lunes, 20 de mayo de 2019

Luis Tulio Siburu-Argentina/Mayo de 2019



ARIEL


Es un hombre grande, aunque se llame Ariel, como el delicado y femenino personaje de La Sirenita.

Curtido en muchas batallas, no precisamente de balas y cañones, pero sí de relaciones interpersonales, de trabajo, estudio, profesiones,  aventuras amorosas, incluso el placer y tropezón de patear el asfalto.

En fin, todo aquello que conforma el día a día de un habitante del planeta Tierra, con todo lo que  presupone de altas y bajas,  pros y  contras,  arranque y freno,  idas y vueltas, amague y quedada, lleno y vacío, riesgo y conservación, placer y hastío, comunicación e incomunicación, felicidad e infelicidad, comprensión e incomprensión.

Pero al amigo Ariel – en ese cúmulo de vivencias - lo vuelve loco pero al mismo tiempo lo atrae, su infinita memoria, una estampilla de colección que no quiere arrancar del álbum, olvidando que hay lindas y feas, escasas, no tanto y muy repetidas, de lindos colores y sin valor o valiosas de tinte apagado.

Él las quiere a todas, como hechos que le ocurrieron y no merecen despegarse y tirar al cesto.

Pero el pasado si no es pisado, puede pesar más pesado que lo pensado.

Y esto, que para un purista literario puede ser una aliteración, para Ariel es apenas una verdad de Perogrullo, a la que hay que darle una relativa importancia. Por eso ignora la cobardía del vulgo y se aferra a su mal entendida valentía.

Sarna con gusto no pica, afirma Ariel. Y sigue eligiendo entonces para su existencia, el recostarse eternamente sobre el cómodo colchón de la evocación idealizada, enfrentando inconscientemente todo lo que venga.

Y allí aguanta Ariel la gris, insoportable, arrugada e inamovible pata del elefante.     

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