lunes, 20 de mayo de 2019

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Mayo de


UNA VOZ INCONFUNDIBLE
“La voz, pequeña arpa eólica colocada
 por la naturaleza en la puerta de
 nuestro silencio”. Gastón Bachelard.


            Ahora tenía la certeza, aquella voz la había escuchado muchas veces. Algunas en tono entre cariñoso y acogedor. Otras, en un reproche firme pero a la vez impregnado de afecto, cuando sus acciones se oponían a las directrices que aconsejaba aquella adorada mujer. Aquello fue siempre así, desde que tuvo discernimiento de su condición, reconociendo en la tía Gertrudis una fiel guía e incondicional protectora.
            -Mi niño, usted debe ser obediente- le decía. O bien- Desde mañana asistirá al colegio, como corresponde a un jovencito de su edad. Otras veces: - ¡Jovencito, yo digo que esa actitud no va con usted!- La palabra “jovencito, fue el apelativo más frecuente en sus reconvenciones.
            De su mundo de niño muy poco sabía. Había nacido ciego y lo que recordaba en su primera infancia, eran las voces que lo hacían repetir interminablemente sólo dos sílabas…Ma…má. Cuando logró decirlas sin mucha distancia entre ambas, escuchó un batir de palmas por el logro, tan simple, de aquello que se le pedía. Sintió un cálido beso en su mejilla junto con el agradable olor de su madre, mezcla de comida recién guisada y suave perfume de campo en primavera. Era el inconfundible aroma de la colonia que ella usaba. Y fueron muchos besos en premio de muchas palabras logradas, las que pudo aprender hasta comunicarse con ese mundo que no podía ver, según el concepto que vagamente llegaba a su mente. Sin embargo, sus otros sentidos nunca le fallaron para poder identificar a las personas y sus respectivos nombres. Los arrastrados pasos de la nana Adelina, los gráciles de Lulú, la gata regalona de la vecina y hasta los de Tomy, el perro grandote de la casa. Su pesado caminar y el olor perruno, difícil de soportar en un comienzo, poco a poco formó parte de su entorno. Con los años, ese olor a veces desagradable, le daba el sentido de familia. Generalmente Tomy pasaba gran parte del tiempo haciéndole compañía,  enrollado a sus pies.
            Posteriormente supo de cambios en su entorno, su mamá ya no estaba. Un día Gertrudis le dijo, con una voz que le supo a dolor.
            -Mi niño, tu mamá ha debido realizar un largo viaje y creo que no podrá regresar por mucho tiempo.
            -¿Y a dónde fue?- preguntó Ignacio, agregando - ¿Cómo no pudo llevarme con ella?
            -¡No por supuesto que no!, pero antes de partir prometió que desde la lejanía, siempre estará pendiente de ti.- Eso fue lo que el pequeño Ignacio supo en cuanto a las preguntas acerca de su madre. Sin embargo, no quedó muy convencido de ese supuesto viaje, y muchas veces en sus pesadillas, se encontró llamándola entre sollozos.

            Ya usaba rasuradora para cortar su barba incipiente, cuando debió hacer su primer intento de salir a la calle valiéndose solamente de un bastón blanco. Al comienzo sintió pánico, y quiso de inmediato regresar al mundo seguro y tranquilo de su hogar. Aquellos sonidos que giraban a su alrededor le parecieron infernales. La ciudad rugía, eran muchos los ruidos que le llegaban de todas partes y tendría que aprender a identificar cada uno de ellos, no obstante haber salido en diversas ocasiones en compañía o al cuidado de alguien de la familia. Ahora, en soledad, pensaba que esa vorágine llegaba a él como una cacofonía aplastante y lo podría desquiciar. Haciendo acopio de toda la valentía que le habían

infundido tía Gertrudis, sus maestros y demás amigos del colegio especial al que asistía, y algunos que ya habían pasado por esta experiencia, logró dominarse y pudo caminar con aquel compañero, su bastón,  que al igual que un sonar, devolvía el eco de los desniveles que debía sortear para llegar al punto deseado.
            Gertrudis le había indicado que la música sería un buen aliado para su desarrollo, y si bien, muchas veces tarareó ritmos populares, su mayor goce musical fueron las composiciones de grandes autores. Y pensándolo así, no se perdería aquella temporada de conciertos gratuitos que ofrecía el Teatro Municipal de Viña del Mar. Era la primera vez que iba solo. En las bocacalles pediría ayuda,

estaba seguro que encontraría personas solidarias con los ciegos.  Con la seguridad de quienes desean ganar batallas de superación, siguió adelante. Tía Gertrudis, siempre le había comentado que la mayoría de la gente piensa que los ciegos son seres condenados a vivir de la mendicidad y al amparo del resto del mundo. Pero él no iba a ser uno de ellos; la formación que había recibido en casa sería su apoyo.
            De su madre, no supo nunca más, ni de su padre tampoco. En sus dieciocho años, tenía el firme propósito de luchar para tener un desarrollo en alguna disciplina que le hiciera sentirse una persona normal, pese a faltarle un sentido, que a estas alturas la tía comentaba: “era un pequeño detalle”. ¡Él lograría ser un triunfador!
            Tía Gertrudis le había advertido que lo matricularía en una Academia de Música. Le agradó mucho saberlo y cuando asistió a sus primeras sesiones, quedó realmente maravillado. Presintió que con empeño podría aprender a crear sonidos con aquel instrumento que tuvo en sus manos, un viejo violín del que se podían sacar una infinidad de tonos, desde los agudos a los graves, junto a otros instrumentos con los cuales debería familiarizarse. ¡La música sería su destino!

            Poco a poco, con esfuerzo y perseverancia consiguió sacar aquellos sonidos angélicos y dominar toda la teoría musical que necesitaba para convertirse en violinista. Incluso consiguió participar en una orquesta de cámara auspiciada por su propio profesor, quien veía en el joven, un iluminado del arte.
            Y así fue que logró aprender a interpretar piezas de conocidos autores de todos los tiempos y gracias a su constancia permanente, sus interpretaciones cada día fueron más brillantes. Pero su puntal anímico, siempre era su tía Gertrudis, diciéndole: -Estoy segura que serás un gran intérprete. Sólo debes ser perseverante en tu compromiso con la música.

            Un día conoció el amor. Azucena era una chica un poco menor que él, y su timbre de voz lo dejó gratamente impresionado apenas escucharla. Le sonaba delicado y hasta musical. Un día le propuso salir a pasear por la costa, con la finalidad que ella le contara sobre la belleza de cuánto se podía apreciar en ese atardecer de primavera. Ese fue el comienzo de un amor que terminó en un compromiso formal. Pero antes de ese compromiso, la había llevado en varias oportunidades a su casa, a tomar el té, almorzar o a degustar las exquisiteces que la nana Adelina le preparaba como era su costumbre, y ahora con mejor razón, porque veía a su niño ilusionado y con nuevos horizontes. Pero en estas visitas faltaba la presencia de Gertrudis, quien se excusaba con la disculpa de ir a visitar a alguna de sus amigas enfermas.
            Sin embargo, en el último tiempo, hubo algo que causó inquietud en Ignacio. Fue cuando quiso presentar a su novia a Gertrudis. Ella le dijo que ya la conocía y que estaba de acuerdo


con esa relación, es más, había orado para que su “niño” encontrara una mujer como ella. Y ¡por fin su sueño lo veía realizado!
            Le preguntó a su nana acerca de los motivos que tendría su tía para no presentarse a compartir con ellos. Y esta vez como muchas otras, Adelina le contestó con una evasiva que antes lo dejaba satisfecho, en cambio en esta ocasión no lo consiguió. Por ello, en presencia de la que sería su esposa, encaró a Adelina y comenzó a interrogarla sobre Gertrudis, a quien no había sentido deambular por casa desde hacía varios días. La mujer trato de escabullir la respuesta alegando que tenía mucho quehacer con los encargos de la tía. Pero fue tanta la insistencia de su niño, ya convertido en hombre, que decidió contarle la verdad.
            -Mi niño, la tía Gertrudis hace diez años que no vive con nosotros. Antes que los angelitos cerraran sus ojos, me hizo prometer que yo iba a fingir que ella aún vivía a nuestro lado, hasta saber que habías encontrado una mujer que recogiera tus lágrimas y ya la has encontrado en Azucena.
            -¡¿Pero cómo?! ¿Si yo he hablado tantas veces con ella? – Preguntó Ignacio en un grito angustioso.
            –Ya lo sé. Era yo quien contestaba, pero no puedo comprender por qué misterio, mi voz sonaba como la de la señora Gertrudis, cuando la necesitabas a ella.


            Y otra cosa más, tía Gertrudis fue tu abuela y se hizo cargo de ti apenas  falleció tu mamá en forma sorpresiva. De tu padre nunca se supo, era un joven extranjero que estaba de paso y enamoró a tu madre siendo ella muy jovencita. -Lamento tener que contarte esta historia, pero creo que es un buen momento para hacerlo.
            Por el rostro del joven corrían silenciosas lágrimas que pronto Azucena enjugó con sus manos. Curiosamente le supieron a las de tía Gertrudis.

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