lo sabré yo, haciendo figuras para pagar la pensión y andar bien presentado!
(“Hay que cuidar la imagen. Como te ven te tratan, Pablo Horacio”) ¡Y tus
argumentos siempre razonables y delicados! Pero Matías ni siquiera reparó en mi
figura. Pero yo sí fui impactado por aquel par de piezas. ¡Cinco niños, mamá!
La mujer enferma. La vieja suegra atendiendo como podía con sus doloridos huesos, yendo y viniendo.
Matías, ridículamente insignificante en la oficina y en todo lugar, pero los
grandes ojos de su mujer enferma eran sólo para él.- Está mal, ¿Sabes? Un maldito tumor: no se atreve a ser operada. Si
los rosales se podan se llenan de brotes. Algo así me explicó Matías la primera
vez que llevó a su casa. Un color ceniciento, los ojos cada vez más grandes en
un rostro cada vez más empequeñecido. Los niños meten bulla, son normales. Van
al colegio. Se turnan. La mayorcita cuida a su madre, la suegra hace la comida.
Útiles, remedios, ropa, medicina, calmantes...- Suerte mía que los chicos están
sanos- Y Matías desenterrando no se sabe de dónde, una botella para festejar mi
visita, y el almuerzo extrañamente sabroso
y abundante. El cuñado trabaja en el matadero, el padrino de uno de los
chicos reparte el pan y luego está la hermana de Matías que tiene un puesto de
frutas y verduras y ahí tienes la mesa humilde luciendo guisos apetitosos, pan
caliente y lechugas frescas.-Somos unidos- Explica-escuetamente Matías. Y los
hijos crecen y Matías trabaja y trabaja con la espina dentro pero íntegramente
hombre Con algo inmensamente grande que
no es ni siquiera resignación. Algo como un
desafío a la adversidad. Me he sentido humillado, inservible con toda mi
educación y linaje... ¿Podrías comprenderlo, algún día mamá?
¿Y recuerdas
aquel gran resfrío que tuve aquel año que llegué al puerto? Estuve días y
noches con fiebre, delirando quizás, débil como un pajarillo desamparado y
enfermo. Muchos días después, pasado el peligro de la neumonía, reparé que
alguien me había estado cuidando. Limonadas y tizanas. Mis ropas ordenadas y
limpias dobladas en una silla al pie de la cama. Alguien se había preocupado
por mí. ¡Marcia! Morena y silenciosa, no me había percatado de la existencia de
una sobrina de la dueña de casa hasta entonces. Una modesta muchacha de ondeado pelo negro y firme y sólido
cuerpo. Fui librado de la extrema debilidad y en el mes de licencia su compañía
me fue grata. Alegre y sencilla, así es Marcia. Me enseñó a encontrar el
desconocido hechizo del mar duro y déspota de los días de temporal. Aquellos
días amenazadores con el cielo oscuro y la lluvia en diluvio invadiendo los
subterráneos y echando a perder mercaderías y comestibles en las grande bodegas.
Con los febles faluchos destrozados como
nerviosos muñecos contra los roqueríos y los pescadores vacíos de manos y de dinero
esperando ver apaciguada la marea.
Marcia
acompañó mis exploraciones hacia los
cerros, calles y barrios desconocidos y sentí nuevas sensaciones, como si en
este nuevo camino, hubiese encontrado mi propio yo viniendo hacia mí liviano de
compromisos, ajeno a simulaciones, ausente de prejuicios. Como un niño nuevo,
no aquel que tú creaste tan sabiamente, sino otro de más grande edad
interior...¡Marcia y sus manos morenas entre las mías, tan blancas! Era todo
una revelación para mí. Y cuando quise delimitar el sentimiento para dejarlo
hasta donde era sólo gratitud, ya no pude hacerlo...Franca y dichosa, así es
Marcia. Nada me ha pedido y, en los frescos días de nítido azul en el cielo,
cuando el viento se desata acarreando papeles
para ensuciar juguetonamente las calles, su melena flamea a ese viento llamando a refugiarse bajo esa bandera a mi rendido amor...Tengo a
Marcia y al puerto para mí. Mi propio puerto.
No
vengas, mamá...
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