jueves, 24 de octubre de 2019

Luis Tulio Siburu-Argentina/Octubre de 2019


LA CUCHARA CON INICIALES    
                                                     
-Luisito, Luisito…me grita mi madre desde el balcón de Centenera a la vereda de Alberdi, donde estoy jugando un cabeza con el Negro….vení a tomar el Nervigenol…después no me digas que la maestra te puso cero en Castellano porque no te acordás de la conjugación de los verbos…
Y allá arriba, en el extremo de la larga escalera me esperaba Electra, a la que algunos le decían Rubia y otros apenas Ele, con la cuchara colmada de un líquido rojizo pero de buen gusto.
En aquella época – capaz que era así nomás – todos te decían que el Nervigenol era lo mejor para la memoria y sin él no tenías tanta chance de pasar de grado, salvo – por supuesto – que fueras muy estudioso y no perdieras tiempo jugando – como hacía yo - a la “milanesa” con las Starosta o corriendo cochecitos preparados con bujías por el cordón o pateando la de trapo hasta que caía el sol.
Era constante la vieja, pobre, a pesar de las horas de trabajo en Salud Pública en Paseo Colón y los largos viajes ida y vuelta en el subte de punta a punta desde Primera Junta a Plaza de Mayo, siempre se hacía tiempo para prestarme atención.
Por suerte pude darle el gusto de verme terminar la primaria y la secundaria, lástima que no me vio recibir el título universitario, la parca se adelantó justo dos años y se la llevó.
Ahora que pienso, hasta hace poco andaba por acá en casa una cuchara antigua, esas grandes llamadas soperas, de un metal desgastado y veteado, que estoy seguro era de su juego de cocina, aunque a veces se mezclaba con las de la abuela, porque vivíamos juntos.
Capaz que era la portadora del Nervigenol, pero más la recuerdo porque alguna vez tuvo el calor de la mano de Electra. Si la encuentro – porque las cosas viejas se van perdiendo como los seres queridos – trataré de grabarle sus iniciales, justo las de ella que tenía tres nombres nada comunes. ENARS sería exactamente. Electra Nióbide Ariella Rovere de Siburu, porque ella usaba el apellido de casada como una religión.
Homenaje a una madre que le daba Nervigenol a su hijo para que recordara los verbos. Como sonreiría ahora si supiera que Luisito escribió seis libros y todos se los dedicó a ella y además, con pocos errores en los verbos, casi ninguno apostaría, gracias al Nervigenol que la Rubia no olvidaba darme todos los días.    

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