UN
TROZO DE VIDRIO AZUL
Siempre estaba sobre mi cómoda aquel antiguo
florero de vidrio azul. Siempre estaba presidiendo la cubierta entre frascos de
perfume y adornos. Este recuerdo de uno de mis antepasados lo consideraba como
una herencia familiar. Fue de mi bisabuela materna a la que no pude conocer,
nos separa casi un siglo.
Pronto terminé un trabajo
pendiente y me fui a la cama, pero antes de apagar la luz, no pude evitar
observarlo a la distancia y un escalofrío me recorrió el cuerpo…
Me
incliné a recoger algo extraño que brillaba en el suelo, con una tonalidad que
alertó mi vista. Era un trozo de vidrio azul que estaba en el suelo de la
puerta principal de aquella enorme casa que debía ocupar. Se trataba de un
trozo de florero antiguo.
Una vez en el interior de la casona, me vi
paseando por piezas grandes, muy altas, por donde el sol se colaba a través de
las ventanas de guillotina, con vidrios cuadrados, pequeños, semejando varias
ventanas en una. Mientras hacía mi recorrido por la casa, iba distribuyendo
mentalmente los muebles que llevaría para convertirla en mi nuevo hogar.
Seguramente
estaba sola, pues no se escuchaban voces ni ruidos que me distrajeran. Sin
embargo, a medida que avanzaba empecé a sentir un miedo que me sobrecogía sin
motivo aparente, sólo era un presentimiento de algo indefinible, inespecífico,
que no sabía a qué atribuirlo.
Finalmente lo deduje, era aquella, la última
pieza en un extremo del largo pasillo. Antes de llegar a ese lugar, debía
terminar mi recorrido. No acertaba a saber la razón de tal aprensión. Estaba
dispuesta a enfrentarme a lo que fuera. Intuía que estaba escondido en ese
cuarto que causaba mi temor. Me armé de valor y abrí la puerta violentamente,
mi piel se congeló de miedo. Mis pulsos se aceleraron y mi estómago se sumió en
el vértigo.
Condensados en el éter, estaban todos los
demonios conocidos en mi fértil imaginación infantil y adulta. No tenían
presencia física, pero podía advertirlos con tal magnitud que… desperté bruscamente, transpirando
un sudor frío y pegajoso. Con la sensación de un miedo irracional que alteraba
mi psiquis.
Recé para calmar los estragos
de mi pesadilla. Al cabo del segundo Padrenuestro, logré conciliar nuevamente
el sueño. En la mañana, al despertar, aún recordaba mi aterradora experiencia.
Comencé a sacar conclusiones
sobre este sueño. En varias oportunidades anteriores había llegado hasta ese
cuarto que escondía mis miedos. Sin embargo esta vez tenía las imágenes
totalmente nítidas.
Entonces recordé algo olvidado
en un recodo de la mente, mi madre me contó que el esposo de mi bisabuela era
un pastor luterano, demasiado apegado a su ministerio. Tanta fue la rigidez
para con su familia, que su mujer vivió un verdadero cautiverio. Fue casi una
esclava de un esposo frío e intransigente. Cuando sus hijos ya estaban adultos,
un buen día la encontraron colgando de las vigas del cobertizo. En el
escritorio de su esposo que estaba precisamente en la pieza con la que soñé,
estaba este florero azul. Dentro de él, mi bisabuela había dejado una nota de
despedida.
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