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jueves, 26 de septiembre de 2019
Lizzeth Pacheco Gámez-México/Septiembre de 2019
La mala decisión
Un día, el único día que él no se quedó en la puerta esperando a que yo entrara a mi salón (supongo llevaba prisa), volteé hacia atrás, como siempre, para verlo parado ahí observándome con una sonrisa y diciéndome adiós con su mano, y no estaba. Ya se había ido. Entonces voltee a mi alrededor y vi que no había ningún maestro cerca. Solo niños corriendo y jugando. La maestra no me había visto llegar. Y la sensación de libertad que experimenté en ese momento al no sentirme observada por nadie, me hizo tomar una decisión estúpida. Si, a mis escasos 5 años, cursando preescolar apenas, estaba cometiendo mi primera mala decisión, que me costó bastante cara: de ahí en adelante fui vigilada constantemente, para la maestra pasé de ser una alumna más, a ser la niña que casi la mete en un problema grave (por lo tanto me trataba de mal humor siempre y me culpaba por cualquier cosa que hicieran los demás). Aún recuerdo la cara de decepción de mi papá y el ceño fruncido de mi maestra cuando frente a mi le contaban lo sucedido.
Miguel Lundín Peredo-Bolivia/Septiembre de 2019
SALTA NO QUIERE PIXELES
CAPÍTULO I
Yabrulecurto fumaba un porro durante su ronda de
costumbre; le había quitado la marihuana a un hippie paraguayo
dos horas antes de
conducir por la silenciosa calle; escuchaba una canción de
Palito Ortega en la radio de su Cadillac.
A
su lado estaba Potuca, su fiel perro que aguantaba su olar a pata.
Estacionó
en una esquina olvidada por los barrenderos, tomó un poco de gaseosa.
Miraba
pensativo un grupo de adolescentes que jugaban en un local arcade, de pronto se
escuchó un disparo que le dio un fuerte regreso a la realidad.
Los muchachos salían asustados.
CAPÍTULO SEGUNDO
Sófocles levantó la sabana ensangrentada para ver la
cara del adolescente asesinado, tenía una polera con la cara del Che,
le habían disparado en la frente, todo era ilógico,
no había motivo aparente, el muchacho asesinado era pobre, colocaron
al cadáver en la parte trasera de un Toyota.
Yabrulecurto sintió el frió intenso
de la madrugada sobre sus cabellos.
CAPÍTULO TERCERO
Yabrulecurto dormía en el sofa de su
apartamento, la televisión estaba encendida y
el volumen al máximo, soñaba con el muchacho asesinado en el
local de videojuegos arcade, lo veía apuntando a un videojuego de la
empresa boliviana Intimega.
Despertó sudando, abrió la
heladera para sacar un plato de polenta que colocó en el microondas.
Comía con
la boca abierta.
CAPÍTULO CUARTO
En
la verdulería vio a su amigo Beto Teta; deberías vender choripanes a
esta hora dijo invitándole un poco de vino
de cartón al bolita, tu deberías estar atrapando ladrones
de gatos en tu barrio contesto mostrando sus dientes amarillos
como la piel de un asiático.
Toma
50 australes y comprate pasta dental en tu villa.
Beto
Teta se fue riéndose a carcajadas.
CAPÍTULO QUINTO
Yabrulecurto caminaba con su perro por un parque
cercano a su apartamento; miraba las palomas comer pedazos de pan que lanzaban
las abuelas solitarias, comenzó a llover lentamente y él se sentía un
poco abandonado.
Que
triste es tener que despertar en la madrugada para ver todo tu desorden
privado, Potuca. Dijo enciendo un habano.
CAPÍTULO SEXTO
Lo
veo jugando como si fuera el mismo creador del videojuego; tiene aires de
aristocracia pero en el fondo es hijo de un limpiador de excrementos en los
hospitales; siempre me gana, tengo que comprar muchas fichas de la vendedora,
no se deja ganar facilmente, tiene el record de estar invicto y de ser el major
player de este barrio que no me pertenece.
Juego
con él pero me dan ganas de darle un golpe y bailar mientras le sale sangre de
su fosa nasal.
CAPÍTULO SÉPTIMO
Papi no te preocupes mucho por mi educación;
trabajo ayudando al verdulero del barrio; no gano mucho pero por lo menos
tengo guita para comprar un buen puchero.
Juego
un videojuego de peleas llamado “Hananpacha Calibur” siempre gano dinero porque
hacen apuestas para ver quien me puede ganar.
Soy
un capo con los botones y la palanca.
Te
extraño...
CAPÍTULO OCTAVO
Pregunto
cuanto cuesta el revolver en el Mercado negro; 700 australes me dice un negro
con aliento a chorizo y birra.
Sin
pensarlo dos veces lo compro; subo a mi motocicleta Harley Davidson, intento no
despertar sospechas en los traunsentes que caminan con sus novias o amantes.
CAPÍTULO NOVENO
-Te
gane otra vez, pendejo.
-Ya
estoy cansado que me rompas el cascaron de los huevos.
-Deberías ser
buen perdedor.
-No
todos en el mundo aceptan una derrota.
-Eso se llama espíritu de superioridad,
pibe.
-Muere,
guacho muerto de hambre.
Se
escucha un disparo en el local.
CAPITULO DÉCIMO
Yabrulecurto
está comiendo un sandwich de pavo cuando ve al hijo de su colega ingresar
esposado, sus sentidos de inspector de homicidios le hacen asociar rapidamente
su captura con la muerta del change en el local de videojuegos.
-Lo
confieso, lo maté porque era arrogante cada vez que ganaba.
-El
pibe tenía 10 años, pendejo tú tienes 30 años de edad.
-Lo
maté porque no se lo podía matar en el mundo pixelado de la pantalla
de la maquina Arcade.
Yabrulecurto
le escupe en la cara.
EPÍLOGO
El muchacho asesino amaneció ahorcado en su
celda, un brasilero con un parche en el ojo izquierdo se acerca a
Yabrulecurto.
-He
cumplido sus ordenes, inspector.
-Súper,
ahora vete-dice abriendo la puerta.
-Valió
la pena asesinar a ese muchacho cheto a cambio de mi libertad, por fin voy
a ver a mi hija.
-Cierra
la jeta y desaparece de mis ojos, Sardo Guitati antes que me arrepienta de dejarte
hacer una fuga de la cárcel.
Sardo sonrió para luego comenzar a correr en
la calle mojada.
Yabrulecurto
fumaba un cigarillo Belden.
-Se
hizo justicia, pibe dijo pensando en el niño muerto.