Durante la juventud creemos amar
pero sólo cuándo hemos envejecido
en compañía de otro,
conocemos la fuerza del verdadero amor.
pero sólo cuándo hemos envejecido
en compañía de otro,
conocemos la fuerza del verdadero amor.
(anónimo)
Tres rosas
rojas
De camino hacia su trabajo, Juan no conducía con la debida atención. En un momento dado casi cruza una avenida estando el semáforo en rojo, luego un estridente y persistante bocinazo le indicó que debía avanzar, había luz verde. Avanzó con más precaución, pero el dolor que sentía causado por el deceso de su madre, seguía perturbándole.
Sus padres habían vivido èpocas de bastante
escasez, pero eso no fue razón para que ni a su hermana ni a él, les faltase
nunca nada. La buena convivencia conyugal hacía que la armonía reinara en el
hogar, Juan no guardaba recuerdo alguno de que durante la sobremesa la conversación
fuese tema de críticas o de dinero; hoy, ya al frente de una familia,
comprendía el esfuerzo que debieron de haber hecho sus padres, para darles una
buena educación y cubrir gastos del hogar.
Desde que su madre falleció, su padre envejecía
más día a día, lo que menos merecía era estar solo. Consultó con su hermana que
hacer al respecto... más ésta, alegó que ella no gozaba de un sólido matrimonio
y hacerse cargo del “ viejo” le ocasionaría más problemas. Juan tenía un
verdadero dilema: en su casa no tenía lugar.
Con nostalgia iba recordando instancias de su infancia, los desayunos domingueros con churros y chocolate espeso y bien caliente, eran una fiesta; sonrió al recordar el disgusto que tuvo un año cuándo en vísperas de Reyes Magos, unos “ladrones” rompieron su alcancía llevándose todas sus monedas. Al dia siguiente seis de enero, en el balcón tan solo encontraron una muñeca de cartón y una cajita de soldaditos de plomo. ¡Pobres Reyes Magos! ¡Qué poco dinero encontraron el la alcancía!
Sin embargo, siempre le había intrigado el qué a pesar del escaso presupuesto nunca faltaron sobre la cómoda tres rosas rojas las qué reflejadas en el espejo daban la ilusión óptica de ser un ramo de seis. Quizás algún día descubriría la incógnita.
Juan visitaba fugazmente a su padre, ya que no podía permanecer largo rato conversando trivialidades con él, y al decirle “Chau viejo” solamente él sabía la vergüenza que sentía de si mismo.
Con nostalgia iba recordando instancias de su infancia, los desayunos domingueros con churros y chocolate espeso y bien caliente, eran una fiesta; sonrió al recordar el disgusto que tuvo un año cuándo en vísperas de Reyes Magos, unos “ladrones” rompieron su alcancía llevándose todas sus monedas. Al dia siguiente seis de enero, en el balcón tan solo encontraron una muñeca de cartón y una cajita de soldaditos de plomo. ¡Pobres Reyes Magos! ¡Qué poco dinero encontraron el la alcancía!
Sin embargo, siempre le había intrigado el qué a pesar del escaso presupuesto nunca faltaron sobre la cómoda tres rosas rojas las qué reflejadas en el espejo daban la ilusión óptica de ser un ramo de seis. Quizás algún día descubriría la incógnita.
Juan visitaba fugazmente a su padre, ya que no podía permanecer largo rato conversando trivialidades con él, y al decirle “Chau viejo” solamente él sabía la vergüenza que sentía de si mismo.
Así llevaba ya varios meses reflexionando sin
encontrar solución al que hacer y sin atreverse a franquearse con su esposa por
qué un temor infundado hacía que pasaran los días sin hablar con Leonor. Y
justamente fue Leonor, la que cierto domingo en que su suegro almorzó con
ellos, dijo con gran naturalidad: - “Don Sebastián, tenemos que hablar de un
tema muy importante; usted, no puede permanecer por más tiempo viviendo
solo....” El bueno de don Sebastián, se puso en guardia; la interrumpió y se
adelantó a lo que él intuía le iba a decir su nuera. “No se preocupe Leonor; ya
he previsto tal circunstancia: a partir del mes entrante me mudo a una
residencia” Leonor no podía creer lo que estaba escuchando y puso el grito en
el cielo: “Pero hombre de Dios! ¿Qué está usted diciendo? Justo yo iba a
pedirle que se viniese a vivir con nosotros.” Asombrado, Juan miró enternecido
a su mujer. ¿Cómo pudo llegar a ser tan estúpido? ¿Tan poco conocía a Leonor
que no se animó a franquearse con ella?
Los hijos de Juan, por decisión de mamá, pasaron
a compartir la misma habitación y para que el cambio no fuese tan notable, hizo
traer para la habitación del abuelo, su mecedora y dos enormes fotografías con
marco ovalado dónde en una detenidos en el tiempo se reflejaba la imagen de
unos recién casados y en la otra sonreían dos hermosos niños. Tampoco se olvidó
Leonor, de la cómoda ni de poner sobre ella un viejo jarrón con las tres
acostumbradas rosas rojas. Al entrar en la habitación, que desde entonces
pasaría a ser la suya, don Sebastián no pudo evitar un sollozo entrecortado
-”Perdónenme hijos míos,-dijo- han sido las rosas, con ellas siempre agradecí
al destino la compañera que me eligió. Revelada la incógnita, Juan hizo la
misma promesa que su padre: A Leonor tampoco le faltarían nunca sus Tres Rosas
Rojas.
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