LA CUCHARA CON INICIALES
-Luisito,
Luisito…me grita mi madre desde el balcón de Centenera a la vereda de Alberdi,
donde estoy jugando un cabeza con el Negro….vení a tomar el Nervigenol…después
no me digas que la maestra te puso cero en Castellano porque no te acordás de
la conjugación de los verbos…
Y
allá arriba, en el extremo de la larga escalera me esperaba Electra, a la que
algunos le decían Rubia y otros apenas Ele, con la cuchara colmada de un
líquido rojizo pero de buen gusto.
En
aquella época – capaz que era así nomás – todos te decían que el Nervigenol era
lo mejor para la memoria y sin él no tenías tanta chance de pasar de grado,
salvo – por supuesto – que fueras muy estudioso y no perdieras tiempo jugando –
como hacía yo - a la “milanesa” con las Starosta o corriendo cochecitos
preparados con bujías por el cordón o pateando la de trapo hasta que caía el
sol.
Era
constante la vieja, pobre, a pesar de las horas de trabajo en Salud Pública en
Paseo Colón y los largos viajes ida y vuelta en el subte de punta a punta desde
Primera Junta a Plaza de Mayo, siempre se hacía tiempo para prestarme atención.
Por
suerte pude darle el gusto de verme terminar la primaria y la secundaria,
lástima que no me vio recibir el título universitario, la parca se adelantó
justo dos años y se la llevó.
Ahora
que pienso, hasta hace poco andaba por acá en casa una cuchara antigua, esas
grandes llamadas soperas, de un metal desgastado y veteado, que estoy seguro
era de su juego de cocina, aunque a veces se mezclaba con las de la abuela,
porque vivíamos juntos.
Capaz
que era la portadora del Nervigenol, pero más la recuerdo porque alguna vez
tuvo el calor de la mano de Electra. Si la encuentro – porque las cosas viejas
se van perdiendo como los seres queridos – trataré de grabarle sus iniciales,
justo las de ella que tenía tres nombres nada comunes. ENARS sería exactamente.
Electra Nióbide Ariella Rovere de Siburu, porque ella usaba el apellido de
casada como una religión.
Homenaje
a una madre que le daba Nervigenol a su hijo para que recordara los verbos.
Como sonreiría ahora si supiera que Luisito escribió seis libros y todos se los
dedicó a ella y además, con pocos errores en los verbos, casi ninguno apostaría,
gracias al Nervigenol que la Rubia no olvidaba darme todos los días.
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