sábado, 21 de diciembre de 2019

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Diciembre de 2019


RELOJES


            Aquel viaje fue nuevamente negativo. Papá no me trajo el reloj. –Esta otra semana será. Ahora sí. Me pagarán esos pesos que andan volando y que he ido tantas veces a buscar. ¡Qué chiquilladas tienes! Ya no te alijas más.
            Y nuevamente la ilusión era arrinconada, estrujada, aplastada. Presentía que al fin de algún viaje, papá me traería ese reloj de pulsera con que soñaba noche y día. Al principio había sido sólo un tímido deseo. Eran tantas otras cosas, las más importantes, las que faltaban en nuestro hogar y él ganaba tan poco...Más, yo ponía mi esperanza en esas semanas de ausencia en otros pueblos donde él tenía trabajos de construcción. Ahora que no ha llegado en muchos días, se acordará – pensaba. Sin saber por qué, relacionaba su tardanza con mis anhelos infantiles.
            Pero papá era solamente trabajo. Trabajo, trabajo, trabajo. Vivía para el trabajo, Después estábamos nosotros. Aún así yo quería absolutamente un reloj de pulsera. En un comienzo para ver la hora. ¿Para qué otra cosa sirve un reloj? Pero a medida de la espera fue agrandando su importancia. En esos tiempos  no cualquier niño podía tener reloj. No se conocía la libre importación. Era casi un alhaja y para un ser de doce años, el elemento complementario de la personalidad, un peldaño del estatus humano. Miraba mi brazo desnudo y me parecía que faltaba algo. Era imprescindible que lo tuviera, pero papá nunca me lo trajo. Llegaron antes las enfermedades y la muerte. Fueron azarosos años con las necesidades, las deudas, la familia, el hogar y yo en trabajos de poca importancia y escasa remuneración. Ayudantía en contabilidades, despachos de correspondencia, trámites bancarios, la pequeña ayuda para la casa. Cuando pude al fin adquirir Mi reloj con Mi dinero, me estafaron. Era de pésima calidad y pronto quedó arrumbado por cualquier parte...
            Los años pasaron y fueron muchos los relojes que hasta ahora recuerdo. Ya he perdido la necesidad de poseerlos. Su utilidad se redujo a fragmentar la vida, apresurar aún más el tiempo en que había que correr para cumplir obligaciones. Como el de todos los mortales, el tiempo de mi vida fue quemando etapas. A cada fragmento risueño respondía otro sombrío, pesaroso, desencantado. El latir de cada instante liviano fugazmente convertíase en redoble de pesado tambor marchando hacia un destino inexorable. Así como un ridículo reloj ha mensurado hasta las más absurdas conferencias, otros han contado los minutos en que se ha mentido, en que se sigue mintiendo, en los que se intoxica el aire  con calumnias y con risa babosa de hipocresía. No me han servidos todos los relojes posibles para aprehender el instante límpido en que silenciosamente he sentido el roce, el impalpable pestañeo de la Belleza y el golpe certero y nítido de la Verdad que ha clarificado el agua de la vida. Vienen las sensaciones sin necesidad de aguardarlas, más, cuando se espera, reloj en mano, la cita con la ternura, el afecto, el amor o la mistad, esa es la hora más burlonamente esquiva. Dolorosamente se han quemado hojas del árbol de la vida. Mustias Han sido tantas horas que el tiempo ha machacado. En todas ellas el reloj ha sido el gozador. El juguete empinado en su pirueta, ahí mismo, donde el silencio es la única actuación posible.
            Pero mi venganza ha sido hermosa. Ahí están. Vedlos todos. Colgados en los muros, desde los más antiguos montados en madera y con numeración romana, tumbados en las mesas sobre el vidrio frío, algunos destapados mostrando el engranaje del tiempo detenido, encerrados en cajoncitos, en bóvedas de gruesos muros avejentándose, ellos, los que miden la vejez...Pulseras, despertadores, murales modernos, antiguos de campana, sencillos, complejos, de péndulo, automáticos, digitales, análogos, electrónicos, a cuerda, solares, de cuarzo... Todos marchando a la hora que Yo les señalo y deteniéndose asombrados cuando las mezquino su impulso. ¡Ah! el placer de la reciprocidad. Como refinadamente, cual un cirujano, a los más modernamente brillantes, les he extraído la pila como quien arranca el corazón o la matriz que iba a dar vida a las nuevas horas las que seguirían fragmentando el hilo de los días sin la libertad de disponer enteramente de la vida como de un gran fruto. ¿Hay razón para recibirla segmentada, minimizada por obra de un minúsculo mecanismo luciférico?  Mi venganza está contra todo lo que me ha robado el tiempo, las horas, la vida. Puedo reír con la más estruendosa carcajada porque... ¿ Quién iba  a decirme que el reloj, el amo a quien entregué toda mi vida, el señor dueño de mi afán, mi sudor, mi ajetreo, mi delirio por colocar cada situación o circunstancia en su preciso lugar y hora, iba a ser dominado, sometido, humillado, condenado a NO SER?


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