Marcos Aguilar-México/Julio de 2019
El
Yeison y el Maicol
De chiquillos todos, en el barrio, a los más nos
veían y nombraban panzones y piojosos. Lo anterior porque a finales de los 50s
e inicio de los 60s, a la colonia Sección XVI, ahora Belisario Domínguez, más
conocida como la Zona de Hospitales, en Tlalpan, la motejaban La piojito.
Y en ese llamarse; entre sonrisas y llantos, prisas y esperas,
nacimientos y lutos, andando y corriendo, nos supimos adolescentes. Ya
andábamos en eso cuando dimos cuenta que por las características de la diminuta
geografía de la colonia nos clasificaron en dos subespecies: los de allá
tras –algunos decían los de la arboleda- y los de la entrada
o los de la calzada. Paralelo a lo anterior, dentro de la dimensión de
las dos coordenadas emergió un nueva forma de nombrarnos y reconocernos; en lo
individual: Marcos el Chueco, Félix el Piricochas, Licha la
Chueca, Male la de la Entrada, Lupe la Borracha, Don Ray el
de la Chiquita, Diego el Dedos, El Chila, La Cocona,
Lupe el Mariles; por mencionar a algunos. En los mismos tiempos, emergieron
sobrenombres para diferenciar a parentelas famosas que bien podrían ser
descripciones precisas de retratos de familia; de ellas, aún se recuerdan a Los
Patalarga, Los Cachirulos, Las Polas, Los Oaxacos, Los Marranos, Las Chundas; por
mencionar algunas. Pero por qué tanto rollo, preguntarán algunos. Pues
bien, el pasado 5 de junio acudí a votar por mi preferencia político-racional-emocional.
Para ello, me mantuve formadito y callado esperando mí turno, mientras a 20 o
30 metros de distancia, dos policías preguntaban a un chaval bien “pasado” los
nombres de quienes le habían robado sus tortas: de su respuesta –que dio origen
a este breve ejercicio de historia-, me nació una tenue sonrisa: - “Fueron el Yeison
y el Maicol”; respondió el casi escuincle, a la vez que caminaba
hacia atrás por temor que los Polis le dieron un buen chingadazo,
mientras yo pensaba con signos de admiración: “-¡Ah!, cómo nos
hemos cambiado de nombres!
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