COLIBRÍ
“Como el colibrí, mi equilibrio y mi sustento
dependen del incesante batir de
mis alas”.
Santiago Espel
Me levanto en San Justo a las cinco
de una mañana helada. Saludo a mi esposa y tres chicos con besos en rostros dormidos.
Recorro seis cuadras peligrosas y a oscuras hasta el colectivo. Hoy ha
aumentado el boleto a 18,50 para llegar a San Isidro, donde conseguí un trabajo
de pintura para toda una semana. Es una buena changa, no se da siempre,
generalmente paso entre diez y quince días sin hacer nada, no tengo relaciones
con intermediarios que me ubiquen en alguna obra de mayor duración. A las ocho
entro en la casa de familia que solicitó mi trabajo. Hasta las doce no paro de
rasquetear, a veces en lugares sencillos, otras parado en peligroso tablón
apoyado sobre las tejas y con un leve balanceo que atemoriza. Mediodía. La dueña
de casa me alcanza un plato con tres porciones de tarta de queso y una manzana.
Parece todo rico y además me ahorro de gastar en el bodegón de la esquina. A la
una de la tarde retomo la tarea. Ya hay un sector que puedo comenzar a pintar.
La mezcla con thinner me hace picar la nariz y seguramente mis pulmones deben
estar protestando. Ya bastante deteriorados están de cuando salgo en las frías madrugadas
a ponerme en la cola de los desocupados que se instalan bajo un pequeño
cartelito manuscrito de una fábrica de barrio que reza: “ Se busca pintor con
experiencia”, y hay cincuenta esperando entre mate y tortillas grasientas.
Vuelvo a las seis de la tarde a recorrer el camino inverso. Cuando llego a mi
casa los pibes ya están durmiendo, solo mi mujer me espera con un reducido
puchero recalentado. Me baño apurado y me meto en la cama. La patrona quiere
caricias pero yo estoy enfrascado en mis pensamientos. Me doy cuenta que soy
como el colibrí. Si me achucho, me detengo, me asusto y dejo de aletear, toda
la familia se me va al diablo. Destino de ave en continuo movimiento pero al
revés de ella yo tengo olfato y mucho. Por eso calculo que esta sociedad de economía
en descenso e indiferencia hacia los laburantes me tiene asignados en mi futuro
miles de amaneceres de búsquedas infructuosas y apenas cientos de changas
efectivas. Quizás por eso, un amigo
romántico y aficionado a las letras,
dibujó mi vida en tres versos de origen japonés que se llaman haikus y
que dicen así…
Anoche soñé Futuro negro Fría mañana
Pared descascarada Brilla pintura
blanca Exigente cliente
Ahora roja Me
gano un gris Changa
difícil
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